Cualquiera que se haya sentado a mi lado durante una clase, habrá podido observar cómo voy rellenando de dibujillos los márgenes del papel donde esté cogiendo notas de la clase. Es una costumbre que he tenido desde que tengo memoria y que, aunque pueda parecer lo contrario, me ayuda a concentrarme en lo que están explicando.
En mis años de carrera, me consta que algún compañero prefería mis apuntes a los de otros porque estaban amenizados con mis pintamonadas. De hecho, hubo uno de estos garabatos que se popularizó enormemente hasta el punto de que me acabaron pidiendo una y otra vez esas dos hojas de apuntes de Historia de la lengua V para fotocopiarlas. Apenas éramos cuatro gatos ese día en clase, a primerísima hora de la mañana y me dio por inmortalizar el momento:
Como ven, no es más que un garabato a pie de página pero se hizo tremendamente popular porque ese "Mis 13 compañeros de clase" era un reflejo bastante aproximado del ambiente reinante en cualquier clase de quinto de la facultad.
Tampoco se crean que he descubierto el fuego, ya que esa costumbre de garabatear los márgenes de un libro o documento con dibujillos más o menos satíricos o humorísticos es más antigua que el comer. Los manuscritos medievales están plagados de ellos. Se llaman marginalia y con frecuencia son maravillosamente imaginativos. Aquí unos pocos:
Por estas casualidades de la vida, la invasión rusa de Ucrania me ha pillado leyendo Sovietistán, un recomendabilísimo ensayo de Erika Fatland sobre las cinco repúblicas centroasiáticas surgidas tras la caída de la Unión Soviética. Es un libro ameno, muy bien documentado y que he leído con avidez (otro día escribiré sobre lecturas recientes relacionadas con Rusia).
En el capítulo sobre Uzbekistán, Fatland se detiene en contar la historia de un sorprendente museo que se encuentra en Nukus, la capital de la degradada región de Karakalpia.
Se trata de una región que antaño fue próspera gracias a los cultivos y la abundante pesca que proporcionaba el Mar del Aral, hoy prácticamente seco. La decadencia de esta remota región es patente y actualmente subsiste de los escasos turistas que se acercan atraídos por la catástrofe medioambiental del Aral. Sin embargo, en su capital alberga uno de los museos más fascinantes del mundo: la Colección Savitsky.
Igor Savitsky llegó hacia 1950 a la región como parte de una expedición destinada a estudiar los restos arqueológicos de Khorezm. Durante ocho años, Savitsky acompañó a la expedición ejerciendo como dibujante. En principio se trataba de tener documentos gráficos de los trabajos arqueológicos, pero el paisaje fascinó a Savitsky hasta el punto de que se le considera el gran paisajista de Karakalpia.
Al terminar la expedición, Savitsky decidió quedarse en la zona y se mudó a Nukus. De sus años en la excavación se le había quedado un afán coleccionista que le duraría el resto de su vida.
Comenzó recopilando objetos arqueológicos, pero pronto comenzó a incluir en sus colecciones piezas de artesanía y el folklore de la zona. A base de tocar muchas puertas, consiguió montar un incipiente museo donde exponer todas sus colecciones.
Sin embargo, su afán coleccionista le llevaría mucho más allá. Las purgas de Stalin habían supuesto para el interesantísimo arte ruso de vanguardia una hecatombe. Gran parte de los artistas habían sido "depurados" y, los pocos que habían sobrevivido, trataban de pasar desapercibidos dedicándose a oficios pedestres. Savitsky, conocedor de esta situación, quiso poner en valor todo el arte que había quedado oculto por la pesadilla estalinista y comenzó a recorrer las casas de viudas o herederos de artistas desaparecidos buscando arte oculto con el que engrosar su colección.
Sin apenas financiación, su espíritu incansable corrió de aquí para allá desplegando sus dotes de persuasión, ya fuera para obtener apoyo económico con el que sufragar sus compras, ya fuera para convencer a las viudas o los artistas para que le vendieran sus obras. Nunca dejó de pagar, aunque a veces las circunstancias le obligaran a ofrecer planes eternos de exiguos plazos a cambio de las obras.
Así nació el Museo Savitsky, el segundo más importante de la antigua Unión Soviética y, probablemente, la mejor colección de pintura de vanguardia rusa. Un museo singular de arte prohibido que casi nadie conoce y muy pocos visitan, ya que se encuentra en una zona aislada de Uzbekistán, muy alejada de los circuitos turísticos.
Existe una película documental, The Desert of forbidden art, que cuenta la historia. Una historia, sin duda, digna de película.
Si hiciéramos una encuesta preguntando por el mejor olor del mundo, estoy 100% segura de que aparecerían en algún lugar de la lista cosas como el pan o el café recién hechos, la hierba recién cortada, algún guiso de nuestra infancia o el de la lluvia cuando comienza a mojar la tierra.
Pues hoy me he enterado de que ese olor, el de la lluvia, tiene un nombre: petricor.
Estamos de acuerdo en que «petricor» (‘olor a lluvia’) es un término precioso, ¿no? Pues su etimología lo es más aún: procede del griego «petra» ‘piedra’ e «īchōr», que hacía referencia al líquido que fluía por las venas de los dioses griegos. pic.twitter.com/gCMcjDI5PM
Aún no está incorporado al DLE de la RAE -cosa lógica, por otro lado, ya que este recoge la lengua en uso y me da que prácticamente nadie utiliza petricor.
El caso es que el petricor se origina por una molécula llamada geosmina que es producida, entre otras, por esta bonita bacteria llamada Streptomyces coelicolor:
Streptomyces coelicolor
La bacteria es una de las más estudiadas a pesar de que no produce enfermedades conocidas. Más bien al contrario: es bastante útil, ya que se emplea para sintetizar varios tipos de antibióticos y antifúngicos, así como para generar transgénicos mediante la técnica del ADN recombinante.
Molécula de geosmina
¿Y cuál es el motivo de que se genere geosmina cuando llueve? El celuloide de Avogadro cuenta en esta entrada que se cree que determinadas plantas secretan una serie de aceites en épocas de sequía que son absorbidos por la tierra y que hipotéticamente inhiben la germinación de semillas con el fin de disminuir la competencia en épocas de escasez. Cianobacterias y bacterias como la Streptomyces coelicolor procesan esos aceites y generan geosmina, la cual acaba dispersándose en forma de aerosol al caer las gotas de lluvia sobre el terreno.
El olfato humano es altamente sensible a la geosmina, de ahí que seamos capaces de percibir el petricor con tanta facilidad en cuanto caen unas gotas de lluvia. Pero al parecer no somos los únicos, ya que existe literatura científica que plantean que la percepción de la geosmina es determinante para que determinadas especies que viven en zonas semiáridas encuentren brotes vegetales. También se han encontrado emanaciones de geosmina en algunas plantas carnosas, lo que podría ser una estrategia para atraer herbívoros e insectos y facilitar así la polinización.
Al final, de un simple tweet he acabado hilando una cosa tras otra. No sé qué hacía yo antes de que existiera Internet ;-)
Parece que se van calmando los ánimos tras el tsunami que se levantó en redes y demás medios a raíz del Benidorm Fest. Como no sé cuándo van a leer este post, les pongo en antecedentes por si les suena a chino esta historia:
RTVE decidió montar un concurso musical, el Benidorm Fest, para seleccionar la canción que nos representará en el Festival de Eurovisión. La fórmula ha sido muy exitosa, porque ya desde las primeras fases comenzó a generarse mucha expectación con el fandom haciendo campaña activa por sus favoritos. Según lo que se percibía desde las redes, parecía que la cosa iba a estar entre dos temas: Terra, de Tanxugueiras, y Ay, mamá, de Rigoberta Bandini. Sin embargo, el formato de puntuación daba tanto peso al criterio del jurado frente al voto popular que la canción seleccionada ha sido SloMo de Channel. Sorpresa, desilusión y eurodramita de unos y felicitaciones y alegrías de otros. Hasta aquí, nada que no pase todos los años.
