Deténganse, aunque sólo sea unos minutos, a ver este vídeo:
No, no es que los músicos se hayan declarado en huelga. Tampoco se trata de una tomadura de pelo (o quizás sí, eso lo juzgarán ustedes). Se trata de la interpretación de la pieza 4'33'', compuesto en 1952 por Jonh Cage. Años más tarde, en 1973, Cage explica en Silence:
La idea de que la división entre música y ruido se encuentra únicamente en nuestra capacidad para escuchar puede parecer osada, pero si se paran a pensarlo un momento es de lo más acertada. Pocas melodías se me ocurren que sean más fáciles de asumir para el oído que las de las canciones de los Beatles. Y, sin embargo, aún recuerdo comentarios de mi abuela afirmando que estas no se tratan más que de ruido sin ningún sentido.
La música, al fin y al cabo, no deja de ser una suerte de constructo mental, pura matemática que el cerebro interpreta tratando de dotar de algún sentido. Y, sin duda, alcanzar el nivel de interpretación de una determinada música requiere entrenamiento. Hace un tiempo, mi querido Cinephilus me contaba que les había puesto a sus alumnos de Secundaria el tema Bailando, de Alaska y los Pegamoides. Me decía, consternado, que les había resultado "lentísimo". Nos pareció horrible -por lo viejos que nos hizo sentir- e incomprensible, pero pensándolo bien -y escuchando el tema con nuevos oídos- sus alumnos llevan razón: es lento. Cualquier sampler de los que se escuchan en los temas de los 40 Principales actualmente va a muchas más revoluciones. Y es que desde aquella Alaska de los comienzos, la música pop ha sufrido transformaciones de todo tipo influida por todo tipo de corrientes mucho más "ruidosas" o, cuanto menos, "rápidas" (noise pop, rock industrial, acid house o el mismo reggaeton por poner solo unos ejemplos de lo más variopinto).
Recuerdo la primera vez que escuché el Tristán e Isolda, ópera bellísima y una de mis preferidas. Andaba yo iniciándome en el mundo de la ópera y, tras La flauta mágica de Mozart, la Carmen de Bizet y la Tosca de Puccini, decidí que ya era el momento de dar el salto a Wagner. La "Obertura" me pareció fascinante, aunque francamente difícil, pero el resto de la ópera me resultó ininteligible. Mi cerebro, simplemente, era incapaz de encontrar hilazón alguna entre esos acordes inarmónicos que, de vez en cuando, salpican la partitura de Wagner. No lograba desentrañar la melodía y la música se me antojaba en ocasiones una sucesión de notas y acordes no relacionados entre sí.
Hoy en día, miles de horas de música después, tras lanzar a mi oído a pelear con Pierre Boulez (Poliphonie X y Structuctures II en Spotify), Penderecki (Sinfonías 5 y 1 en Spotify), Olivier Messiaen (Quatuor pour la fin du temps, en Spotify) o el mismo Cage, vuelvo con gusto a Wagner a "descansar", a refugiarme en melodías "faciles" que mi cerebro interpreta sin dificultad.
Tiendo, por tanto, a dar la razón a John Cage en eso de que música es todo aquello que decidimos escuchar y por eso trato de acoger sin prejuicios y con interés cualquier tipo de propuesta más o menos experimental que indague en este campo.
John Cage y su amigo-enemigo Boulez comenzaron hacia los años 50 a investigar acerca de la composición basada en sonidos generados más o menos aleatoriamente. Muchos han seguido su estela ayudados, además, con los avances de la informática y la computación. El bueno de Buliano tuvo la gentileza de hacerme llegar el otro día Music of Timetables (enlace a Spotify), un proyecto musical de Yoshiaki Hagihara consistente en generar música mediante pequeños programas escritos en Perl que toman como base los horarios de salida y llegada de trenes de la línea Yamanote de Tokio. La web del proyecto informa con más detalle acerca del proceso de composición y los scripts de Perl utilizados. El resultado es, cuanto menos, interesante.
Otro experimento interesante es el llevado a cabo por el escultor Cruz Novillo en la reforma de la fachada del Instituto Nacional de Estadística en Madrid. La gente de Microsiervos lo explica muy bien en este artículo, pero les adelanto que el código de colores, denominado Diafragma decafónico de dígitos, transcribe una serie de cifras estadísticas de nuestro país y puede ser interpretado musicalmente. En la web de Microsiervos pueden escuchar cómo suena lo que vendría a ser una especie de himno decafónico-estadístico de nuestro país.
