Ha pasado casi una década desde que subí mi último post a este ático. Casi sin darnos cuenta, las grandes plataformas -primero Facebook, después Twitter, Instagram y demás- fueron haciéndose con la atención de los internautas en un proceso centralizador que ahora pretende desmontar la web3.
La necesidad de comunicarse, de compartir ideas, de tratar de convencer y atraer al otro hacia nuestra manera de ver el mundo no ha cambiado. Lo que ha ido cambiando ha sido el medio.
A finales de la primera década de este siglo proliferaban los blogs. La promesa de la democratización del mensaje. Todo aquel que tuviera algo que decir, por nimio que fuera, podía abrirse un blog y lanzarse a publicar. Y allí estuvimos muchos, los pioneros, aquellos a los que nuestros conocidos no-internautas miraban con extrañeza ("¿Tienes un blog? ¿Y para qué? ¿Qué tienes que decir que le interese al mundo?"). Pero no importaba: nos encantaba. El placer de pasar horas pensando qué nuevo contenido subiríamos, con qué íbamos a sorprender a nuestro puñadito de lectores.
Y, por supuesto, el placer de la visita al amigo, al vecino, al usuario virtual con el que habías encontrado cierta afinidad compartida a través de sus posts, los tuyos o los de un blog de consulta habitual.
La parte de comentarios de cada post se poblaba con las respuesta de tu media docena de seguidores generándose debate en tu blog del mismo modo que tú contribuías al debate en el suyo con tus respuestas a domicilio.
Pero el intercambio de ideas, ocurrencias y demás se trasladó, casi sin que nos diéramos cuenta, a lugares más inmediatos: Facebook, Twitter... La web 2.0, que nos había dado los blogs, nos los acabó quitando. Esa promesa de descentralización de las ideas acabó en manos de las grandes plataformas. El resto es bien conocido. Inmediatez, ubicuidad y universalización de estos medios, pero también un puñado de jinetes del apocalipsis: fake news, obsesión por la viralidad, linchamientos virtuales, pérdida de privacidad.
Quizás por eso he decidido hoy desempolvar mi viejo blog en una especie de alegato de lo que pudo ser y no fue. ¿Cuánto me durará el impulso? ¿Volveré a retomar la costumbre de volcar aquí mis pensamientos con cierta regularidad o será esté su último estertor?
No hay comentarios:
Publicar un comentario