Sin embargo, todo el fandom, decepcionado, se puso a twittear su indignación con el resultado, acusando a la organización de tongo y negando cualquier virtud al tema ganador. El recurso a la pataleta es algo natural y hasta deseable, pero en los tiempos de las redes sociales lo habitual es que este tipo de enfados acabe degenerando en un flame o, lo que es lo mismo, una montaña de odio absolutamente desproporcionada.
Tengo cuenta en Twitter prácticamente desde sus inicios y, conforme se ha ido popularizando su uso, he podido asistir a cómo este tipo de tormentas de odio son cada vez más frecuentes. A veces, por el asunto más nimio, dos twitteros se enganchan y acaba montándose una auténtica guerra entre los partidarios de uno y de otro. Con demasiada frecuencia este tipo de peleas se observan incluso entre posturas que apenas difieren pero que, por algún pequeño matiz o salida de tono, han acabado convertidas en estandartes de lucha irreconciliables.
El problema, del que pocos parecemos ser conscientes, es que las redes sociales tienen una idiosincrasia propia como canal de comunicación: no existe retroalimentación inmediata. Steven Johnson, en su Sistemas emergentes, lo explica muy bien. El libro tiene ya bastantes añitos y, al ser anterior a Twitter, cuenta este mismo fenómeno en los incipientes foros de comentarios de Internet:
Un foro de discusión guiado es un ecosistema ideal para una especie peculiar conocida como crank: el ideólogo obsesionado con un tema específico o un modelo interpretativo que no tiene reparos a la hora de introducir su propia visión del mundo en cualquier discusión, y aparentemente tampoco tiene ni trabajo ni vida familiar que le impida enviar extensos comentarios ante la menor provocación. Todos conocemos gente así, los que blanden el hacha desde el fondo del aula en un seminario o en el café: los teóricos de la conspiración, los libertarios furiosos, los evangelistas, los que insisten en llevar todas las conversaciones hacia su tema particular y objetan todas las conversaciones que no se ajustan a sus propias reglas.
Internet ha proporcionado un hábitat ideal para que este tipo de personaje obsesivo -el troll- pueda persistir con su idea fija continuamente, ya que siempre encontrará alguien que le conteste y entre al trapo.
Pero, claro, las redes sociales han amplificado el fenómeno ya que la inmediatez y la facilidad que supone enviar un tweet, un post de Facebook, un comentario de Instagram, nos convierte a todos en potenciales trolls sin saberlo. La clave está, como bien dice Johnson, en la falta de realimentación de estos canales:
En la vida real, hemos desarrollado una serie de convenciones sociales que impiden que los cranks, excéntricos obsesivos, dominen nuestras conversaciones. Cuando se trata de casos patológicos, nos limitamos a evitarlos. Pero con los casos leves recurrimos a un mecanismo sutil pero poderoso en cualquier conversación cara a cara: si un individuo acapara la conversación con alguna de sus irrelevantes obsesiones, el grupo puede llegar a un consenso de forma natural -palabras, expresiones faciales, gestos incluso- para transmitir su impaciencia. El mundo de las relaciones cara a cara está plagado de encuestas improvisadas que tantean la opinión colectiva [...] En el mundo real, todos somos termostatos sociales: leemos la temperatura grupal y ajustamos nuestra conducta de acuerdo a ella.
En otras palabras, a la comunicación mediante redes sociales le falta un elemento vital que nos permite mantener la conversación en cauces adecuados y hasta que colectivamente no aprendamos a modular nuestras expresiones de manera adecuada seguiremos sufriendo, provocando o contribuyendo a estas sobre-reacciones violentas que periódicamente asolan las redes.
En el post de ayer ("Silbidos, lenguas de signos y emoticonos") ponía en duda la afirmación de que la lengua pirahā se pudiera silbar, ya que consideraba que la forma de comunicación mediante silbidos que emplean los pirahā constituye una lengua diferente de la hablada. Sin embargo, al continuar con la lectura de 'No duermas, hay serpientes'. Vida y lenguaje en la Amazonia, ahora tengo serias dudas sobre mi afirmación.
Sostiene Daniel Everett que el pirahā cuenta con canales del discurso que no existen en otras lenguas:
En pirahā existen cinco canales, y cada uno de ellos desempeña una función cultural única: silbido, tarareo, canturreo, grito y tono normal.
Al leer esto, mi primera reacción fue arquear la ceja con escepticismo. ¿Cómo que canales? Hablar a diferente volumen difícilmente puede considerarse un canal. Sin embargo, prosigue su explicación indicando cómo cada una de estas modalidades implican ciertas modificaciones. Es decir: no se trata de cambiar de volumen, sino que los sonidos emitidos para comunicar un mismo concepto son diferentes en cada caso. Así, describe cómo una mujer le va describiendo fotos de revistas a su pequeño tarareando una melodía rítmica mientras da de mamar a su pequeño. Según Daniel, los pirahā tararean en contextos íntimos o de confidencias, entre otras cosas porque su lengua, al ser tonal, no puede susurrarse.
En el caso del grito, nos aclara:
El grito consiste en emplear la vocal a, o las vocales originales de las palabras que se pronuncian, más las consonantes k o x (la oclusión glótica), para emitir la modalidad musical de la lengua, es decir, su tono, sus sílabas y su acento.
Describe, a continuación, cómo presencia una conversación mediante silbidos cierta vez que les acompañó en una jornada de caza.
Como decía, leyendo todo esto le he empezado a dar vueltas al tema de los límites entre lengua y canal, a si el silbido de los pirahā o el silbo gomero son lenguas autónomas, sistemas de sustitución de la lengua matriz o variantes dialectales de esa misma lengua. Y, al parecer, he topado con uno de esos temas controvertidos en los que las fronteras están difusas y no parece haber un consenso claro (como ejemplo, el artículo "El silbo gomero, ¿una lengua o sistema de comunicación derivado?").
Quizás el quid está en los procesos internos que el hablante realiza inconscientemente al usar el silbido como medio de comunicación. ¿Piensa en la lengua matriz y traduce o por el contrario existen en su cerebro referentes almacenados que se trasladan directamente a formas silbadas? Ni el artículo ni mucho menos el libro de Everett lo aclaran, pero me da que pensar.
En cualquier caso, tirando del hilo, he encontrado información sobre otras lenguas (o canales de lenguas) silbadas. En general, parecen ser utilizadas fundamentalmente por hombres y tienen en común ser propias de lugares agrestes donde la capacidad de comunicarse a grandes distancias supone una ventaja competitiva. Así, por ejemplo, en el estado mexicano de Oaxaca, encontramos un conjunto de variedades silbadas de la lengua lalana chinanteca (el vídeo es algo largo, pero muy interesante):
Ando estos días leyendo -entre otra docena de libros- "No duermas, hay serpientes". Vida y lenguaje en la Amazonia, de Daniel L. Everett (disponible aquí). Aún no tengo una opinión formada sobre el libro, pero al menos me está haciendo reflexionar sobre numerosos temas relacionados con el lenguaje.
Daniel Everett se trasladó con su familia al Amazonas profundo con el fin de evangelizar a los indios pirahā. Como digo, aún no lo he terminado, pero por lo que llevo parece que más que enseñarles la vía cristiana a ellos, fueron los pirahā los que acabaron imbuyendo al misionero con su cosmovisión.
En cualquier caso, uno de los aspectos más interesantes de la historia es el relativo al idioma de los pirahā. Everett tiene formación lingüística y conoce la teoría de Chomsky de la existencia de una estructura lingüística subyacente y común a toda la humanidad que se encuentra en potencia en nuestros cerebros al nacer y que desarrolla unos u otros rasgos en función de nuestra exposición a la lengua de nuestros padres. Sin embargo, conforme Everett se va adentrando en el conocimiento de la lengua pirahā, empieza a encontrar en esta características que contradicen la teoría de Chomsky.
