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25 de marzo de 2022

Fin y principio

 Después de cada guerra

alguien tiene que limpiar.

No se van a ordenar solas las cosas, 

digo yo.


Alguien debe echar los escombros

a la cuneta

para que puedan pasar

los carros llenos de cadáveres.


Alguien debe meterse 

entre el barro, las cenizas,

los muebles de los sofás,

las astillas de cristal

y los trapos sangrientos.


Alguien tiene que arrastrar una viga

para apuntalar un muro,

alguien poner un cristal en la ventana

y la puerta en sus goznes.


Eso de fotogénico tiene poco,

y requiere años.

Todas las cámaras se han ido ya 

a otra guerra.


A reconstruir puentes

y estaciones de nuevo.

Las mangas quedarán hechas jirones

de tanto arremangarse.


Alguien con la escoba en las manos

recordará todavía cómo fue.

Alguien escuchará

asintiendo con la cabeza en su sitio.

Pero a su alrededor 

empezará a haber algunos 

a quienes les aburra.


Todavía habrá quienes a veces

encuentre entre hierbajos

argumentos mordidos por la herrumbre,

y los lleve al montón de la basura.


Aquellos que sabían

de qué iba la cosa

tendrán que dejar su lugar

a los que saben poco. 

Y menos que poco.

E incluso prácticamente nada.


En la hierba, que cubra 

causas y consecuencias, 

seguro que habrá alguien tumbado

con una espiga entre los dientes,

mirando las nubes.

"Fin y principio", Fin y principio,Wislawa Szymborska, 1993.

1 de noviembre de 2013

Hacia finales de marzo

Hacia finales de marzo, Alice Manfred dejó a un lado sus agujas para reflexionar de nuevo sobre lo que ella llamaba la impunidad del hombre que había matado a su sobrina simplemente porque podía. No había sido difícil hacerlo; ni siquiera se había parado a pensar dos veces en el riesgo que estaba afrontando. Lo hizo, y basta. Un hombre. Una chiquilla indefensa. La muerte. Un corredor de productos de perfumería. Un hombre agradable, sociable, el buen vecino a quien conocían todos. El tipo de hombre al que permites la entrada en tu casa porque no es peligroso, porque le has visto con niños, has comprado sus productos y nunca has oído ni el más mínimo chisme sobre su coportamiento. Te has sentido no sólo segura sino a gusto en su compañía porque era uno de esos hombres a quien piden socorro las mujeres cuando piensan que alguien las está siguiendo, u observando, o a quien recurren si necesitan que una persona tenga una llave extra de su puerta por si un día, en un descuido, la cierran y se quedan fuera. Era el hombre que te acompañaba hasta tu casa

Había combatido contra aquella pérdida durante mucho tiempo, creyó que se había resignado a ella, admitió el hecho de que la vejez consistiría en no recordar lo que se había sentido ante las cosas. Que uno diría: "Tuve un susto de muerte", pero no podría recuperar la sensación de miedo. Que podría representar en su mente la escena del éxtasis o del asesinato o de la ternura, pero los habría despojado de todo cuanto no fuera el lenguaje necesario para narrarlos. Creyó que se había resignado a admitir esto, y sin embargo se equivocaba.
Jazz, Tony Morrison, 1993.

19 de marzo de 2012

Jazz, Tony Morrison

Ahora se tiende en la cama rememorando cada detalle de aquella tarde de octubre en que la conoció, de principio a fin, una vez y otra. No sólo porque es un recuerdo delcioso, sino porque intenta estigmatizarla en su mente, marcarla a fego allí para que el futuro no la desgaste. Para que ni ella ni su palpitante amor por ella se difumine ni se desmorone con el transcurso de los días como pasó con Violet. Pues siempre que Joe trata de recordar cómo era todo cando Violet y él eran jóvenes, cuando se casaron, decidieron marcharse del condado de Vesper y dirigirse al norte camino de la Ciudad, casi nada acude a su memoria. Recupera fechas, por supuesto, reconstruye acontecimientos, compras que hicieron, actividades, hasta escenas concretas. Pero le cuesta un esfuerzo infinito capturar apenas un eco de lo que todo aquello le hizo sentir.