Y, hace un par de años, el Centro de Arte DA2 de Salamanca organizó la exposición Rock my religion (interesantísima, por cierto) en la que se establecía un diálogo entre el arte y diversas formas de la música popular. En esta, entre otras muchas cosas muy recomendables, se instaló la obra Black Chords del francés Saâdane Afif. Al parecer, el periodista musical Patrick Audeline había escrito, no sin razón, un artículo en el que afirmaba toda la música popular contemporánea podía reducirse a poco más de una decena de acordes combinados de diferentes formas. La obra de Saâdane Afif explora este hecho disponiendo en una sala una serie de guitarras Gibson, cada una de ellas afinada en un acorde diferente, y haciéndolas sonar a distinto ritmo y en distinto orden cada vez mediante un software que genera combinaciones aleatorias. Resultaba curioso, la verdad, quedarse escuchando un rato, ya que tarde o temprano se acababa reconociendo el comienzo de alguna conocida canción al sonar alguno de esos acordes aleatorios.
Así que, ya saben, la próxima vez que escuchen algo que les suene a ruido, parense un momento y preguntense si en realidad lo que ocurre es que lo han escuchado poco. Libérense de prejuicios, en esto y en todo, y disfrutarán más de la vida. Sean curiosos y felices ;-) Les dejo con un grupo que me fascina: Animal Collective.
Dondequiera que estemos, lo que oímos es fundamentalmente ruido. Cuando lo ignoramos, nos perturba. Cuando lo escuchamos, nos resulta fascinante.Cage viene a decir que vivimos rodeados de sonido y que lo único que determina si los consideramos música o simple ruido es el hecho de que nos detengamos a escucharlos o no. De ahí que, en una boutade grandiosa, el siempre provocador Cage decidiera "componer" una pieza en la que el espectador, simplemente, debe recrearse en escuchar el silencio a lo largo de cuatro minutos y 33 segundos.
La idea de que la división entre música y ruido se encuentra únicamente en nuestra capacidad para escuchar puede parecer osada, pero si se paran a pensarlo un momento es de lo más acertada. Pocas melodías se me ocurren que sean más fáciles de asumir para el oído que las de las canciones de los Beatles. Y, sin embargo, aún recuerdo comentarios de mi abuela afirmando que estas no se tratan más que de ruido sin ningún sentido.
La música, al fin y al cabo, no deja de ser una suerte de constructo mental, pura matemática que el cerebro interpreta tratando de dotar de algún sentido. Y, sin duda, alcanzar el nivel de interpretación de una determinada música requiere entrenamiento. Hace un tiempo, mi querido Cinephilus me contaba que les había puesto a sus alumnos de Secundaria el tema Bailando, de Alaska y los Pegamoides. Me decía, consternado, que les había resultado "lentísimo". Nos pareció horrible -por lo viejos que nos hizo sentir- e incomprensible, pero pensándolo bien -y escuchando el tema con nuevos oídos- sus alumnos llevan razón: es lento. Cualquier sampler de los que se escuchan en los temas de los 40 Principales actualmente va a muchas más revoluciones. Y es que desde aquella Alaska de los comienzos, la música pop ha sufrido transformaciones de todo tipo influida por todo tipo de corrientes mucho más "ruidosas" o, cuanto menos, "rápidas" (noise pop, rock industrial, acid house o el mismo reggaeton por poner solo unos ejemplos de lo más variopinto).
Recuerdo la primera vez que escuché el Tristán e Isolda, ópera bellísima y una de mis preferidas. Andaba yo iniciándome en el mundo de la ópera y, tras La flauta mágica de Mozart, la Carmen de Bizet y la Tosca de Puccini, decidí que ya era el momento de dar el salto a Wagner. La "Obertura" me pareció fascinante, aunque francamente difícil, pero el resto de la ópera me resultó ininteligible. Mi cerebro, simplemente, era incapaz de encontrar hilazón alguna entre esos acordes inarmónicos que, de vez en cuando, salpican la partitura de Wagner. No lograba desentrañar la melodía y la música se me antojaba en ocasiones una sucesión de notas y acordes no relacionados entre sí.
