19 de marzo de 2012

Jazz, Tony Morrison

Ahora se tiende en la cama rememorando cada detalle de aquella tarde de octubre en que la conoció, de principio a fin, una vez y otra. No sólo porque es un recuerdo delcioso, sino porque intenta estigmatizarla en su mente, marcarla a fego allí para que el futuro no la desgaste. Para que ni ella ni su palpitante amor por ella se difumine ni se desmorone con el transcurso de los días como pasó con Violet. Pues siempre que Joe trata de recordar cómo era todo cando Violet y él eran jóvenes, cuando se casaron, decidieron marcharse del condado de Vesper y dirigirse al norte camino de la Ciudad, casi nada acude a su memoria. Recupera fechas, por supuesto, reconstruye acontecimientos, compras que hicieron, actividades, hasta escenas concretas. Pero le cuesta un esfuerzo infinito capturar apenas un eco de lo que todo aquello le hizo sentir.

Había combatido contra aquella pérdida durante mucho tiempo, creyó que se había resignado a ella, admitió el hecho de que la vejez consistiría en no recordar lo que se había sentido ante las cosas. Que uno diría: "Tuve un susto de muerte", pero no podría recuperar la sensación de miedo. Que podría representar en su mente la escena del éxtasis o del asesinato o de l aternura, pero los habría despojado de todo cuanto no fuera el lenguaje necesario para narrarlos. Creyó que se había resignado a admitir esto, y sin embargo se equivocaba.

Jazz, Tony Morrison, 1993.

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