Los olivos, con su forma retorcida, son para Cosimo caminos cómodos y llanos, plantas pacientes y amigas, con su áspera corteza, para pasar por ellas y para pararse, aunque las ramas gruessas sean pocas en cada planta y no haya gran variedad de movimientos. En una higuera, en cambio, teniendo cuidado de que soporte el peso, nunca se acaba de dar vueltas; Cosimo está bajo el pabellón de las hojas, ve transparentarse el sol entre las nervaduras, los frutos verdes hincharse poco a poco, huele el látex que rezuma por el cuello de los pedúnculos. La higuera se adueña de ti, te impregna con su humor gomoso, con los zumbidos de los abejorros; al rato, a Cosimo le parecía estarse convirtiendo en higo él mismo, e, incómodo, se marchaba. En el duro serbal o en la morera, se está bien; lástima que no abunden. Y también en los nogales, que hasta a mí mismo, y es mucho decir, al ver a veces a mi hermano perderse en un viejo nogal inmenso, como en un palacio de muchos pisos e innumerables estancias, me entraban ganas de imitarlo, de ir a vivir allá arriba; tan grande es la fuerza y la certeza que ese árbol pone en ser árbol, la obstinación en ser pesado y duro, que se expresa incluso en sus hojas.
Cosimo estaba de bueno grado entre las onduladas hojas de los acebos (o agrifolios, como los llamábamos cuando eran los del parque de casa, quizá por sugestión del rebuscado lenguaje de nuestro padre), y amaba su agrietada corteza, en la que cuando estaba distraído levantaba cuadraditos con los dedos, no por instinto de hacer daño, sino como para ayudar al árbol en su largo trabajo de hacerse. O también desescamaba la blanca corteza de los plátanos, descubriendo capas de viejo oro mohoso. También le gustaban los troncos almohadillados como el olmo, que en los nudos echa brotes tiernos y penachos de hojas dentadas y de sámaras de papel; pero es difícil moverse por él, porque las ramas crecen hacia arriba, tupidas y débiles, dejando poco espacio. En los bosques, prefería hayas y encinas, porque en el pino las horcaduras muy próximas, nada fuertes y todas llenas de agujas, no dejan sitio ni sostén, y el castaño, entre hojas espinosas, erizos, corteza, ramas altas, parece hecho aposta para mantenerlo a uno lejos.
19 de abril de 2006
Cosimo, el rampante
El barón rampante, Italo Calvino,1957.
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3 comentarios:
El mundo editorial nunca dejará de sorprenderme. Censuramos a Cósimo por rebelde y le brindamos todo un año de homenajes al señor D. Alonso Quijano. Está claro que no han entendido ni a uno ni a otro.
Curioso, curioso.
Y, puestos a censurar rebeldes, carguémonos -por qué no- a Tom Sawyer y su amigo Huckelberry.
Qué pena, sí, qué pena.
Italo Calvino, además de ser lúcido, humano, inteligente e intelectual, tiene una narrativa limpia, sencilla y llena de belleza. Una pena que no lo podáis leer en Italiano. A mí me gusta hacerlo lentamente, dibujando las palabras en mi mente, saboreándolas sobre la lengua:
"Lui, imbacuccato in una coperta, scese sin sulla bassa forcella d'un salice per mostrarmi come si saliva, attraverso un complicato intrico di ramificazioni, fino al faggio dall'alto tronco, dal quale veniva quella luce."
Esa vida sobre los árboles, esa que despierta extrañeza, pero que al final convence, porque la sinceridad siempre convence. Y la libertad tiene mucho que ver con la sinceridad. Cosimo es un buen ejemplo para que los adolescentes entiendan que cada uno es diferente y que ser consecuente con la diferencia y ejercerla es la mayor riqueza de la vida, y que (además) se llama libertad. QUe libertad no es salir hasta más tarde, ni que le permitan a uno que haga lo que quiera, Que hay otros valores que entran en juego y que la responsabilidad es la única manera de ser libres con justicia.
Eso.
Así nos luce el pelo, Hades.
Dicho y bien dicho, Vulcano, as usual ;-)
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