24 de abril de 2009

Sobre editores, empresas editoriales y revoluciones digitales

Me hubiera gustado celebrar el día del libro como dios manda, pero ciertas cirncunstancias personales me impelieron a perderme del mundo unos días. En cualquier caso, aprovechando mi no-festividad preferida, unas cuantas reflexiones sobre el tema.

Buceando en mi siempre abarrotado lector de feeds, me topé hace un par de días con un artículo de El blog del futuro del libro donde se hacía eco de la reciente jubilación de Gonzalo Pontón al frente de la editorial Crítica. Para aquellos lectores ajenos al mundillo editorial, aclararé que Gonzalo Pontón es el fundador de Crítica, una editorial que destacó por una meritoria trayectoria en la edición y selección de títulos. Bajo este sello se sacaron destacadísimos libros del ámbito del pensamiento, la historia, la filología y la ciencia y, en general, todo aquello que solemos encuadrar bajo el rimbombante nombre de Cultura.

Crítica fue adquirida hace ya una buena cantidad de años por ese gran mainstream editorial que es Planeta. Mantuvo a Gonzalo Pontón más o menos al frente, pero el declive del sello en cuanto a calidad de la edición y selección de títulos iba siendo bastante evidente. Y ahora le ha llegado a Gonzalo la jubilación forzosa, de la que se queja amargamente en la carta que refleja el post mencionado y de donde extraigo unas líneas:
Sin embargo, no me doy por vencido y seguiré tratando de recuperar mi editorial por todos los medios incluidos los legales o, alternativamente, exigiré la venta de mis acciones a Planeta (estoy obligado a ello por un contrato entre socios que firmé hace diez años), ya que sus directivos me han expresado personalmente que, aun reconociendo que CRÍTICA siempre ha obtenido beneficios, a su juicio pueden incrementarse mucho cambiando la línea editorial.

Una gota más en el proceso del todo vale que están llevando a cabo las grandes empresas editoriales. No es la única, por desgracia. El otro grande, el Grupo Santillana, lleva años haciendo lo mismo. Sólo así se entiende que en Taurus, su sello de prestigio, aquel donde se publican las obras completas de Ortega y Gasset por poner solo un ejemplo, se dediquen últimamente a sacar estulticias como esta (no se pierdan el post, por favor).

Ante cosas como estas no puedo otra cosa que preguntarme si los que dirigen el cotarro editorial se han vuelto locos, no ven más allá de sus narices o una mezcla de ambas cosas. Con los lectores de libros electrónicos llamando a las puertas, la industria editorial está sólo a un pasito de vivir los mismos cambios en su mercado que ya han vivido las industrias del CD y el DVD. En sus manos está el no repetir los mismos errores, algo que, hoy por hoy y visto lo visto, parece imposible. Si hasta ahora el público no ha empezado a descargarse en masa libros gratis en lugar de comprárselos en las librerías es, simple y llanamente, porque todavía resulta incómodo y molesto leerlos en pantalla.

No entiendo qué estrategia han definido -si es que tienen alguna- las grandes editoriales para ese día cada vez más cercano en el que la experiencia de lectura en un dispositivo electrónico sea análoga a la de un libro analógico, pero si todo lo que se les ocurre es ir por la senda ya trillada -y visiblemente ineficaz- de imponer cánones absurdos e injustos, perseguir mediante acciones legales imposibles y ponerse en contra al lector (que no es nada menos que su cliente), van aviados.

No es atacando al cliente precisamente como una industria crece en ventas, sino cuidándolo y mimándolo. Y tampoco, desde luego, eliminando partes esenciales del proceso como el editor, los correctores o los diseñadores.

No voy a hacer aquí un alegato contra el MP3 y la música digital, pero realmente me gustaría por una vez escuchar algo de sensatez y que en este tema no se actuara como en una falsa guerra donde hay dos bandos a cual más obcecado. En la historia de la música popular hay una figura tan capital como el autor: el productor musical. No se entiende la música de hoy sin el concurso de gente como Phil Spector o Berry Gordy. Como tampoco, en mi opinión, estaría completa si prescindiéramos de un elemento tan esencial como la cubierta del disco -todas esas cubiertas realizadas, por ejemplo, por Andy Warhol.