Había combatido contra aquella pérdida durante mucho tiempo, creyó que se había resignado a ella, admitió el hecho de que la vejez consistiría en no recordar lo que se había sentido ante las cosas. Que uno diría: "Tuve un susto de muerte", pero no podría recuperar la sensación de miedo. Que podría representar en su mente la escena del éxtasis o del asesinato o de l aternura, pero los habría despojado de todo cuanto no fuera el lenguaje necesario para narrarlos. Creyó que se había resignado a admitir esto, y sin embargo se equivocaba.

Jazz, Tony Morrison, 1993.

24 de abril de 2011

Día del libro: Cosas que los nietos deberían saber

Las horas que pasé en el sótano, o en los estudios de Mickey, o de Jim Jacobsen, o de los Dust Brothers, fueron de las mejores de toda mi vida. Quizá porque el resto de horas del día eran las peores de mi vida, el tiempo que pasaba intentando sacar algo positivo de aquella época fue lo que me mantuvo a flote. Me sentía triste siempre que no estaba escribiendo o grabando. Me vacié en la música. 
Mark Oliver Everett, Cosas que los nietos deberían saber, 2009.
Allá por finales de los noventa estaba yo pasando una etapa bastante complicada de mi vida. Paraba poco en casa. Iba a la universidad pero apenas entraba en clase. Pasaba la mañana deambulando de aquí para allá leyendo compulsivamente, hacía acto de presencia en algunas clases, lo justo para que mis compañeros supueran que seguía por ahí, y me largaba a buscar algún rincón solitario donde seguir peleando contra todo aquello que tenía dentro. Después pasaba toda la tarde en el baloncesto, frenéticamente ocupada en los diversos equipos con los que me había sobrecargado la temporada, corriendo de pista de entrenamiento en pista de entrenamiento. 

En todo momento me acompañaba mi música. Iba, como ahora, con los cascos permanentemete puestos (por aquel entonces enchufados a mi minidisc) excepto en clase y en los entrenamientos. Recuerdo especialmente dos discos de aquella época. Solo voy a hablar de uno: el Electro-shock blues de Eels (enlace en Spotify). Tenía este una extraña capacidad para reconfortarte, para hacerme sentir mejor. ¿No les ha pasado nunca? Seguro que sí. Uno de esos días de mierda en los que deambulamos sintiendo todo el peso de la vida y de repente tus pulmones cogen aire hasta el fondo, levantas la vista y ves que el cielo es azul y que, pese a todo, a la vida le salen días insultantemente hermosos como ese. Así me hacía sentir ese disco. 

Un disco que cuenta cosas terribles, cuyas letras son una bella pero terrible sucesión dramas pero que, sin embargo, siempre dejan un pequeño hilo con la vida que se abre paso, que, pese a todo, continúa.

Un disco que es una pequeña maravilla y que merece la pena tener porque, además, su cover esconde colaboraciones de grandes del cómic underground norteamericano: Seth, Adrian Tomine, Chester Brown... 

Ando estos días leyendo Cosas que los nietos deberían saber, autobiografía de Mark Oliver Everett, más conocido como E, líder de Eels (para ser más exactos, Eels es E y unos cuantos músicos que le acompañan). Un libro delicioso. Acabo de terminar el capítulo en el que explica las circunstancias en las que compuso Electro-shock blues y ahora lo entiendo todo.  Esa capacidad extraordinaria del disco para arrancar una minúscula sonrisa entre la tormenta. Y me doy cuenta de que Mark es un genio aún mayor de lo que yo pensaba.