No me voy a detener en esto y la subsiguiente controversia sobre si la teoría de Chomsky es o no válida o si los hallazgos de Everett llegan o no a contradecirla (aunque no descarto intentar escribir un post algún día). Lo que quería contar es que, entre las peculiares características de la lengua pirahā está la de que tiene su propio sistema de comunicación mediante silbidos:
En el vídeo afirman que el pirahā, además de hablarse y cantarse, también se silba. No creo que sea correcto afirmar esto, sino que más bien habríamos de decir que, entre las lenguas que utilizan los pirahā, tienen una hablada y otra silbada. De hecho, tenemos un ejemplo equivalente muy cercano: el silbo gomero (y estoy segura que a nadie se le ocurre en este caso decir que el español se habla y se silba).
Lo que me interesa de ambos casos es que, aunque las lenguas silbadas se tratan de hecho de lenguas diferentes de sus hermanas habladas, al nacer y desarrollarse en la misma cultura que estas -y por tanto venir a resolver las mismas necesidades comunicativas- resultan fácilmente trasladables de una -la hablada- a la otra -la silbada- o viceversa, razón por la cual en el primer vídeo llegan a decir erróneamente que es la misma lengua.
Ocurre algo semejante con las lenguas de signos. Los profanos tienden a pensar que al aprender lengua de signos van a ser capaces de entenderse con cualquier hablante del mundo que sepa signar. Pronto se topan con la realidad: cada lengua de signos es diferente y, de hecho, existen variedades geográficas dentro de un mismo grupo de lengua signada, al igual que existen variantes dialectales en la lengua hablada.
"Ya se podían haber puesto de acuerdo para estandarizarlas", me dijo una vez un compañero en un curso de lenguaje bimodal. Pues no, querido, porque la única manera de estandarizar una lengua es creándola de forma artificial completamente desligada del uso (hola, esperanto). Además, cuando la lengua se usa se convierte en algo vivo, por lo que desde el primer momento se encuentra sometida a corrientes centrípetas que, con el uso y el paso del tiempo, darán lugar a variedades locales que finalmente pueden llegar a convertirse en lenguas autónomas.
La lengua, como elemento comunicativo, está fuertemente influida por el entorno, la cultura, la sociedad y la propia idiosincrasia del hablante. Es lo que denominamos el "habla", que es la manera propia de cada uno, frente a la "lengua", que constituiría algo así como la imagen fija e ideal que comparten entre sí los hablantes de en un momento y lugar concreto.
Aunque desde que existen los emojis todo el mundo parece haberse olvidado de los emoticonos (confieso que yo aún los uso esporádicamente), hace tiempo que andaba detrás de contar que también en los emoticonos existen diferentes lenguas en tanto en cuanto que, pese a lo que nos diría la intuición, en Asia se emplean emoticonos totalmente distintos que en occidente: si en Europa empleábamos :) o :-) para la sonrisa, un chino solía emplear (^_^); mientras que nuestro enfado :-( se vuelve T_T.
Ha pasado casi una década desde que subí mi último post a este ático. Casi sin darnos cuenta, las grandes plataformas -primero Facebook, después Twitter, Instagram y demás- fueron haciéndose con la atención de los internautas en un proceso centralizador que ahora pretende desmontar la web3.
La necesidad de comunicarse, de compartir ideas, de tratar de convencer y atraer al otro hacia nuestra manera de ver el mundo no ha cambiado. Lo que ha ido cambiando ha sido el medio.
A finales de la primera década de este siglo proliferaban los blogs. La promesa de la democratización del mensaje. Todo aquel que tuviera algo que decir, por nimio que fuera, podía abrirse un blog y lanzarse a publicar. Y allí estuvimos muchos, los pioneros, aquellos a los que nuestros conocidos no-internautas miraban con extrañeza ("¿Tienes un blog? ¿Y para qué? ¿Qué tienes que decir que le interese al mundo?"). Pero no importaba: nos encantaba. El placer de pasar horas pensando qué nuevo contenido subiríamos, con qué íbamos a sorprender a nuestro puñadito de lectores.
Y, por supuesto, el placer de la visita al amigo, al vecino, al usuario virtual con el que habías encontrado cierta afinidad compartida a través de sus posts, los tuyos o los de un blog de consulta habitual.
La parte de comentarios de cada post se poblaba con las respuesta de tu media docena de seguidores generándose debate en tu blog del mismo modo que tú contribuías al debate en el suyo con tus respuestas a domicilio.
Pero el intercambio de ideas, ocurrencias y demás se trasladó, casi sin que nos diéramos cuenta, a lugares más inmediatos: Facebook, Twitter... La web 2.0, que nos había dado los blogs, nos los acabó quitando. Esa promesa de descentralización de las ideas acabó en manos de las grandes plataformas. El resto es bien conocido. Inmediatez, ubicuidad y universalización de estos medios, pero también un puñado de jinetes del apocalipsis: fake news, obsesión por la viralidad, linchamientos virtuales, pérdida de privacidad.
Quizás por eso he decidido hoy desempolvar mi viejo blog en una especie de alegato de lo que pudo ser y no fue. ¿Cuánto me durará el impulso? ¿Volveré a retomar la costumbre de volcar aquí mis pensamientos con cierta regularidad o será esté su último estertor?
Hacia finales de marzo, Alice Manfred dejó a un lado sus agujas para reflexionar de nuevo sobre lo que ella llamaba la impunidad del hombre que había matado a su sobrina simplemente porque podía. No había sido difícil hacerlo; ni siquiera se había parado a pensar dos veces en el riesgo que estaba afrontando. Lo hizo, y basta. Un hombre. Una chiquilla indefensa. La muerte. Un corredor de productos de perfumería. Un hombre agradable, sociable, el buen vecino a quien conocían todos. El tipo de hombre al que permites la entrada en tu casa porque no es peligroso, porque le has visto con niños, has comprado sus productos y nunca has oído ni el más mínimo chisme sobre su coportamiento. Te has sentido no sólo segura sino a gusto en su compañía porque era uno de esos hombres a quien piden socorro las mujeres cuando piensan que alguien las está siguiendo, u observando, o a quien recurren si necesitan que una persona tenga una llave extra de su puerta por si un día, en un descuido, la cierran y se quedan fuera. Era el hombre que te acompañaba hasta tu casa
Había combatido contra aquella pérdida durante mucho tiempo, creyó que se había resignado a ella, admitió el hecho de que la vejez consistiría en no recordar lo que se había sentido ante las cosas. Que uno diría: "Tuve un susto de muerte", pero no podría recuperar la sensación de miedo. Que podría representar en su mente la escena del éxtasis o del asesinato o de la ternura, pero los habría despojado de todo cuanto no fuera el lenguaje necesario para narrarlos. Creyó que se había resignado a admitir esto, y sin embargo se equivocaba.
Este post podría muy bien haberlo escrito aquí, pero como incluye una tira que hice hace algunos años, al final decidí que su sitio adecuado era en Lopezsanchez. Os dejo, eso sí, el enlace para aquellos que no soléis frecuentar mi otra casa: El origen del mundo (o cómo cada día estamos más tontos).
Las redes sociales han matado a los blogs, estoy convencida de ello. O, al menos, a los modestamente personales como el mío. Desde que tengo Facebook y Twitter, todos aquellos enlaces y vídeos de interés que antes me forzaban a escribir un post, ahora los comparto en forma de simple reseña. Al fin y al cabo, los que me leían aquí y los que me siguen allí son casi los mismos. Rápido y eficaz. Y muy empobrecedor, ¿verdad?
