-Llámelo como quiera.
-A mí me importa un bledo. No creo en Dios, luego tampoco creo en el diablo.
-Yo creo en el enemigo. Las pruebas de la existencia de Dios son frágiles y bizantinas, las pruebas de su poder todavía son más inconsistentes. Las pruebas de la existencia del enemigo interior son enormes y las de su poder abrumadoras. Creo en el enemigo porque todos los días y todas las noches se cruza en mi camino. El enemigo es aquel que, desde el interior, destruye lo que merece la pena. Es el que te muestra la decrepitud contenida en cada ralidad. Es aquel que saca a la luz tu bajeza y la de tus amigos. Es aquel que, en un día perfecto, encontrará una excelente razón para que te tortures. Es aquel que te hará sentir asco de ti mismo. Es aquel que, cuando entreveas el rostro celestial de una desconocida, te revelará la muerte contenida en tanta belleza. -¿Acaso no es también el que, cuando estás en la sala de espera de un aeropuerto, se acerca para impedir con una agobiante conversación como la suya que prosigas?
-Sí. Para usted es eso. Quizás no exista fuera de usted. Lo ve sentado a su lado pero quizás esté en su interior, en su cabeza o en su estómago, impidiéndole leer.
-No, señor. Yo no tengo enemigo interior. Tengo un enemigo, por ahora real, usted, que está fuera de mí.
Cosmética del enemigo, Amélie Nothomb, 2001.
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