Cuando trabaja a tiempo completo en la edición tuve la suerte de coincidir en la empresa con un grandísimo diseñador cuyo nombre difícilmente acabará siendo conocido. No entraba en sus pretensiones hacerse famoso ni alcanzar el Olimpo del diseño. Simplemente conocía su oficio y lo realizaba con un talento y una profesionalidad increíbles. No exagero si digo que una de las mejores cosas que me llevo de mi paso por aquella empresa es haber podido disfrutar con las cubiertas que Mario y su equipo realizaban para los libros que editábamos. Cuando les dejaban trabajar, claro.
Había por allí pululando un par de especímenes de esos que comúnmente suelen denominarse Másters del Universo, gente tan pagada de sí misma que no concibe entrar en el mundo laboral si no es como jefes, que se pagan un máster cualquiera para lograr este objetivo y que entran en la empresa como un elefante en una cacharrería.
Decía Richard Stallman que alguien verdaderamente inteligente es aquel que contrata a gente inteligente, no para imponerles su criterio, sino para que le enseñen cómo conseguir ganar más dinero. En los másters no deben mencionar demasiado al bueno de Stallman ni a nadie con ideas parecidas, porque Heman y sus amigos tienen la fea costumbre de meterse hasta los higadillos en el trabajo de los demás en lugar de hacer el suyo propio.
Y, como decía, allí en la editorial teniamos a unos cuantos Heman ejerciendo de jefes de marketing, jefes de ventas y jefes a secas. No sabían lo que era un libro y desconocían la materia de la que trataban los nuestros, pero les daba igual: opinaban e imponían su criterio sobre edición con la misma alegría que yo podría opinar sobre la cría del camarón de agua dulce. Podía ser peor. Al fin y al cabo, bastaba con contraatacar con cualquier argumento que incluyera palabras como galeradas, ferros o Frutiger para que salieran corriendo con una excusa cualquiera, no fuera a ser que nos percatáramos de su absoluta ignorancia.
Los de diseño lo tenían peor. Mucho peor. Porque es más o menos fácil convencer a alguien de que no tiene ni idea de edición, pero casi imposible que se dé cuenta de que tiene el gusto en el culo y que el rosa fucsia no es color para un libro por más que se pretenda llamar la atención. Ay, pobre Mario, las cosas que tuvo que hacer. Como para abrir un museo del antés y el después.
Por eso me acordé tantísimo de Mario el otro día cuando descubrí este vídeo en Pixel y Dixel. Real como la vida misma. Vean, vean:
En fin. Sean curiosos y felices ;-)
2 comentarios:
El blog me parece magnífico. Lo agregaré a mi lista de favoritos y te visitaré con frecuencia.
Me gustó el post aunque no pude disfrutar del video por mi precario inglés.
Un saludo
Jesús Domínguez
No sé si será para tanto, pero se agradecen mucho los piropos. Un placer recibir nuevas visitas.
Saludos :-)
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