Esto lo encontré por ahí (creo que en Twitter, pero no recuerdo) y lo compartí inmediatamente en mis perfiles sociales. Debieron visionarlo unos cuantos ese día y después pasó al olvido. Así son las redes sociales: prácticas e inmediatas. Muy útiles para estar informado, pero poco dadas a la reflexión profunda.
Por eso, en uno de esos cíclicos empujones que alguien me da para continuar con tu blog ("Oye, que yo te leo. ¡Actualiza!"), he decidido que este vídeo debe ser difundido más allá del fast food de las redes sociales. ¡Estoy tan de acuerdo con el 95% de lo que dice Savater! Échenle paciencia y escuchen con calma. No es obligatorio estar de acuerdo (¡faltaría más!), pero sí reflexionar.
Por cierto, un blog se alimenta de comentarios. Es triste pedirlos, pero si ustedes comentan e interactúan será más fácil que yo venza la pereza a la hora de actualizar esto. Y, ya saben, sean curiosos y felices ;-)
El año pasado, con la excusa de la exposición que la Fundación Cartier ofrecía sobre Moebius, hice una escapadita a París. No es que hagan falta muchas excusas para visitar esa maravillosa ciudad, pero lo cierto es que la exposición me gustó un montón.
De aquel viaje me traje además un par de libros sobre kirigami que encontré en un tenderete callejero. Andaba ya tiempo detrás de algún libro así pero la diversidad de nuestras librerías a veces puede resultar frustrante. Siempre me gustó hacer cosas con papel, andaba fascinada por los libros pop-up y ya había hecho algún modesto intento artesanal con el que entretener a mis sobrinos. Así que cuando vi los libros de kirigami ni me lo pensé.
Tutorial sobre cómo hacer un pop-up.
A simple vista, un profano puede confundir el kirigami con la papiroflexia u origami. La papiroflexia consiste en crear figuras únicamente plegando papel. Las tijeras y el pegamento, por tanto, están prohibidas.
El pajarito de twitter realizado en papiroflexia.
En cambio, en el kirigami, aunque el material constructivo sigue siendo el papel, los instrumentos de trabajo básicos son un cúter y pegamento, ya que se trata de ir recortando formas en el papel, plegando y ensamblando piezas para lograr pequeñas esculturas. Existen auténticas virguerías sobre esto y se utiliza abundantemente para la creación de libros y tarjetas pop-up, pero también como bocetos previos para esculturas, como maquetas arquitectónicas y, más recientemente, como técnica expresiva sin otro fin que su valor artístico intrínseco.
Algunas tarjetas pop-up realizadas mediante kirigami.
Andaba yo esta mañana curioseando en Interior noche, el blog del SrLansky -a quién conocí virtualmente en Lastfm a partir de la excelente compatibilidad musical que ambos tenemos-, cuando topé con un post sobre los magníficos paper-toys de Marshall Alexander.
Si he logrado picarles la curiosidad sobre Marshall Alexander o el kirigami, objetivo cumplido con esta breve reaparición por mi blog. En caso contrario, al menos no dejen de visitar el magnífico blog Interior noche. Si alguna vez les gustó lo que solía ser mi blog, no les defraudará en absoluto. Sean curiosos y felices ;-)
El otro día, dando una vuelta por la zona de mi trabajo, me percaté de la cantidad inusual de papelerías y tiendas de material de oficina que había por los alrededores. Mi paseo abarcó cuatro manzanas y, echando cuentas, las papelerías superan la decena, la mayor parte de ellas de reciente creación.
Soy muy fan del material de oficina y una de las primeras cosas que hice al empezar a trabajar allí fue localizar en los alrededores sitios donde poder comprar libretas en caso de apuro, así que puedo asegurar que hace cinco años, si quería comprar algo de papelería sin caminar más de cinco minutos, tenía que escoger entre lo siguiente:
un par de tiendas de consumibles informáticos donde se puede adquirir algo de material de oficina de baja gama;
una tienda especializada en carteras y plumas que ofrecía también alguna cosa de gama media;
un VIPS;
la típica papelería casposa de barrio que vive básicamente del libro de texto,
y una franquicia de material de oficina.
Estrictamente, dos papelerías, eso era todo. Ahora, en cambio, la oferta es inmensa y sólo en franquicias de material de oficina conté seis. ¡En cuatro manzanas! Han abierto otra tienda de consumibles a sumar a las dos que existían y la papelería casposa tiene que competir además con una librería-papelería en condiciones que han abierto a tres minutos de esta.
Si esto no es una mini-burbuja, que venga alguien y lo vea. En dos años habrán cerrado por lo menos la mitad, lo que me ha llevado a reflexionar en la cantidad de mini-burbujas comerciales que he observado en las últimas décadas y a preguntarme en qué leches piensa la gente cuando decide abrirse un negocio (¿estudio de viabilidad? ¿relación oferta-demanda de la zona? ¡naaaaaa!).
Recuerdo cuando mi barrio estaba plagadito de videoclubs. No sé si llamarle a aquello burbuja porque lo cierto es que demanda había y que sólo cerraron cuando las nuevas tecnologías llevaron el vídeo a los vertederos.
Pero después llegaron las tiendas de telefonía. Madre mía, ¡si se veían tres desde la ventana de mi casa! Nadie tenía móvil y el mercado estaba por explotar, pero era evidente que el 90% iban a ir a la quiebra. Y así fue.
Y los cibercafés. Al año, la tienda de telefonía había cerrado y se había transformado en un cibercafé. Bueno, por llamarle algo, porque seguía siendo un local cutre de barrio donde no había café ni música ni nada, sólo unos cuantos ordenadores mal puestos con acceso a Internet. Lo dicho, otros 15-20 meses de negocio y a la quiebra de nuevo.
Pero como el futuro está en la tecnología -o eso dicen-, los aguerridos emprendedores de mi barrio no se dieron por vencidos y volvieron a la carga con la informática abriendo tiendas de consumibles informáticos con servicio de reparación de ordenadores a cascoporro. Los CD vírgenes tuvieron unos añitos de esplendor, pero la gente en seguida aprendió que lo rentable que era comprarlos por Internet. En cuanto a la reparación de ordenadores, en el fondo no tiene mucho misterio y, si no, siempre hay algún amigo o familiar dispuesto a ser explotado hacer el favor a la voz de "oye, tú que sabes de informática". Otro negocio a la basura.
Y las inmobiliarias, claro. Cómo no mencionar las inmobiliarias, que crecieron como setas en cada esquina. Aquel local pequeñito y cutre que veía yo desde mi ventana y que había sido un sinfín de cosas en los últimos años se había vestido de relumbrón y ahora se dedicaba al muy noble arte de vender casas. Había que ser imbécil para poner una inmobiliaria en 2007, pero de imbéciles está lleno el mundo.
Ahora, parece, tocan las papelerías. Bueno, no lo sé, porque no he hecho ningún estudio empírico más allá del paseo que me dí el otro día por la zona de mi curro, pero no me extrañaría en absoluto que estemos ante la enésima mini-burbuja del pequeño comercio.
Y así será mientras sigamos empeñados en glorificar la creación de empresas y llamar emprendedor a quien se abre un negocio aunque sea evidente para todos que no será viable dentro de un año. El otro día se retwiteaba en loor de multitudes la enésima noticia de un tipo que con 20 años llevaba tres empresas creadas. Todo el mundo parecía admirarle como un héroe, pero a mí no se me iban de la cabeza las siguientes preguntas: "¿Por qué tres? ¿Qué pasó con las dos primeras? ¿Quebraron? ¿Se aburrió y decidió crearse un nuevo juguetito?" Porque lo difícil no es crear una empresa, sino hacerlo bien: encontrar un modelo de negocio viable y gestionarlo bien para que crezca y prospere.