Deberían leer este libro. La vida de Mark es fascinante; más aún su forma de contarla, con ese tono de "sí, lo que cuento es terrible, pero aquí seguimos". La expiación a través del arte, la compulsividad creativa, los altibajos de la inspiración, el sentimiento ambivalente cuando al fin triunfas y ves cómo tu obra es mercantilizada y malinterpretada. Todos eso y mucho más es vomitado por Mark en este libro que he elegido como recomendación para este año. Sean felices y curiosos ;-)

28 de marzo de 2011

Vida y destino: ¿Qué es el bien?

¿Qué es el bien? A menudo se dice que es un pensamiento y, ligado a este pensamiento, una acción que conduce al triunfo de la humanidad, o de una familia, una nación, un Estado, una clase, una fe.
Aquellos que luchan por su propio bien tratan de presentarlo como el bien general. Por eso proclaman: mi bien coincide con el bien general, mi bien no es solo imprescindible para mí, es imprescindible para todos. Realizando mi propio bien persigo también el bien general.
Así, tras haber perdido el bien su universalidad, el bien de una secta, de una clase, de una nación, de un Estado asume una universalidad engañosa para justificar su lucha contra todo lo que él conceptúa como mal.
Ni siquiera Herodes derramó sangre en nombre del mal: la derramó en nombre de su propio bien. Una nueva fuerza había venido al mundo, una fuerza que amenazaba con destruirle a él y a su familia, destrozar a sus amigos y favoritos, su reino, su ejército.
Pero no era el mal lo que había nacido, era el cristianismo. [...]

¿Qué aportó a los hombres esa doctrina de paz y armonía?
La iconoclastia bizantina, las torturas de la Inquisición, la lucha contra las herejías en Francia, Italia, Flandes, Alemania, la lucha entre protestantismo y catolicismo, las intrigas de las órdenes monásticas, la lucha entre Nikón y Avvakum, el yugo aplastante al que fueron sometidas durante siglos la ciencia y la libertad, las persecuciones cristianas de la población pagana de Tasmania, los malhechores que incendiaron en África a los pueblos negros. Todo esto provocó sufrimientos mayores que los delitos de los bandidos y criminales que practicaban el mal por el mal...
Ese es el terrible destino, que hace arder al espíritu, de la más humana de las doctrinas de la humanidad; esta no ha escapado a la suerte común y también se ha descompuesto en una serie de moléculas de pequeños "bienes" particulares.
Vida y destino, Vassili Grossman, 1959.

22 de febrero de 2011

Lecturas recomendadas: La edad de la ira

Aunque en su día decidí que no iba a hacer de la docencia mi profesión porque simplemente no me veía capaz, haber entrenado baloncesto a lo largo de unas diez temporadas me ha permitido trabajar mucho con adolescentes. Y no voy a decir que les conozco porque eso sería tan insensato como el que dice que conoce a las mujeres, a los funcionarios o a los chinos. Pero sí creo que me manejo bien con ellos. Mis jugadores me respetan y me aprecian a pesar de que la temporada suela discurrir siempre en un tira y afloja entre la disciplina que yo trato de imponer y la indisciplina consustancial a su edad. 

Trabajar con adolescentes es fascinante por lo mucho que uno aprende a diario. Porque en esa edad todo es excesivo, para bien o para mal. Los adolescentes de hoy tienen problemas para digerir la frustración (este es probablemente el problema más grave que suelo encontrarme), difícilmente suelen asumir la responsabilidad de sus actos (en esto, el deporte de equipo puede ser muy instructivo) y no están en general acostumbrados a la disciplina. De estas tres cosas, frente a lo que pueda parecer, la más fácil de solventar es la tercera porque cuando las normas son claras y justas, cuando los límites están marcados desde lo razonable y con la vista puesta en el bien común, los adolescentes lo asumen sin problemas.

