Hoy es el día del corrector, así que supongo que me toca felicitarme un poquitín a mí misma. Para celebrarlo, he decidido rescatar de mi cada vez más extenso almacén de borradores este texto que encontré hace tiempo (demasiado, me temo) en uno de los antiguos blogs de J. A. Millán al que, por cierto, llegué a través de Addenda&Corrigenda. Ya saben, cosas de la interconexión de la web. En fin, acá va el texto de marras:
"El centenario de Madame Bovary ha venido a reactualizar, en cierto modo, la figura de ese escritor singular que fue Gustavo Flaubert. Escritos singulares, si pensamos que nunca autor alguno fue menos favorecido por el propio temperamento. La creación le costaba un trabajo increíble. Las frases no acudían a su pluma. Terminar una página era, para él, una tarea de forzado. Adelantaba lentamente en sus libros, renqueando, sufriendo, protestando, como si cumpliera con una intolerable obligación impuesta por otro. No poseía imaginación verbal. Tenía que rehacerlo todo, tachando, quitando, enderezando párrafos cojos. Y aun cuando daba un manuscrito por terminado, Máximo Du Camp, su íntimo amigo, cazaba en ellos gazapos imperdonables; verdaderas perlas, como cierta 'excursión marítima' puesta en la segunda página de La educación sentimental, para calificar... un viaje por el Sena. O aquello de 'Sonó lentamente el toque de la una', visto más adelante, en la misma novela, que hacía exclamar al corrector, escandalizado: '¿Es que les tomas el pelo a tus lectores? ¿Cómo quieres tú que una sola campanada suene lentamente?...'"
El adjetivo y sus arrugas, Alejo Carpentier, 1980.
2 comentarios:
¡Felicidades! (con un día de retraso)
Otra cosa más que he aprendido gracias a ti, es la importancia del corrector ;)
¡¡Pelotilla!! X-D
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