Hoy en día, miles de horas de música después, tras lanzar a mi oído a pelear con Pierre Boulez (Poliphonie X y Structuctures II en Spotify), Penderecki (Sinfonías 5 y 1 en Spotify), Olivier Messiaen (Quatuor pour la fin du temps, en Spotify) o el mismo Cage, vuelvo con gusto a Wagner a "descansar", a refugiarme en melodías "faciles" que mi cerebro interpreta sin dificultad.
Tiendo, por tanto, a dar la razón a John Cage en eso de que música es todo aquello que decidimos escuchar y por eso trato de acoger sin prejuicios y con interés cualquier tipo de propuesta más o menos experimental que indague en este campo.
John Cage y su amigo-enemigo Boulez comenzaron hacia los años 50 a investigar acerca de la composición basada en sonidos generados más o menos aleatoriamente. Muchos han seguido su estela ayudados, además, con los avances de la informática y la computación. El bueno de Buliano tuvo la gentileza de hacerme llegar el otro día Music of Timetables (enlace a Spotify), un proyecto musical de Yoshiaki Hagihara consistente en generar música mediante pequeños programas escritos en Perl que toman como base los horarios de salida y llegada de trenes de la línea Yamanote de Tokio. La web del proyecto informa con más detalle acerca del proceso de composición y los scripts de Perl utilizados. El resultado es, cuanto menos, interesante.
Otro experimento interesante es el llevado a cabo por el escultor Cruz Novillo en la reforma de la fachada del Instituto Nacional de Estadística en Madrid. La gente de Microsiervos lo explica muy bien en este artículo, pero les adelanto que el código de colores, denominado Diafragma decafónico de dígitos, transcribe una serie de cifras estadísticas de nuestro país y puede ser interpretado musicalmente. En la web de Microsiervos pueden escuchar cómo suena lo que vendría a ser una especie de himno decafónico-estadístico de nuestro país.
Y, hace un par de años, el Centro de Arte DA2 de Salamanca organizó la exposición Rock my religion (interesantísima, por cierto) en la que se establecía un diálogo entre el arte y diversas formas de la música popular. En esta, entre otras muchas cosas muy recomendables, se instaló la obra Black Chords del francés Saâdane Afif. Al parecer, el periodista musical Patrick Audeline había escrito, no sin razón, un artículo en el que afirmaba toda la música popular contemporánea podía reducirse a poco más de una decena de acordes combinados de diferentes formas. La obra de Saâdane Afif explora este hecho disponiendo en una sala una serie de guitarras Gibson, cada una de ellas afinada en un acorde diferente, y haciéndolas sonar a distinto ritmo y en distinto orden cada vez mediante un software que genera combinaciones aleatorias. Resultaba curioso, la verdad, quedarse escuchando un rato, ya que tarde o temprano se acababa reconociendo el comienzo de alguna conocida canción al sonar alguno de esos acordes aleatorios.
Así que, ya saben, la próxima vez que escuchen algo que les suene a ruido, parense un momento y preguntense si en realidad lo que ocurre es que lo han escuchado poco. Libérense de prejuicios, en esto y en todo, y disfrutarán más de la vida. Sean curiosos y felices ;-) Les dejo con un grupo que me fascina: Animal Collective.
Este post ha sido posible gracias a todo lo que he aprendido y disfrutado leyendo El ruido eterno, de Alex Ross, una lectura recomendabilísima (¡¡aprovechen la Feria del libro!!).
2 comentarios:
Leyendo tu interesante post ;-) se me ha venido a la cabeza el trabajo de Johann Johannsson, "IBM 1401, A User's Manual" que no se basa exactamente en los mismos conceptos que comentas pero sí tienen cierta relación (y me has obligado a buscarlo en mi catálogo de CDs).
Sobre el uso del silencio también se me ha venido a la cabeza una famosa escena en "Con la muerte en los talones" en donde NO HAY MÚSICA y donde el arranque de los famosos acordes de la genial banda sonora al final de la escenita (la del avión en el campo de maiz) libera tensión y es uno de los mejores ejemplo del uso magistral de una banda sonora en una película.
Me anoto lo de Johann Johannsson.
En cuanto a la banda sonora "Con la muerte en los talones", es que Bernard Herrmann es uno de los grandes: Psicosis, Tiburón, El factor humano... Algún día lo mismo escribo sobre él :-)
Publicar un comentario