11 de mayo de 2006

Re(flexiones) XVI



HELMER: Antes que nada, eres esposa y madre.
NORA: Ya no creo en eso. Creo que, ante todo, soy un ser humano igual que tú... O, por lo menos, debo intentar serlo. [...] Sólo sé que mis ideas difieren por completo de las tuyas. Además, me doy cuenta de que las leyes no son lo que yo creia. Y no me entra en la cabeza que semejantes leyes puedan ser justas. [...]
HELMER: Hablas como una niña, sin comprender nada de la sociedad en la que vives.
NORA: No, es cierto, no comprendo nada. Pero quiero comprenderlo y averiguar quién de los dos tiene razón: si la sociedad o yo.

Casa de muñecas, Henrik Ibsen, 1877.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nora... Cuántas mujeres tras ese nombre y cuánta osadía la de Ibsen al escribir su obra. El final sigue siendo uno de los momentos más sublimes de la historia del teatro y es difícil encontrar puestas en escena que le hagan justicia.
Ibsen supo reconvertir el modelo de personaje femenino decimonónico y, sumándole unas gotas de heroína griega (se respira Fedra y Medea en todas sus páginas), adelantarse al personaje de la mujer de la literatura de principios del XX.
Con esa puerta que se cierra al final abrió un camino que aún hoy sigue sin terminar de recorrerse.
Un camino que reivindicaba la propia identidad por encima del estereotipo, los roles y el determinismo social. Un paso más allá del naturalismo que, como toda revolución, sucede desde dentro. Y rompe para crear. Para dar lugar a nuevos caminos en la literatura dramática del siglo XX. En definitiva, para hacernos mejores...

lopezsanchez dijo...

Jolín, qué comment más chulo!! Qué lujazo esto de tener exégetas ;-)

Y qué lujazo contar de nuevo con tu presencia por estos lares ;-)