La gran noticia, para mí, sería algo así como "fundó una empresa y en tres años tenía 200 trabajadores", pero en este país parece que no nos damos cuenta y seguimos con el mantra de las pymes una y otra vez en una de las pocas cosas en que todos los grandes -y muchos de los pequeños- partidos coinciden. Echen un vistazo a este artículo de Roger Senserrich en Politikon sobre La obsesión con las pymes y verán el alcance de la estupidez que supone obsesionarse con sobreproteger a las pymes.
Ahora se tiende en la cama rememorando cada detalle de aquella tarde de octubre en que la conoció, de principio a fin, una vez y otra. No sólo porque es un recuerdo delcioso, sino porque intenta estigmatizarla en su mente, marcarla a fego allí para que el futuro no la desgaste. Para que ni ella ni su palpitante amor por ella se difumine ni se desmorone con el transcurso de los días como pasó con Violet. Pues siempre que Joe trata de recordar cómo era todo cando Violet y él eran jóvenes, cuando se casaron, decidieron marcharse del condado de Vesper y dirigirse al norte camino de la Ciudad, casi nada acude a su memoria. Recupera fechas, por supuesto, reconstruye acontecimientos, compras que hicieron, actividades, hasta escenas concretas. Pero le cuesta un esfuerzo infinito capturar apenas un eco de lo que todo aquello le hizo sentir.
Había combatido contra aquella pérdida durante mucho tiempo, creyó que se había resignado a ella, admitió el hecho de que la vejez consistiría en no recordar lo que se había sentido ante las cosas. Que uno diría: "Tuve un susto de muerte", pero no podría recuperar la sensación de miedo. Que podría representar en su mente la escena del éxtasis o del asesinato o de l aternura, pero los habría despojado de todo cuanto no fuera el lenguaje necesario para narrarlos. Creyó que se había resignado a admitir esto, y sin embargo se equivocaba.
Acabo de abrirme un tercer blog (sí, han leído bien: el tercero): El datapump no zipea
¿Por qué un tercer blog?
Este blog de aquí nació aproximadamente seis meses antes de que comenzara a ejercer la nueva profesión en la que me había empeñado en embarcar. Su carácter, por tanto, está muy alejado de los asuntos técnicos que ocupan gran parte de mi día a día de hoy. Han pasado seis años y la necesidad de escribir notas acerca de cosas como Linux, servidores Apache o clústeres de Oracle RAC ha ido aumentando conforme me he ido sintiendo más afianzada como administradora de sistemas.
Sin embargo, creo que este no es el lugar, por más que aquella modesta entrada sobre Firefox que escribí en los inicios se convirtiera pronto en una de las más vistas de este blog. Por ello he decidido abrirme un tercer blog dedicado en exclusiva a esa suerte de saberes arcanos que dominamos los que nos llamamos informáticos. Su nombre, El datapump no zipea, obedece a una coña que mis compañeros, si alguna vez caen por allí, pillarán en seguida y que nació, más o menos, como se cuenta en este cómic.
¿Por qué Wordpress?
Hace tiempo que me lleva preocupando el creciente poder monopolístico de Google y su incidencia en nuestra privacidad. No quiero renunciar al correo de Gmail porque me parece francamente funcional y tampoco he encontrado un lector de feeds que me satisfaga más que el Google Reader. En cambio, en redes sociales sí me he resistido a caer en el Google+ y en el tema de los blogs creo que existen alternativas muy válidas. Si no me diera tanta pereza, hace tiempo que habría migrado estos blogs hacia Wordpress. La pereza y la penalización que Google introduce en sus buscadores a la hora de posicionar contenidos de blogs que no son de blogspot me han echado hacia atrás hasta ahora (sí, una también tiene su ego y disfruta viendo cómo le llegan 56 visitas diarias a su blog). La creación de este nuevo blog me ha parecido una ocasión ineludible para comenzar la era post-Google.
Muy pocos de los lectores de este blog encontrarán interesante lo que se cuenta en aquel, razón por la que me parece más que acertado mantener blogs separados. La frecuencia en los tres blogs seguirá siendo la misma: más bien escasa y bastante inferior a la que me gustaría, aunque prometo continuar actualizándolos de forma lenta pero segura.
Parece que estoy cogiendo carrerilla en esto de actualizar el blog, así que voy a aprovechar este tirón que no sé cuánto me va a durar para ir publicando cosillas de las que hace tiempo quería hablar. Hace un buen puñado de meses, mi buena amiga S. me pidió algunas ideas para preparar unas unidades didácticas en torno al tema "Con la música a todas partes". Yo de unidades didácticas sé bien poco, así que mi ayuda se limitó a un listado atropellado de temas relacionados con la música que se me fueron ocurriendo. Uno de ellos, que voy a retomar aquí, es el de el poder redentor de la música (entiéndase redentor como "liberador en las más adversas situaciones").
Sin ninguna duda, el fragmento más conocido de toda la obra de Albinoni es su Adagio en Sol menor. Esta pieza saltó a la fama a raíz de la Guerra de Bosnia. Corría el año 1992 y, durante el asedio de la ciudad de Sarajevo, una bomba cayó junto a un grupo de personas que hacían cola para comprar el pan matando a 22 de ellas. Al día siguiente, el violoncelista Vedran Smailovic, que había visto la masacre desde la ventana de su casa, cogió su cello y se sentó a tocar el Adagio de Albinoni sobre el cráter que había dejado la explosión. Entre balas de francotiradores, repitió el concierto sobre las 16 horas durante 22 días consecutivos, uno por cada una de las víctimas.
El Adagio se convirtió en todo un símbolo de resistencia al asedio. Muchos habitantes de Sarajevo acudían a escucharlo, aún a sabiendas de que constituían objetivos para los francotiradores, en busca de consuelo. Y toda la prensa internacional, ávida de este tipo de anécdotas, comenzó a hacerse eco del violonchelista de Sarajevo. Esta foto de Vedran Smailovic tocando en las ruinas de la otrora magnífica Biblioteca de Sarajevo dio la vuelta al mundo como símbolo de la sinrazón del asedio de Sarajevo y la resistencia de su población:
No es este el único ejemplo de resiliencia gracias a la música. En el siempre interesante programa de Radio Clásica Historia y música, hace tiempo hablaba Roberto Mendès acerca de La música en los campos de concentración. En él cuenta, por ejemplo, cómo el checo Rafael Schächter logró representar en el campo de concentración de Theresienstadt obras como la La novia vendida de Smetana o el Requiem de Verdi echando mano de los pocos instrumentos de que disponía y organizando un coro con sus compañeros de cautiverio.
Sin embargo, si hablamos de campos de concentración y música es obligado hablar, sin duda, del Cuarteto para el fin de los tiempos, compuesto y estrenado en un campo de concentración por Olivier Messiaen. Cuando los alemanes entraron en Francia, Messiaen, que ejercía de camillero, fue capturado e internado en el campo de prisioneros Stalag VIII A. Al parecer, los oficiales a cargo del campo no eran tan fanáticos del régimen nazi como los de otros campos y uno de los guardias, Karl-Albert Brüll, le fue proporcionando a Messiaen papel pautado y lápices para que pudiera componer (de hecho, algo más tarde este mismo guardia le ayudaría con la falsificación de los documentos que le permitieron huir).
El 15 de enero de 1941 se estrenaba, ante un público compuesto por guardias y varios cientos de presos de múltiples nacionalidades, este Cuarteto para una formación totalmente inédita en la historia de la música: clarinete, cello, violín y piano. Messiaen había sido capturado junto al clarinetista Henri Akoka y al violonchelista Étienne Pasquier, así que compuso su música pensando en los instrumentos que podían tocar él y sus compañeros de cautiverio. Las fuentes cuentan que al término del concierto los perplejos oyentes mantuvieron un respetuoso silencio.
