Hace tiempo perdí un guante. Era de cuero negro. Me gustaban mucho esos guantes. Es algo que me desazona una barbaridad. No tanto por el hecho de perder el guante -pierdo tantas cosas, que ya me da igual-, sino porque no sé qué hacer con el que me queda. ¿Lo tiro? ¿Y qué culpa tiene él de que yo sea un desastre? Mientras decido qué hacer con él, ahí está, sobre la mesa del salón, mirándome cada vez que paso. Y ya va para un mes.
Algún día aprenderé que no puedo seguir creyendo que mis cosas sienten y padecen. O, quizás, sea una de esas cosas que no se aprenden nunca.
Algún día aprenderé que no puedo seguir creyendo que mis cosas sienten y padecen. O, quizás, sea una de esas cosas que no se aprenden nunca.
5 comentarios:
En muchísimas situaciones es cómodo tener sólo un guante. Una mano libre para hacer lo que se quiera y otra cubierta para que esté calentita. Además para dar la mano hay que quitarse el guante, ¿no? Es mucho más fácil si ya no lo tienes. Claro, que no siempre estás dando la mano...
Ya ves, el sentido práctico que nos puede. Prefiero no atribuir sentimientos a las cosas, bastante problemas tenemos ya con los de las personas ;-)
Yo estoy contigo, bastante mal lo estará pasando el pobre guante habiéndose quedado solo para que además lo tires a la basura. Pobre.
Mmm, pues no me veo con un guante solo, querido dekker. No sé, los estilismos asimétricos, flequillo hacia un lado aparte, no me van :-)
En cuanto a lo de no atribuir sentimientos a las cosas, como bien sabe mi estimado sr. elbé, es algo que no puede evitarse.
En fin, ahí sigo, rehuyendo la mirada de mi guante cada vez que paso por el salón.
No es tan fácil. Vaya inquietud que me ha dejado tu texto en el cuerpo con algo tan trivial como un guante... pero es que... ¿y si después de tirarlo aparece el otro?
En fin, un saludo
Jesús Domínguez
Lo mismo pasas por delante del guante un día y te saluda
:-)
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