Ays, qué gustito esto de darle a la tecla y bloguear por fin. Y es que esta mañana he decidido profundizar en mi fobia social, así que he sacado el carrito del armario y me he ido toda pizpireta a relacionarme con tenderos, amas de casa y jubiladetes en el mercado. Toda una experiencia. Yo ahí, mirando mi numerito del turnomatic al ritmo de mi iPod mientras me preguntaba por qué si yo tenía el 36 y marcaba el 42 no me había tocado aún. Y las avispadas señoras que pasaban por delante "ay, hija, es que sólo quiero un kilito de filetes", "uy, perdona, si ya estaba aquí antes pero me fui un momentito a por boniatos", "hijita, ¿me dejas pasar delante? Es que mi padre está solo en casa, tiene Alzehimer y le encantan las cerillas". Y claro, una que es educada y tonta, pues hala, las va dejando pasar. Menos mal que a eso de las once y media debía empezar la novela y me he quedado sola en la Mariano y Tomás que si no no me habría tocado en la vida.
Y es que, qué quieren que les diga, me siento un pelín estafada. Me habían dicho que hay que comer sano y todo eso y yo me lo creí. Así que, hala, a comer verduritas y ensaladas y carne y pescado fresco y todas esas cositas del mercado. Claro, antes era mi señor novio el encargado de la intendencia, que para eso es mi señor novio: para evitarla a una los sufrimientos derivados de su fobia social. Pero claro, ahora una está ociosa, y el señor novio es el que trae el pan a casa y, bueno, no se trata de explotar al personal así que ahora me toca a mí lidiar con los tenderos.
En fin, que un kilito de esto, otro kilito de lo otro y tal y pascual. Y vuelta a empezar: nuevo numerito, esta vez en los Hermanos Lave, y vuelta al desfile de señoras y algún que otro viejecillo que me pasa por delante. Definitivamente, un día de estos voy a mirar en el Centro Cívico del barrio a ver si me dan un curso de eso de colarse en el mercado porque esto no es plan.
Y, por fin, vuelta a casa después de tres comercios con sus correspondientes colas y un paseo por la tienda de los congelados (por cierto, qué pastón esto de comer sano). Claro que si fuera este el final no estaría tan mal la cosa, pero no, no se ha acabado aún porque toca empaquetar y etiquetar en raciones individuales cada cosita para meterla en el congelador. Un filete de pollo. Dos chuletas de cerdo. Dos lenguados. ¡¡Dios mío!! Si parezco mi madre con tanto orden y concierto. ¿Será verdad que me estoy volviendo vieja?
Y es que, qué quieren que les diga, me siento un pelín estafada. Me habían dicho que hay que comer sano y todo eso y yo me lo creí. Así que, hala, a comer verduritas y ensaladas y carne y pescado fresco y todas esas cositas del mercado. Claro, antes era mi señor novio el encargado de la intendencia, que para eso es mi señor novio: para evitarla a una los sufrimientos derivados de su fobia social. Pero claro, ahora una está ociosa, y el señor novio es el que trae el pan a casa y, bueno, no se trata de explotar al personal así que ahora me toca a mí lidiar con los tenderos.
En fin, que un kilito de esto, otro kilito de lo otro y tal y pascual. Y vuelta a empezar: nuevo numerito, esta vez en los Hermanos Lave, y vuelta al desfile de señoras y algún que otro viejecillo que me pasa por delante. Definitivamente, un día de estos voy a mirar en el Centro Cívico del barrio a ver si me dan un curso de eso de colarse en el mercado porque esto no es plan.
Y, por fin, vuelta a casa después de tres comercios con sus correspondientes colas y un paseo por la tienda de los congelados (por cierto, qué pastón esto de comer sano). Claro que si fuera este el final no estaría tan mal la cosa, pero no, no se ha acabado aún porque toca empaquetar y etiquetar en raciones individuales cada cosita para meterla en el congelador. Un filete de pollo. Dos chuletas de cerdo. Dos lenguados. ¡¡Dios mío!! Si parezco mi madre con tanto orden y concierto. ¿Será verdad que me estoy volviendo vieja?
5 comentarios:
Hacer las cosas de manera diferente a como lo hace la mayoría, siempre fue más caro.. En eso se basa el funcionamiento de la ley dela oferta y la demanda (que por algo soy, en realidad, economista).
Lo de colarse tiene más que ver con lo incívica que es la gente en este país... Un vicio nacional en el que casualmente pensaba esta mañana, en la que, en la placidez de mi recorrido de autobús al trabajo, tan rícamente leyendo mi librito, se me han sentado dos señoras al lado de esas que hablan levantando la voz como si tuviera que enterarse de lo que dicen hata el último señor del asiento del fondo. Yo, como siempre hago, las miro con cara de asombro, incluso sacudo un poco mi cabeza, como si no me creyera lo que veo... Pero es que creo que ni entienden la indirecta... "En España es que somos así" dirá alguno. Sí, y así nos va... Yo para esto siempre he sido más europeo, la verdad.
"pfmnj" por favor, me dejen en paz
solo nos colamos y somos incívicos los españoles...? no sé, a mí se me han colado en otros países y lugares con bastante frecuencia, la verdad...
humildemente, se recomienda relectura del fabuloso artículo "en este país" de larra, a quien pueda interesar
mmmm, no sé, creo que a mí se me colarían en cualquier lugar del mundo. No es un problema de incivismo de los demás, sino de mi fobia social, que me vuelve invisible en lugares llenos de gente.
En cualquier caso, no era más que un post intrascendente ;-)
Sí, intrascendente... Y además, yo, lo de eso sólo pasa aquí, más bien que lo refería exclusivamente a lo de gritar en los lugares públicos casi por norma general... Bueno, yo es que personalmente eso de que la gente hable en voz tan alta lo llevo muy mal. Igual es que como no puedo evitar pillarme con las conversaciones ajenas, que suban el tono no me ayuda mucho a superar mi "insisivo espíritu cotilla"... Curiosidad por lo humano, prefiero llamarlo yo ;-) jajajaja
Pues ahí te voy a dar la razón, amigo Vulcano, porque a mí cualquier conversación atrae mi foco de atención en detrimento de mi lectura. ¡¡Y me da una rabia!!
Claro que seguro que cuando estoy al otro lado y soy yo la que monta la escandalera no me doy ni cuenta :-P
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