La obra, una de las cumbres de la música del siglo XX, se inspira en una frase del Apocalipsis de San Juan, "Ya no habrá más tiempo", y para expresar todo el horror del apocalipsis que estaba viviendo Europa Messiaen hace precisamente eso: eliminar el tiempo usando ritmos especiales y prescindiendo de cualquier compás en busca de una música totalmente atemporal.
Otro de los muchos horrores de la II Guerra Mundial nos ofrece otro ejemplo de resiliencia mediante la música, aunque esta vez bañada de propaganda oficial. En agosto de 1941, las tropas alemanas llegaban a la ciudad de Leningrado. Pocos meses despues lograban cerrar el cerco dando lugar al mayor asedio que ha visto la humanidad. Evidentemente, lo sensato habría sido rendir la ciudad, pero Stalin se ganó su fama de asesino por algo y ordenó que se resistiera a toda costa. Más de tres millones de personas permanecieron sitiadas durante más de 900 días. Se calcula que el número de víctimas, por hambre o por frío, sobrepasó ampliamente el millón de personas. Inspirado por todo este horror, Dimitri Shostakovich compuso su Séptima sinfonía en do mayor, la "Sinfonía Leningrado", una rotunda proclama contra el militarismo nazi y la guerra en general.
Shostakovich, que vivía en Leningrado con su familia, se negó en un principio a ser evacuado hacia el interior como otros artistas e intelectuales y quiso permanecer en su ciudad colaborando como bombero y trabajando en una sinfonía-réquiem que había comenzado hacía algún tiempo. Sin embargo, cuando estaba finalizándola realizó una interpretación para unos amigos y decidió que el tema necesitaba ser desarrollado con mayor amplitud. Esta primigenia sinfonía-réquiem se convertiría en el primer movimiento de la Leningrado.
Las condiciones para la composición en la ciudad eran casi imposibles, pero debido al cerco de los alemanes ya no era posible la evacuación de Shostakovich y su familia, por lo que este compuso a toda prisa, en apenas quince días, el segundo movimiento. Como cuenta Roberto Mendès en su programa dedicado a La batalla de Leningrado, pronto los habitantes de Leningrado se aferraron a esta composición como símbolo de esperanza y resistencia ante el agresor. Tras componer el segundo movimiento, Shostakovich interpretó al piano la Sinfonía ante un grupo de amigos; terminado el primer movimiento comenzaron a sonar las sirenas, pero nadie se movió; Shostakovich solicitó permiso para llevar a su familia al refugio y a continuación continuó interpretando el segundo movimiento en pleno bombardeo.
Poco después, el ejército soviético logró abrir una pequeña vía de evacuación y el compositor y su familia fueron trasladados a Samara, donde terminó los otros dos movimientos. La obra se había convertido en un símbolo anti-nazi y la propaganda política se encargó de potenciarlo de todas las formas posibles. La partitura fue microfilmada y enviada a los países aliados para que pudiera interpretarse allí y en las radios soviéticas sonaba continuamente. Pero lo más impresionante fue su estreno en la propia Leningrado. La partitura hubo de ser lanzada por la noche desde un avión y se reunió como se pudo una exigua orquesta con los pocos músicos que aún estaban en condiciones de tocar. Hitler había anunciado que el 9 de agosto de 1942 caería Leningrado y esa fue precisamente la fecha elegida para el estreno de la Sinfonía en la ciudad. Se instalaron altavoces por toda la ciudad de forma que todos, rusos y alemanes, pudieran oír la Sinfonía, la cual fue precedida, además, por un bombardeo contra posiciones alemanas para asegurarse el silencio de estos durante el concierto.
Independiente del uso progagandístico que le diera Stalin, lo cierto es que la fuerza de la Leningrado está ahí, denunciando los horrores de la guerra y ofreciendo un grito descarnado en contra de todo militarismo.
Hace más de una semana murió Antoni Tàpies, sin duda uno de los grandes de la segunda mitad del siglo XX. Como era de esperar, aparecieron chistes por doquier sobre su no-arte. La ignorancia es osada y en foros como Meneame o Twitter abundan los todólogos con afán de comentarista mordaz. Que gente que es incapaz de entender el cubismo se permita opinar con esa liberalidad sobre arte de hace cuarenta años sólo sirve para calificar al propio comentarista. Allá ellos y su falta de curiosidad.
Empecé a conocer la obra de Tàpies por un libro de una colección sobre pintura del siglo XX que mi madre, siempre dispuesta a alimentar mi incansable curiosidad, tuvo a bien comprarme. No era ni mucho menos de mis favoritos. Los que más me gustaban de aquella colección eran Bacon y Schiele, supongo que porque esa descarnada visión del ser humano enraiza muy bien con el sentir adolescente. Yendo a exposiciones descubrí a Barceló, a Broto y a Zóbel, que fueron alimentando mi amor por la pintura más contemporánea.
Pero Tàpies seguía siendo para mí ese señor serio que pintaba cuadros marrones llenos de cruces. Hasta que tuve la suerte de asistir a la restrospectiva que el Reina Sofía hizo sobre su arte hará algo más de una década. Y me enamoré de su obra. Porque sus texturas, sus grandes formatos, no están hechos para ver reproducidos. Las fotos no le hacen en absoluto justicia. Es solo viendo en directo sus cuadros cuando cobra sentido toda la materia que hay en ellos y las texturas alcanzan un lirismo emocionante pese a la abstracción.
Quería escribir algo a modo de homenaje, pero mis exiguos conocimientos del informalismo me retenían, prudentemente, para no hacerlo. ¿Qué otra cosa podía decir aparte de que me encanta y que llevo años deseando otra retrospectiva? Sin embargo, hace unos días, di con este texto que me parece la mejor de las respuestas a todos aquellos que critican sin haber hecho jamás el más mínimo esfuerzo de acercamiento. Sirva de homenaje para el maestro.
¿Es necesaria una música nueva?
Es tan necesaria y superflua como todo lo nuevo. Sin duda, dado que durante milenios se viajaba a la velocidad de los caballos, también podían darse por satisfechos tras milenios sin tren, coche, avión, etc. Aquí se reconoce el valor de lo nuevo por su utilidad, sin considerar su necesidad. Tal vez la necesidad se muestra solo cuando la ventaja de lo nuevo se ha convertido en necesidad. Tal utilidad y tal necesidad no existen en el arte. Y por eso debemos buscarlas en nosotros: para nosotros es necesario seguir pensando, seguir trabajando, seguir encontrando.
Pero también en lo práctico es lo nuevo en la música una necesidad (por mucha piedad y placer que se halle en sumirse en los pensamientos de los predecesores). Imagínese por un momento que a partir de una detreminada época no se hubiera creado nada nuevo, con lo que lo primero que surge es la cuestión de en qué momento de la historia se debería haber dejado de hacer: ¿en el XIII, en el XIV, en el XV o en algún siglo posterior? ¡¿Cuánto habría permanecido sin expresarse entonces?!
Supongamos que despues de Bach, pues con él empieza una nueva época, por ejemplo, no se hubiera creado nada nuevo, conformándose con lo creado hasta entonces. ¿Acaso no sería entonces menor la comprensión de Bach que hoy?
Una fotografía de Gilfer que me lleva obsesionando un rato.
Más ejemplos de su interesante obra en Gilfer - Artista plástico. Por cierto, por si hay alguien por ahí a quien, como a mí, le interese la escultura: tenemos la suerte de tener dos de sus esculturas en sendas glorietas de Valdemoro, aquí en Madrid.
Sean felices ;-)
Les dejo, a continuación, con una serie de textos que -creo- merecen una lectura y una reflexión profunda. Lo ideal sería leer los artículos completos porque todos ellos son más que interesantes, pero por si andan faltos de tiempo, les extraigo algunos párrafos.
