10 de julio de 2006

El arte del latrocinio

En estos días, con la Ley de protección intelectual recién sacada del horno, quien más quien menos acaba convertido en un pequeño ladroncete (intelectual, claro está). Lo cual, bien mirado, no está del todo mal porque quién le iba a decir a mi vecino de abajo, taxista de profesión, que alguna vez iba a ver el adjetivo "intelectual" relacionado con su persona en algún contexto. En fin, que en estos días en los que todos por fin tenemos algo -lo que sea- de intelectuales, me ha gustado especialmente la historia que el amigo Klingsor publica hoy en su fotolog.
Lo mejor es que se vayan ustedes a su página y la lean allí, pero por si acaso entre mis lectores se encuentra algún perezoso en esto de navegar, se lo resumo aquí. Tras unos diítas de vacaciones en Cerdeña, Klingsor estaba embarcando en el aeropuerto de vuelta a España y le pita la maleta en el escáner. Los objetos "de contrabando" en cuestión eran un puñado de piedras que le traía de recuerdo a una amiga. Pero, oh, sorpresa, resulta que las piedras son parte del patrimonio de la isla y está prohibido llevárselas.
Esto me ha recordado que mi tía coleccionó durante años arena de playa. A priori puede parecer algo muy tonto, pero les aseguro que resultaba fascinante ver un montón de frasquitos con cientos de muestras de arena, todas ellas distintas y debidamente etiquetadas. ¿Resultará que todos los que contribuimos a aquella colección durante años éramos también ladrones de patrimonio?
En fin, es que esto del latrocinio es muy complicado. Ya ven, pegar pelotazos inmobiliarios se puede, pero llevarse piedras y arena de souvenir no. A ver si en el próximo currículo de la ESO meten alguna asignatura al respecto que nos aclaremos algo.

PD. Ojito con coleccionar arena, ¿eh?, que la idea es de mi tía y está dispuesta a ejercer su legítimo derecho de defensa de su propiedad intelectual.

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