Pero también son excesivos viviendo, celebrando, disfrutando del momento. Tengo a muchos de mis exjugadores como contactos de Tuenti y me fascina ver cuánta vida, cuánta amistad inquebrantable, cuantas emociones desmedidas hay en la fotos que cuelgan. Como adultos sabemos que la mayor parte de esas amistades se diluirán en unos años pero qué gusto da ver esa fe infinita en los amigos.

Tanto si han tratado con adolescentes como si no, deberían leer La edad de la ira, novela de Fernando J. López publicada recientemente por Espasa. Los argumentos son múltiples: porque es entretenidísima, porque tiene una estructura literaria más que interesante, porque disecciona al detalle los problemas de nuestro actual sistema educativo, porque además lo hace sin pontificar sino recogiendo opiniones de todo tipo en las voces de sus protagonistas, porque el hálito de realidad que consigue el autor es inmenso y porque trata de forma inteligentísima temas -responsabilidad personal, racismo, homofobia, conciliación familiar- que necesitaban ser contados. Pero, para mí, sobre todo deben leerla porque tiende un puente indispensable entre nosotros y los adolescentes, porque es precisamente cuando los adolescentes toman la voz en esta novela cuando llega a emocionarnos de verdad, porque es justamente ahí, al final de la novela, cuando querríamos que la historia continuara, que todo hubiera sido distinto y que, como dice Family en aquella hermosa canción, pudiéramos cambiarle el final a ese bello verano.

Por si no les ha picado suficientemente aún la curiosidad, les dejo un par de enlaces a entrevistas con el autor en Un idioma sin fronteras (RNE) y Hágase la luz (Radio Euskadi, a partir del minuto 20). También pueden seguir al autor en su blog Eso de la ESO. Sean curiosos y felices ;-)

12 de abril de 2010

Ansiedad

La ansiedad, como cualquier psiquiatra caro le diría a uno, viene causada por la depresión; pero la depresión, como el mismo psiquiatra informaría en una segunda visita por unos honorarios adicionales, está originada por la ansiedad. Pasé la tarde siguiendo ese círculo vicioso. Al anochecer los dos demonios se habían aunado, y, mientras la ansiedad copulaba con la depresión, me quedé sentado, mirando fijamente el controvertido invento del señor Bell, temiendo el instante en el que tendría que marcar el número del Prairie Motel para que Jake me confesara que el Departamento lo retiraba del caso. Desde luego, una buena cena me habría ayudado; pero ya me había quitado el apetito comiéndome la tarta de chocolate con la capa de hongos. O podría haber ido al cine y fumado un poco de hierba. Pero cuando se tiene esa clase de angustia, el único remedio eficaz es seguir adelante con ella: aceptar la ansiedad, estar deprimido, relajarse y dejarse llevar por la corriente.

"Ataudes tallados a mano", Música para camaleones, Truman Capote, 1979.

16 de agosto de 2009

Esas visitas de domingo

A la casa venían, de tarde en tarde, algunas personas, siempre las mismas, que avisaban antes por teléfono y a las que se esperaba con apagada ceremonia, amistades antiguas de mis padres y abuelos, que nunca contaban nada sorprendente y a quienes había que sonreír si nos preguntaban por los estudios o comentaban que cuánto habíamos crecido. Se las solía recibir en el comedor, se sentaban en unos butacones de terciopelo verde que había junto a la chimenea, y el tiempo empezaba a rebotar ansioso y prisionero contra las paredes, no hacía ruido, pero yo lo sentía latir desde la gran mesa de tapete felpudo, donde me sentaba, un poco lejos de ellos, porque la habitación era inmensa; no entendía por qué los niños tenían que "salir a las visitas", pero estaba tácitamente convenido así, nos decían que iban a venir los señores de Tal, que tenían muchas ganas de vernos, pero, una vez allí, nada en su actitud me hacía verosímil semejante aserto [...]

El cuarto de atrás, Carmen Martín Gaite, 1978.