En plena efervescencia del #15m, el maestro Muñoz Molina ya avisaba de lo imprescindible de la autocrítica para llegar a buen puerto (las negritas, en todas estas citas, son mías):
Escribía [en la década de los noventa] denunciando el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de la enseñanza pública, el disparate de un televisión pagada con el dinero de todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en lo superfluo y la mezquindad en lo necesario. Recuerdo un artículo en el que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome traidor a mi tierra [...]
El orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la dificultad y la satisfacción del hacer. [...] Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en identidad colectiva haya sido la base de una gran parte de los discursos políticos ha sido para mí una de las grandes sorpresas de la democracia en España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de izquierdas, ser de derechas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la Macarena, ser machote, ser joven. La omipresencia del ser cortocircuita de antemano cualquier debate [...]
Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica.
Poco después, Luis Alfonso Gámez, en su blog para El Correo, citaba al artículo anterior al explicar por qué, pese a estar en su nacimiento de acuerdo con el movimiento #15m, había decidido desentenderse del mismo:
Falta cabeza en las concentraciones de los indignados. En todos los sentidos. La ausencia de liderazgo ha hecho que un movimiento nacido del hartazgo ciudadano por la degeneración del sistema democrático se haya convertido en un totum revolutum con aspiraciones lógicas -que se reforme la ley de financiación de los partidos políticos y total transparencia en la gestión pública- y delirios propios del idealismo más pueril y pseudorrevolucionario [...] Estoy de acuerdo con quienes creen que el sistema necesita una regeneración profunda y que los gestores de la cosa pública son culpables, en parte, de la situación en la que vivimos. Pero los ciudadanos de a pie también lo somos porque, durante años, hemos consentido a los políticos hacer lo que quisieran, y hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y mirando para otro lado como si no hubiera un mañana. El mañana es hoy y ha llegado la hora de despertar, como ha escrito Antonio Muñoz Molina.
Pero el despertar tenía que ser a la racionalidad y lo que, lamentablemente, se está colando en las acampadas es todo lo contrario, chifladuras como el reiki, las sectas, las conspiranoias y los movimientos anticientíficos que llevan décadas apadrinados por la izquierda más desnortada y hundida. [...] La regeneración de la democracia no pasa por dejar el cerebro en casa, por renunciar a los principios de la Ilustración, por volver a las cavernas mentales. Al contrario. Abandonar la razón no es una opción.
"Frente al pesimismo de la razón, el optimismo de la libertad", que decía Gramsci. Cualquiera que haya asistido a una reunión de vecinos de su comunidad sabe de sobra la cantidad de ruido e ideas peregrinas que pueden llegar a emanar de una asamblea. En toda sesión de brainstorming es necesario que haya un canalizador que seleccione qué ideas son buenas y cuáles deben desecharse. Y la cosa pública es algo extremadamente complejo. Cives, en su blog Materias grises, lo expresa así:
Las formas viables de democracia que conocemos no han tenido nunca que ver con el gobierno por el pueblo. El gobierno de un país es algo, al menos, tan complicado como la cirugía y la razón por la que cualquiera no puede ejercerlo es muy parecida a la razón por la que no todo el mundo puede hacerse a sí mismo una operación a corazón abierto. Sugerir lo contrario, es no tener la más mínima intuición del grado de lo técnicas que son las políticas públicas ni sobre la sociología de masas o sobre el hecho psicológico evidente que son los “cinco minutos de Churchill”.
[...]
La democracia ha funcionado porque ha sido una forma de seleccionar, vigilar, disciplinar y sustituir de forma razonablemente efectiva y pacífica a las élites que están al frente de las agencias gubernamentales.
Lo que me lleva a Roger Senserrich, su compañero de blog, quien hace ya algún tiempo escribía lo siguiente al hablar de cómo funciona la corrupción:
Un sistema político con poca alternancia política y una oposición poco efectiva es una máquina de generar corrupción; si uno no tiene por qué preocuparse por costes electorales y tiene un control sólido de la maquinaria estatal (esto es, los funcionarios que investigan corrupción dependen de mí) la propensión al mangoneo será mayor. Un partido político que gana elecciones constantemente es además un buen “socio” para comprar favores, ya que sabes que seguirán allí después de las elecciones, garantizando que el trato no se rompe.
En otro de sus magníficos post, reflexionaba acerca de los pros y los contras de las listas abiertas. Básicamente -viene a decir-, las listas abiertas son más representativas, sí, pero requieren un esfuerzo mucho mayor por parte del ciudadano para ejercer el control político (¿están los indignados, muchos de los cuales desconocen cómo se elige a los miembros de, por ejemplo, el Tribunal Constitucional, dispuestos a hacerlo?):
Una democracia representativa vive en el equilibrio de dos factores. Por un lado, la capacidad de los electores para premiar a los buenos políticos y castigar a los malos; por el otro, la posibilidad de votar a un determinado número de cargos políticos y candidatos. Como [sic] mayor es el el segundo elemento (más instituciones se votan, más políticos individuales), más difícil resulta para el votante hacer lo primero.
[...]
Un sistema político necesita ser representativo, pero también requiere ser mínimamente claro. En un sistema bipartidista con un gobierno centralizado, el legislador ha apostado por la claridad por encima de cualquier otra cosa: uno tiene partido A y partido B, y si no es mérito de uno es culpa del otro. Un sistema de listas abiertas añade representación, haciendo más factible votar a alguien que nos gusta, pero también hace más costosos saber si esa ley absurda que tanto nos irrita es culpa o mérito de alguien que podemos castigar o premiar. Si un político no teme perder el cargo, sus incentivos para tratar de cumplir con las preferencias de los votantes disminuyen, y el sistema se hace menos efectivo en este aspecto.
En resumen, las listas abiertas no son un sistema sin costes. En política, como en todas partes, nada sale gratis, y escoger un sistema que exige más de ciudadanos que tienden al mínimo esfuerzo tiene sus contrapartidas. Como siempre, encontrar un equilibrio entre lo deseable y lo razonable es necesario.
Y, en otro de sus interesantes artículos, hacía una comparativa sobre los diferentes sistemas electorales existentes en las democracias occidentales y cómo tienen poca o ninguna influencia a la hora de generar sistemas de gobierno eficientes o disfuncionales:
[...] en una democracia no escogemos a nuestros líderes en las urnas –lo que hacemos es escoger qué grupo de líderes preferimos, dentro de la lista de gente que nos presenta cada partido político. Incluso en un sistema de listas abiertas, el trabajo de selección de élites gobernantes realmente no se hace en las urnas, sino en los despachos, asambleas, congresos y demás de los partidos políticos. Es por eso que un país como Italia puede cambiar de sistema electoral catorce veces en dos décadas y seguir escogiendo inútiles con el mismo entusiasmo de siempre, y por eso un país como Nueva Zelanda sigue igual de bien gobernado antes y después de una reforma electoral.
El problema, en España, no es la ley electoral. El problema es la selección de líderes, organización interna de los partidos políticos, y cómo escogen a sus élites.
Y seguiría recomendándoles artículos del bueno de Roger y su compañero Cives, pero no pararía nunca. Mi consejo es que agreguen su blog a su lector de feeds preferido y consulten sus artículos antes o después de leer su periódico favorito. Aprenderán muchísimo de política (rigurosamente académica) y economía.
No obstante, antes de colgar este post -y aunque no tiene mucho que ver con el tema de la representación política y el #15m- querría incluirles un fragmento del discurso de Maryam Namazie, representante del Consejo de ex Musulmanes de Gran Bretaña, que ha tenido a bien traducir Eduardo Robredo en su blog. Creo que es difícil expresarlo mejor:
Si miramos al cristianismo de hoy, no se trata de que sus principios, dogmas y principios hayan cambiado desde los tiempos de la inquisición y de la quema de brujas. Lo que ha cambiado es su influencia política y social en la sociedad, en las vidas de las personas, y su relación con el estado, la ley y el sistema educativo. En la medida en que se ha visto disminuida esta influencia, en esa misma medida las personas han conseguido liberarse a sí mismas de las ataduras de la religión, tener unas vidas más felices y una sociedad mejor. Los valores humanos progresistas se han logrado a expensas del cristianismo y de la religión. Lo mismo debe hacerse con el Islam y el islamismo.