Lo siento, pero no me gusta la idea de que desaparezca el CD. Estoy resignada a ello, porque viendo la insensatez con la que la industria ha reaccionado -enfrentamiento en lugar de adaptación-, me temo que es el futuro al que estamos abocados. No voy a decir que no me descargo música, todo lo contrario. Escucho más música que antes, pero compro la misma que antes -es decir, bastante-. En otras palabras: puedo ser más selectiva. Para mí un álbum en MP3 tiene un componente fugaz, efímero, condenado a quedar olvidado entre millones y millones de bits descargados y almacenados de cualquier forma entre mis pilas de DVD. Es por eso que cuando un álbum me gusta de verdad me lo compro: le doy el privilegio de entrar a formar parte de mi colección. Una colección mimada y alimentada desde hace años, que ha crecido conmigo y a la que vuelvo continuamente. Pero soy exigente. Para entrar en mi colección no basta con que la música me guste. Tiene que estar bien editada, bien producida, con una calidad de sonido excelente y un extremo cuidado de todo el diseño aledaño al CD. Para comprarme una mierda de ínfima calidad, me la descargo gratis.

No le vendría mal a la industria -y aquí incluyo por supuesto a los cada vez más devaluados puntos de venta como FNAC o El Corte Inglés- entonar el mea culpa y reaccionar. Podrían leer, por ejemplo, este acertado post del Pianista en un burdel:

Sin embargo, el P2P es un verdadero desafío al sistema, porque rodea sus imposiciones [las de la industria], recupera títulos que las grandes empresas decidieron enterrar, permiten que el espectador/oyente configure su propio catálogo cultural, fomenta la distribución horizontal, permite una comunicación directa entre el autor y el espectador. En definitiva, revive a la bestia negra de una empresa global de distribución de contenidos: la libertad. Y si no, piensen una cosa: la intención de las grandes empresas no es acabar sólo con las descargas de obras sobre las que tienen derechos. Es acabar con la propia tecnología P2P. Es impedir que los usuarios compartan material audiovisual, incluso libre de derechos.
[...]
Yo soy autor. Tengo alguna que otra obra susceptible de ser descargada en redes P2P. Con el dinero que voy a obtener este año por “derechos de autor” bien podría comprarme un coche. No un Prius, pero sí un Ibiza. Jamás he comprado ni compraré nunca nada en el top manta. Y el que lo haga delante de mí tiene todas las papeletas para que le retire el saludo. Pero no veo ninguna razón por la cual haya que hacerles el juego a la gentuza que ha decidido, por poner unos pocos ejemplos:

- Editar en DVD clásicos de Billy Wilder como Uno, Dos, Tres o Testigo de Cargo sin subtítulos en castellano.
- Descatalogar Balas Sobre Broadway, La Cortina de Humo o El Padrino.
- Crear un falso (como todos) “director's cut” de Amadeus y secuestrar el montaje original.
- Emitir cine español en televisión durante años sin pagar a los autores lo que estipula la ley.

Cuando yo descargo del eMule una obra que no hay manera de encontrar por otro medio, ¿estoy pirateando? Yo creo que quien está pirateando es la distribuidora que compra los derechos sobre esa obra, para luego descatalogarla porque la considera una amenaza (o sea, de calidad) para sus otros lanzamientos (o sea, basura). Está pirateando quien incumple sistemáticamente la ley europea de 12 minutos máximo de publicidad por hora. Piratea quien mutila las obras, manipula su formato, falsea sus traducciones, demora injustificadamente sus estrenos, presiona a los exhibidores para comprar películas en paquete, satura el mercado de ediciones "especiales" y extras ridículos, emite publicidad encubierta en forma de "reportajes" sobre estrenos, realiza cambios arbitrarios en la programación, tira de chequera para sacar de antena a una serie rival...

Sobran los comentarios.

Gracias al P2P, se encuentran auténticas joyas que alguien se ha encargado de digitalizar con mucha pacienciencia y altruismo. Gracias al P2P, estoy recuperando para mis sobrinos una preciosidad de colección de cuentos que editó Salvat hace mil años, magníficamente ilustrados, sin las estúpidas adaptaciones políticamente correctas que se realizan ahora y primorosamente narrados por actores de primera fila. Conseguí, igualmente, la colección de programas de Videodrome, emitidos en su día por Radio 3, de la que ya hablé aquí y que, por fortuna para todos, vuelve a estar disponible vía podcast aquí. Y he descubierto, recientemente, otro puñadito de locos que están poniendo a disposición de todos sus grabaciones de De 4 a 3, otro programa mítico para los que descubríamos la música rock allá por la década de los noventa.

Señores: Internet no es el demonio, la falta de visión empresarial y sentido común sí. Cuiden a sus profesionales -editores, músicos de estudio, diseñadores, correctores de pruebas, impresores, encuadernadores, montadores- y ellos cuidarán de ustedes. Traten primorosamente a su público y este no les abandonará.

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