28 de febrero de 2012

La música como resiliencia

Parece que estoy cogiendo carrerilla en esto de actualizar el blog, así que voy a aprovechar este tirón que no sé cuánto me va a durar para ir publicando cosillas de las que hace tiempo quería hablar. Hace un buen puñado de meses, mi buena amiga S. me pidió algunas ideas para preparar unas unidades didácticas en torno al tema "Con la música a todas partes". Yo de unidades didácticas sé bien poco, así que mi ayuda se limitó a un listado atropellado de temas relacionados con la música que se me fueron ocurriendo. Uno de ellos, que voy a retomar aquí, es el de el poder redentor de la música (entiéndase redentor como "liberador en las más adversas situaciones"). 
Sin ninguna duda, el fragmento más conocido de toda la obra de Albinoni es su Adagio en Sol menor. Esta pieza saltó a la fama a raíz de la Guerra de Bosnia. Corría el año 1992 y, durante el asedio de la ciudad de Sarajevo, una bomba cayó junto a un grupo de personas que hacían cola para comprar el pan matando a 22 de ellas. Al día siguiente, el violoncelista Vedran Smailovic, que había visto la masacre desde la ventana de su casa, cogió su cello y se sentó a tocar el Adagio de Albinoni sobre el cráter que había dejado la explosión. Entre balas de francotiradores, repitió el concierto sobre las 16 horas durante 22 días consecutivos, uno por cada una de las víctimas. 


El Adagio se convirtió en todo un símbolo de resistencia al asedio. Muchos habitantes de Sarajevo acudían a escucharlo, aún a sabiendas de que constituían objetivos para los francotiradores, en busca de consuelo. Y toda la prensa internacional, ávida de este tipo de anécdotas, comenzó a hacerse eco del violonchelista de Sarajevo. Esta foto de Vedran Smailovic tocando en las ruinas de la otrora magnífica Biblioteca de Sarajevo dio la vuelta al mundo como símbolo de la sinrazón del asedio de Sarajevo y la resistencia de su población:

No es este el único ejemplo de resiliencia gracias a la música. En el siempre interesante programa de Radio Clásica Historia y música, hace tiempo hablaba Roberto Mendès acerca de La música en los campos de concentración. En él cuenta, por ejemplo, cómo el checo Rafael Schächter logró representar en el campo de concentración de Theresienstadt obras como la La novia vendida de Smetana o el Requiem de Verdi echando mano de los pocos instrumentos de que disponía y organizando un coro con sus compañeros de cautiverio.

Sin embargo, si hablamos de campos de concentración y música es obligado hablar, sin duda, del Cuarteto para el fin de los tiempos, compuesto y estrenado en un campo de concentración por Olivier Messiaen. Cuando los alemanes entraron en Francia, Messiaen, que ejercía de camillero, fue capturado e internado en el campo de prisioneros Stalag VIII A. Al parecer, los oficiales a cargo del campo no eran tan fanáticos del régimen nazi como los de otros campos y uno de los guardias, Karl-Albert Brüll, le fue proporcionando a Messiaen papel pautado y lápices para que pudiera componer (de hecho, algo más tarde este mismo guardia le ayudaría con la falsificación de los documentos que le permitieron huir). 

El 15 de enero de 1941 se estrenaba, ante un público compuesto por guardias y varios cientos de presos de múltiples nacionalidades, este Cuarteto para una formación totalmente inédita en la historia de la música: clarinete, cello, violín y piano. Messiaen había sido capturado junto al clarinetista Henri Akoka y al violonchelista Étienne Pasquier, así que compuso su música pensando en los instrumentos que podían tocar él y sus compañeros de cautiverio. Las fuentes cuentan que al término del concierto los perplejos oyentes mantuvieron un respetuoso silencio.

La obra, una de las cumbres de la música del siglo XX, se inspira en una frase del Apocalipsis de San Juan, "Ya no habrá más tiempo", y para expresar todo el horror del apocalipsis que estaba viviendo Europa Messiaen hace precisamente eso: eliminar el tiempo usando ritmos especiales y prescindiendo de cualquier compás en busca de una música totalmente atemporal.

Otro de los muchos horrores de la II Guerra Mundial nos ofrece otro ejemplo de resiliencia mediante la música, aunque esta vez bañada de propaganda oficial. En agosto de 1941, las tropas alemanas llegaban a la ciudad de Leningrado. Pocos meses despues lograban cerrar el cerco dando lugar al mayor asedio que ha visto la humanidad. Evidentemente, lo sensato habría sido rendir la ciudad, pero Stalin se ganó su fama de asesino por algo y ordenó que se resistiera a toda costa. Más de tres millones de personas permanecieron sitiadas durante más de 900 días. Se calcula que el número de víctimas, por hambre o por frío, sobrepasó ampliamente el millón de personas. Inspirado por todo este horror, Dimitri Shostakovich compuso su Séptima sinfonía en do mayor, la "Sinfonía Leningrado", una rotunda proclama contra el militarismo nazi y la guerra en general.

Shostakovich, que vivía en Leningrado con su familia, se negó en un principio a ser evacuado hacia el interior como otros artistas e intelectuales y quiso permanecer en su ciudad colaborando como bombero y trabajando en una sinfonía-réquiem que había comenzado hacía algún tiempo. Sin embargo, cuando estaba finalizándola realizó una interpretación para unos amigos y decidió que el tema necesitaba ser desarrollado con mayor amplitud. Esta primigenia sinfonía-réquiem se convertiría en el primer movimiento de la Leningrado.

Las condiciones para la composición en la ciudad eran casi imposibles, pero debido al cerco de los alemanes ya no era posible la evacuación de Shostakovich y su familia, por lo que este compuso a toda prisa, en apenas quince días, el segundo movimiento. Como cuenta Roberto Mendès en su programa dedicado a La batalla de Leningrado, pronto los habitantes de Leningrado se aferraron a esta composición como símbolo de esperanza y resistencia ante el agresor. Tras componer el segundo movimiento, Shostakovich interpretó al piano la Sinfonía ante un grupo de amigos; terminado el primer movimiento comenzaron a sonar las sirenas, pero nadie se movió; Shostakovich solicitó permiso para llevar a su familia al refugio y a continuación continuó interpretando el segundo movimiento en pleno bombardeo.

Poco después, el ejército soviético logró abrir una pequeña vía de evacuación y el compositor y su familia fueron trasladados a Samara, donde terminó los otros dos movimientos. La obra se había convertido en un símbolo anti-nazi y la propaganda política se encargó de potenciarlo de todas las formas posibles. La partitura fue microfilmada y enviada a los países aliados para que pudiera interpretarse allí y en las radios soviéticas sonaba continuamente. Pero lo más impresionante fue su estreno en la propia Leningrado. La partitura hubo de ser lanzada por la noche desde un avión y se reunió como se pudo una exigua orquesta con los pocos músicos que aún estaban en condiciones de tocar.  Hitler había anunciado que el 9 de agosto de 1942 caería Leningrado y esa fue precisamente la fecha elegida para el estreno de la Sinfonía en la ciudad. Se instalaron altavoces por toda la ciudad de forma que todos, rusos y alemanes, pudieran oír la Sinfonía, la cual fue precedida, además, por un bombardeo contra posiciones alemanas para asegurarse el silencio de estos durante el concierto.

Independiente del uso progagandístico que le diera Stalin, lo cierto es que la fuerza de la Leningrado está ahí, denunciando los horrores de la guerra y ofreciendo un grito descarnado en contra de todo militarismo.

Sean curiosos y felices ;-)

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