Lean, infórmense, reflexionen, busquen más argumentos a favor o en contra. Finalmente, fórmense su opinión. Y, como siempre digo, sean curiosos y felices ;-)
El pasado día 6 tuve la inmensa suerte de asistir a la primera de las representaciones del San Francisco de Asís que ha programado Gerard Mortier para esta temporada del Real. Y digo inmensa suerte porque, de no haber entrado en mi abono, creo que jamás se me habría ocurrido asomarme a esta obra.
¿Asistir a un espectáculo de seis horas (incluidos descansos) que versa sobre la vida de un santo? ¿A una ópera a la que hasta los amigos más melómanos se han referido como "un tostón inaguantable"? ¿Y que encima se representa en el Madrid Arena, de donde no saldremos hasta pasadas las doce de la noche? La cosa, la verdad, se dibujaba terrorífica y poco motivadora. Y, sin embargo, me ganó por completo hasta el punto de que probablemente sea lo que más recuerde de esta temporada (y mira que me encantó la Ifigenia).
Vale que apenas hay historia, que la ópera es larga, que el sexto cuadro -el de los pajaritos- se hace durillo y que el tema de la santidad, pues como que no, pero la música... ¡Ay, la música! Te envuelve, te lleva, te subyuga. Jolín, si al final del tercer cuadro casi me pongo a gritar "¡milagro, milagro!" con la curación del leproso.
Vamos, que disfruté como una enana. Y sí, se hizo largo, pero nada en absoluto teniendo en cuenta su duración (nada que ver con la interminable muerte del pesado insoportable de Werther). De hecho, de no haber sido porque esta semana he tenido las tardes algo achuchadas, me habría comprado una entradita de 6 euretes (¡seis euros!, ¡estamos que lo tiramos, señora!) para poder volver a disfrutarla. Como gran parte del público que asiste al Real lo hace porque ha visto Pretty woman y desean emocionarse cual Julia Roberts, en cuanto la cosa requiere un mínimo esfuerzo, salen despavoridos dejando sus asientos libres a los que sí disfrutamos de la música (y menos mal, porque hay que ver la lata que dan los pobres cuando se aburren, venga a removerse en la butaca, a chatear desde la Blackberry, a darle al abanico o a sacar un ruidoso caramelo del bolso tras otro).
El caso es que no quería aquí hablar tanto del San Francisco, que bastante lo han hecho ya los medios, como de un curiosísimo instrumento que interviene en esta ópera: las ondas Martenot. Este instrumento, profusamente utilizado por Messiaen (su cuñada, Jeanne Loriod, fue una de las primeras intérpretes de las ondas Martenot), está presente durante gran parte de la ópera alcanzando momentos sublimes en los pasajes en los que "dialoga" con la voz del ángel.
Su sonido monofónico (una sola nota cada vez) resulta absolutamente hipnótico y -estoy segura- es en parte responsable de la atracción que acaba produciendo esta ópera.
¿Que como suena? Pues aunque no se lo crean es bastante probable que ya lo hayan escuchado en alguna ocasión: Radiohead lo utiliza en muchos de sus álbumes y aparece en la banda sonora de Amelie que compuso Yann Tiersen. De todas formas, como lo mejor es escucharlo, aquí les dejo un vídeo de Youtube:
Y, hablando de instrumentos raros, ese segundo instrumento que aparece, justo después de que salga Radiohead, y que parece una tabla de planchar es un theremin. Al parecer, en 1928 a todo el mundo le dio por inventar extraños instrumentos musicales eléctricos y mientras Maurice Martenot asombraba con sus ondas, Leon Theremin llevaba a la oficina de patentes americana su theremin (no se pierdan este post de Nacho Escolar sobre la historia de Leon Theremin).
Las ondas Martenot dejaron de fabricarse en 1988 (aunque gracias a un proyecto se ha recuperado a través de un instrumento basado en estas y que se llama l'ondéa), pero el theremin está muy de moda entre ciertos sectores indies (los oyentes habituales de Hoy empieza todo o Discogrande, seguro que recuerdan alguna entrevista reciente en la que alguien llevara o hablara de un theremin).
El theremin causó furor en occidente y se puede decir que la música popular no sería la que es hoy en día sin su invención. Los Beach Boys lo incorporaron en su conocido "Good Vibrations" (aunque lo que suena no es exactamente un theremin) y toda una serie de inventores se lanzaron a construir instrumentos electrónicos basados en las ideas de Theremin. Uno de los más exitosos fue Robert Moog quien, como cuenta Nacho Escolar en La importancia de llamarse Moog, amasó una pequeña fortuna vendiendo por correspondencia kits de "hazte tu propio theremin". Más adelante, Moog inventó el sintetizador y la historia de la música cambió para siempre. A ningún aficionado a la música popular se le escapa la influencia fundamental que han ejercido estos instrumentos a lo largo de las últimas cuatro décadas.
El pasado diciembre asistí, animada por mi querido Klingsor, a un concierto de Owen Pallett. Si tienen ocasión de asistir a alguno no se lo pierdan porque es absolutamente fabuloso. Estábamos allí una cincuentena de personas cuando de repente aparece el pequeño Owen con un violín. Y nadie más. Menudo concierto. Un Minimoog a su izquierda, algo parecido a un Moog Taurus a sus pies y su violín, eso es todo. La cantidad de sonidos que consigue sacar él solo con estos tres instrumentos es increíble. Toca una secuencia de notas en su violín mientras acciona con el pie el Taurus para grabarla y montar un bucle que deja sonando mientras pasa a sumar otra secuencia, quizás esta vez percutiendo con los dedos sobre la caja del violín. De verdad, digno de contemplar.
Aunque en este vídeo está acompañado por un percusionista, sirve muy bien de ejemplo. Escuchen con atención y observen cómo va montando y sumando bucles de lo que acaba de tocar para continuar añadiendo sonidos. Y es que Owen no es un cualquiera. A los 13 años ya componía y escribió dos óperas antes de acabar la universidad.
No sé si Owen Pallett le tiene entre sus influencias, pero a mí su música me recuerda a la del compositor americano Steve Reich. Steve Reich (enlace de Spotify a su Three tales, que, por cierto, me encanta) experimentó mucho con la grabación de bucles y la superposición de estos en sus composiciones de una forma que me parece bastante emparentada a la de Owen.
Pero Reich además trabajó con la idea de que la voz hablada posee una musicalidad propia, algo sobre lo que también había investigado el excéntrico y fascinante Harry Partch, que nos lleva a la última parada de este post.
La biografía de Harry Partch está tan llena de peripecias que merece su propio post, pero lo que nos interesa aquí es que, mientras gran parte de la música occidental estaba fascinada por el dodecafonismo a mediados del siglo XX, Harry Partch se salió por la tangente defendiendo la composición de música microtonal. Como los instrumentos "tradicionales" presentaban enormes dificultades para reproducir las notas de su escala microtonal, Partch pasó gran parte de su vida inventando extraños instrumentos que se ajustaran a su música: la viola adaptada, la marimba diamante o el kitharas, por poner sólo un par de ejemplos. Una simple búsqueda en Youtube sobre Harry Partch les devolverá una buena colección de entrevistas y ejecuciones del músico, pero aquí les dejo la primera parte de un reportaje sobre él:
Y con la "marciana" música de Harry Partch y sus extraños instrumentos cerramos este post que comenzó con las ondas Martenot y continuó con theremin, los cuales, por cierto, también son instrumentos microtonales. Espero que al menos, les haya abierto el apetito para acercarse a cierta música. Y, no lo olviden: sean curiosos y felices ;-)