28 de mayo de 2009

Disolución

Mientras tanto, a medida que el padre derivaba más y más fuera de la vida, Gerald experimentaba más y más una sensación de encontrarse expuesto. Después de todo, su padre había representado para él el mundo viviente. Mientras vivió, Gerald no fue responsable del mundo. Pero ahora que su padre estaba desvaneciéndose, Gerald se descubrió expuesto y no preparado ante la tempestad de vivir, como el amotinado contramaestre de un barco que ha perdido a su capitán y sólo ve ante él un caos terrible. No había heredado un orden establecido y una idea viviente. Toda la idea unificante de la humanidad parecía estar muriendo con su padre, hundirse con él la fuerza centralizante que manteniá reunida la totalidad; las partes estaban prestas a desparramarse en desintegración terrible. Gerald se sentía como dejado a bordo de un barco que se hundía bajo sus pies, encargado de una nave cuyas planchas se separan.

Mujeres enamoradas, D.H. Lawrence, 1920.

20 de mayo de 2009

Primavera con una esquina rota

Lo esencial es adaptarse. Ya sé que a esta edad es difícil. Casi imposible. Y sin embarg. Después de todo, mi exilio es mío. No todos tienen un exilio propio. A mí quisieron encajarme uno ajeno. Vano intento. Lo convertí en mío. ¿Cómo fue? Eso no importa. No es un secreto ni una revelación. Yo diría que hay que empezar a apoderarse de las calles. De las esquinas. Del cielo. De los cafés. Del sol, y lo que es más importante, de la sombra. Cuando uno llega a percibir que una calle no le es extranjera, sólo entonces la calle deja de mirarlo a uno como a un extraño. Y así con todo. Al principio yo andaba con un bastón, como quizá corresponda a mis sesenta y siete años. Pero no era cosa de la edad. Era consecuencia del desaliento. Allá, siempre había hecho el mismo camino para volver a casa. Y aquí echaba de menos eso. La gente no comprende ese tipo de nostalgia. Creen que la nostalia sólo tiene que ver con cielos y árboles y mujeres. A lo sumo, con militancia política. La patria, en fin. Pero yo siempre tuve nostalgias más grises, más opacas. Por ejemplo, esa. El camino de vuelta a casa. Una tranquilidad, un sosiego, saber qué viene después de cada esquina, de cada farol, de cada quiosco. Aquí, en cambio, empecé a caminar y a sorprenderme. Y la sorpresa me fatigaba. Y por añadidura no llegaba a casa, sino a la habitación. Cansado de sorprenderme, eso sí. Tal vez por eso recurrí al bastón. Para aminorar tantas sorpresas.

Primavera con una esquina rota, Mario Benedetti, 1982.

23 de abril de 2009

Enemigo

-Llámelo como quiera.
-A mí me importa un bledo. No creo en Dios, luego tampoco creo en el diablo.
-Yo creo en el enemigo. Las pruebas de la existencia de Dios son frágiles y bizantinas, las pruebas de su poder todavía son más inconsistentes. Las pruebas de la existencia del enemigo interior son enormes y las de su poder abrumadoras. Creo en el enemigo porque todos los días y todas las noches se cruza en mi camino. El enemigo es aquel que, desde el interior, destruye lo que merece la pena. Es el que te muestra la decrepitud contenida en cada ralidad. Es aquel que saca a la luz tu bajeza y la de tus amigos. Es aquel que, en un día perfecto, encontrará una excelente razón para que te tortures. Es aquel que te hará sentir asco de ti mismo. Es aquel que, cuando entreveas el rostro celestial de una desconocida, te revelará la muerte contenida en tanta belleza. -¿Acaso no es también el que, cuando estás en la sala de espera de un aeropuerto, se acerca para impedir con una agobiante conversación como la suya que prosigas?
-Sí. Para usted es eso. Quizás no exista fuera de usted. Lo ve sentado a su lado pero quizás esté en su interior, en su cabeza o en su estómago, impidiéndole leer.
-No, señor. Yo no tengo enemigo interior. Tengo un enemigo, por ahora real, usted, que está fuera de mí.

