19 de septiembre de 2006

En el interior del tiempo

Cuando la sombra del marco de la ventana apareció en las cortinas era entre las siete y las ocho y entonces me encontré de nuevo en el interior del tiempo, oyendo el reloj. Era el del abuelo y cuando padre me lo dio, dijo: Quentin, te doy el mausoleo de toda esperanza y deseo; es más que penosamente posible que lo uses para conseguir la reductio absurdum de toda experiencia humana, lo que no satisfará tus necesidades inidividuales más de lo que satisfizo las suyas o las de su padre. Te lo doy, no para que recuerdes el tiempo, sino para que consigas olvidarlo de vez en cuando durante un momento y no malgastes todo tu aliento intentando conquistarlo. Porque ninguna batalla se gana jamás, como él decía. Ni tan siquiera se libra. Sólo el campo de batalla revela al hombre su propia locura y desesperación, y la victoria es ilusión de filósofos e idiotas.

Ruido y furia, William Faulkner, 1929.
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2 comentarios:

Fernando J. López dijo...

Pero, aunque vencidos, es hermoso sentirse cerca de esos filósofos e idiotas, porque la victoria se sigue soñando y, a ratos, creemos tenerla en nuestras manos. Nunca perdonaré a quienes despertaron de su sueño a Segismundo porque el sueño -también el de controlar el tiempo- es una de las partes de nuestra vida, tan real como la verosímil, la aceptada, la tangible.
De la certeza de lo inexorable, de la certidumbre del tiempo y de la muerte que trae consigo -en todo y en todos- tenemos demasiadas muestras y la ilusión de la filosofía -como la del arte- es el sueño de una derrota imposible que, sin embargo, ansiamos.
Besos de un cleptómano novato ;-)

lopezsanchez dijo...

Cinephilus, yo tampoco le perdono a Cervantes el tristísimo final de su Quijote (indescriptible, ese Sancho tratando de consolar a su amo).
Ya me contarás qué tal te con tu nueva vida de cleptómano ;-)