24 de abril de 2011

Día del libro: Cosas que los nietos deberían saber

Las horas que pasé en el sótano, o en los estudios de Mickey, o de Jim Jacobsen, o de los Dust Brothers, fueron de las mejores de toda mi vida. Quizá porque el resto de horas del día eran las peores de mi vida, el tiempo que pasaba intentando sacar algo positivo de aquella época fue lo que me mantuvo a flote. Me sentía triste siempre que no estaba escribiendo o grabando. Me vacié en la música. 
Mark Oliver Everett, Cosas que los nietos deberían saber, 2009.
Allá por finales de los noventa estaba yo pasando una etapa bastante complicada de mi vida. Paraba poco en casa. Iba a la universidad pero apenas entraba en clase. Pasaba la mañana deambulando de aquí para allá leyendo compulsivamente, hacía acto de presencia en algunas clases, lo justo para que mis compañeros supueran que seguía por ahí, y me largaba a buscar algún rincón solitario donde seguir peleando contra todo aquello que tenía dentro. Después pasaba toda la tarde en el baloncesto, frenéticamente ocupada en los diversos equipos con los que me había sobrecargado la temporada, corriendo de pista de entrenamiento en pista de entrenamiento. 

En todo momento me acompañaba mi música. Iba, como ahora, con los cascos permanentemete puestos (por aquel entonces enchufados a mi minidisc) excepto en clase y en los entrenamientos. Recuerdo especialmente dos discos de aquella época. Solo voy a hablar de uno: el Electro-shock blues de Eels (enlace en Spotify). Tenía este una extraña capacidad para reconfortarte, para hacerme sentir mejor. ¿No les ha pasado nunca? Seguro que sí. Uno de esos días de mierda en los que deambulamos sintiendo todo el peso de la vida y de repente tus pulmones cogen aire hasta el fondo, levantas la vista y ves que el cielo es azul y que, pese a todo, a la vida le salen días insultantemente hermosos como ese. Así me hacía sentir ese disco. 

Un disco que cuenta cosas terribles, cuyas letras son una bella pero terrible sucesión dramas pero que, sin embargo, siempre dejan un pequeño hilo con la vida que se abre paso, que, pese a todo, continúa.

Un disco que es una pequeña maravilla y que merece la pena tener porque, además, su cover esconde colaboraciones de grandes del cómic underground norteamericano: Seth, Adrian Tomine, Chester Brown... 

Ando estos días leyendo Cosas que los nietos deberían saber, autobiografía de Mark Oliver Everett, más conocido como E, líder de Eels (para ser más exactos, Eels es E y unos cuantos músicos que le acompañan). Un libro delicioso. Acabo de terminar el capítulo en el que explica las circunstancias en las que compuso Electro-shock blues y ahora lo entiendo todo.  Esa capacidad extraordinaria del disco para arrancar una minúscula sonrisa entre la tormenta. Y me doy cuenta de que Mark es un genio aún mayor de lo que yo pensaba.

Deberían leer este libro. La vida de Mark es fascinante; más aún su forma de contarla, con ese tono de "sí, lo que cuento es terrible, pero aquí seguimos". La expiación a través del arte, la compulsividad creativa, los altibajos de la inspiración, el sentimiento ambivalente cuando al fin triunfas y ves cómo tu obra es mercantilizada y malinterpretada. Todos eso y mucho más es vomitado por Mark en este libro que he elegido como recomendación para este año. Sean felices y curiosos ;-)

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