Cosmética del enemigo, Amélie Nothomb, 2001.

21 de diciembre de 2008

Morías encomion

Es hora ya de dejar a los dioses en el cielo para regresar a la tierra, como hace Homero, donde, por cierto, nada alegre y placentero veremos que no sea por favor mío. Y lo primero que se observa es cuán sabiamente la Naturaleza, madre y artífice del género humano, ha cuidado de que no falte el aderezo de la estulticia o sinrazón.

Si aceptamos la definición de los estoicos, sabiduría no es otra cosa que dejarse llevar por la razón; y necedad vale tanto como ser arrastrado por las pasiones. ¿Cómo se explica entonces que para que la vida no sea tan triste y sombría haya puesto en ella Júpiter más dosis de pasión que de razón? ¿No equivale a comparar una onza con una libra?

Además, si se piensa bien, relegó la razón a un estrecho rincón de la cabeza, mientras dejó el cuerpo al imperio de las pasiones. En el interior de cada uno de nosotros enfrentó a dos tiranos fortísimos: la ira, depositada en el castillo del pecho, para así dominar mejor el corazón, fuente de la vida; y la concupiscencia, que extiende su vasto imperio hasta los genitales.

La vida del hombre muestra bien a las claras lo que puede hacer la razón contra el ímpetu combinado de estas dos furezas enemigas. Lo único que puede hacer es gritar hasta enronquecer, dictando normas de honestidad. Pero ellas mandan a paseo a su reina y soberana y gritan más desaforadamente, hasta que casada cesa y se entrega.
Elogio de la locura, Erasmo de Rotterdam, 1511.

18 de diciembre de 2008

Los 10 derechos del lector

Madre mía, hace más de un mes que no me paso por aquí. Qué quieren, he (re)descubierto las virtudes del Facebook y vuelco en él todas mis (enormes) necesidades de comunicació. A estas alturas llevo lo suficiente en la blogosfera como para saber de sobra que por más que de vez en cuando deje abandonadísimo mi blog, tarde o temprano acabo volviendo a necesitar soltar tontadas de nuevo en él. Así que sean pacientes.

Por cierto que acabo de realizar varios descubrientos francamente gratos navegando por ahí, entre los cuales destaco estos 10 derechos del lector que os pongo más abajo. No puedo estar más de acuerdo.



El hallazgo se debe a un recomendable blog, Corre con el cuento, al que llegué a través de otro blog si cabe más recomendable aún: Cuentos de bolsillo. Sean curiosos y felices ;-)

12 de noviembre de 2008

Consumido por el tiempo

-Hubo una vez en que todo esto fue nuevo -dice, haciendo exactamente el mismo gesto con la mano que ha hecho antes Drago-. Todo lo que hay en el mundo fue nuevo alguna vez. Hasta yo fui nuevo. En el momento de nacer, yo era lo último y lo más nuevo que había sobre la Tierra. Luego el tiempo empezó a hacer mella en mí. Igual que hará mella en ti. El tiempo te consumirá, Drago. Un día estarás sentado en tu bonita casa nueva con tu guapa nueva esposa y tu hijo se volverá hacia vosotros y os dirá: "¿Por qué sois tan anticuados?". Cuando llegue ese día, espero que recuerdes esta conversación.

Drago coge con el tenedor un último bocado de risotto, un último bocado de ensalada.

-Las pasadas navidades fuimos a Croacia -dice-. Mi madre y mis hermanas y yo. A Zadar. Allí es donde viven los padres de mi madre. Ya son muy viejos. A ellos también los ha dejado atrás el tiempo, como usted dice. Mi madre les compró un ordenador y les enseñamos a usarlo. Así que ahora pueden comprar por Internet, pueden enviar correo electrónico y nosotros podemos mandarles fotos. Les gusta. Y son bastante viejos.

-¿Y qué?

-Pues que usted puede elegir -dice Drago-. Es lo único que estoy diciendo.
Hombre lento, J. M. Coetzee, 2005.

8 de septiembre de 2008

El misterio del viaje

-¿Por qué? ¿No le gusta viajar?
-Sí me gusta, pero nunca me lo propongo; para viajar necesito un estímulo. Creo que los viajes tienen que salir al encuentro de uno, como los amigos, y como los libros y como todo. Lo que no entiendo es la obligación de viajar, ni de leer, ni de conocer a gente, basta que me digan "te va a encantar conocer a Fulano" o "hay que leer a Joyce" o "no te puedes morir sin conocer el Cañón del Colorado" para que me sienta predispuesta en contra, precisamente porque lo que me gusta es el descubrimiento, sin intermediarios. Ahora la gente viaja por precepto y no trae nada que contar, cuanto más lejos van, menos cosas han visto cuando vuelven. Los viajes han perdido misterio.
-No -dice él-, no lo han perdido. Lo hemos perdido nosotros. El hombre actual profana los misterios de tanto ir a todo con guías y programas, de tanto acortar las distancias, jactanciosamente, sin darse cuenta de que sólo la distancia revela el secreto de lo que parecía estar oculto.
El cuarto de atrás, Carmen Martín Gaite, 1978.

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16 de agosto de 2008

Abajo la ratonera

-¡Abajo la ratonera! -dijo Pablo.
Dos galones son mucho vino, incluso para dos paisanos. Por sus efectos anímicos, las jarras pueden graduarse así: justo por debajo del cuello de la primera botella, conversación seria y concentrada. Dos dedos más abajo, recuerdos dulcemente tristes. Tres dedos más, memorias de antiguos y agradables amores. Un dedo más abajo, evocación de antiguos y amargos amores. Al llegar al culo de la primera jarra, una tristeza general e indirecta. Al trasegar el cuello de la segunda, negro, infernal desaliento. Dos dedos más abajo, una canción de muerte o añoranza. Un pulgar más, otra canción cualquiera que uno conozca. La graduación se detiene en este punto, pues las sendas se bifurcan y ya no hay certeza. A partir de este momento puede pasar cualquier cosa.

Tortilla Flat, John Steinbeck, 1935.
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13 de julio de 2008

Cuadernos

Siempre el mismo afán de apuntar cosas que parecen urgentes, siempre garabateando palabras sueltas en papeles sueltos, en cuadernos, y total para qué, en cuanto veo mi letra escrita, las cosas a que se refiere el texto se convierten en mariposas disecadas que antes estaban volando al sol. Es precisamente lo que me pasa cuando despierto de un sueño: lo que acabo de ver lo abarco como un mensaje fundamental, nadie podría convencerme, en esos instantes, de que existe una clave para entender el mundo de la que el sueño, por disparatado que sea, me acaba de sugerir, pero es moverme a coger un lápiz y se acabó, ya nada coincide ni se mantiene, se ha roto el hilo que enhebraba las cuentas del collar. Y sin embargo, no escarmiento, por todas partes me sale al encuentro la huella de esos conatos inútiles, vivo rodeada de papeles sueltos donde he pretendido en vano cazar fantasmas y retener recados importanes, me agarro al lápiz ya por pura inercia [...]
El cuarto de atrás, Carmen Martín Gaite, 1978.

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16 de mayo de 2008

Elegancia

No hay orden de la existencia, mayúsculo o minúsculo, que no nos fuerce a optar entre hacer las cosas de un modo mejor o de un modo peor. Y es ya pésimo síntoma creer que el drama de la elección se da sólo en los grandes conflictos de nuestra vida, en las situaciones que tienen trascendencia histórica. No: una palabra se puede pronunciar mejor o peor y tal gesto de nuestra mano puede ser más grácil o más tosco. Entre las muchas cosas que en cada caso se pueden hacer hay siempre una que es la que hay que hacer.

Pero la división más radical que cabe establecer entre los hombres estriba en notar que la mayor parte de ellos es ciega para percibir esa diferencia de rango y calidad entre las acciones posibles. Sencillamente no la ven. No entienden de conductas como no entienden de cuadros. Por eso tienen tan poca gracia y es tan triste, tan desértico el trato con ellos. Esa ceguera moral de la mayoría es el lastre máximo que arrastra en su ruta la humanidad y hace que los molinos de la historia vayan moliendo con tanta lentitud. Son muy pocos, en efecto, los hombres capaces de elegir su propio comportamiento y de discernir el acierto o la torpeza en el prójimo.

En el latín más antiguo, el acto de elegir se decía elegancia como de instar se dice instancia. Recuérdese que el latino no pronunciaría elegir sino eleguir. Por lo demás, la forma más antigua no fue eligo sino elego, que dejó el participio presente elegans. Entiéndase el vocablo en todo su activo vigor verbal; el elegante es el «eligente», una de cuyas especies se nos manifiesta en el «inteligente». Conviene retrotraer aquella palabra a su sentido prócer que es el originario. Entonces tendremos que no siendo la famosa Ética sino el arte de elegir bien nuestras acciones eso, precisamente eso, es la Elegancia. Ética y Elegancia son sinónimos.

Apéndice a Idea de principio en Leibniz, José Ortega y Gasset, ¿1947?

Hoy es el cumpleaños de la persona más exquisitamente elegante que conozco. Aunque sé que no me lee, no me he podido resistir a colgar este texto de modesto y cariñoso homenaje. Felicidades :-)

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29 de abril de 2008

Un momento así

Dicen que eso ocurre a quien por primera vez ve a la mujer que habrá de hacerle concebir desde el principio una pasión arrebatadora. Dicen que hay un momento así, en el que uno se inclina, reúne energías, contiene el aliento, un instante de supremo silencio que se da en la tensísima intimidad de dos personas. Y es absolutamente imposible decir lo que ocurre en ese instante. El instante mismo es como la sombra que proyecta la pasión. Un relajamiento de todas las tensiones anteriores y al propio tiempo un estado de nueva, súbita ejecución, en el que ya está contenido todo el futuro, una incubación concentrada en la punta de un alfiler..., y por otra parte algo insignificante, un sordo, impreciso, sentimiento, una debilidad, un temor...
Las tribulaciones del joven Törless, Robert Musil, 1906.
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4 de febrero de 2008

Rumore, rumore

No le importa si es verdad que Marijana está teniendo o no una aventura extramatrimonial. Lo que le importa son los rumores que corren en el círculo más bien reducido de la comunidad croata. Hágame caso, Paul, y no haga esa mueca de desdén. Las habladurías, la opinión pública, la fama, como lo llaman los romanos, es lo que mueve el mundo... los chismes, no la verdad. Usted nos dice que "de verdad" no está teniendo una aventura con la madre de Drago porque usted y ella (perdona, Drago) no han mantenido relaciones sexuales "de verdad". Pero ¿qué se entiende hoy como relaciones sexuales? ¿Y cómo se puede comparar un polvo rápido en una esquina oscura con meses enteros de deseo febril? Cuando se trata de amor, ¿cómo puede un observador externo estar seguro de cuál es la verdad de lo que ha sucedido? De lo que sí podemos estar mucho más seguros es de que circulan por el aire rumores de una aventura entre Marijana Jokic y uno de sus clientes, quién sabe por qué. Y el aire nos envuelve, lo necesitamos para respirar y vivir. Cuanto más fuerte se niegue el rumor, más estará en el aire.
Hombre lento, J. M. Coetzee, 2005.

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