12 de noviembre de 2009

Dos exposiciones más o menos decepcionantes

¿Retraso? Retraso es poco. Hace siglos que tendría que haber hablado de todo esto. Llevo un buen puñado de post sobre la agenda cultural madrileña (y no madrileña) de retraso. En fin, aunque lleguen semanas (e incluso meses) tarde, aún así voy a tratar de ponerme al día. Más que nada por lo que este blog tiene de recordatorio personal. Allá voy.

1. Sorolla y su (horrorosa) visión de España

No pensaba escribir sobre estas dos exposiciones -entre otras cosas porque ya se han clausurado-, pero resulta que la de Sorolla ha sido la exposición del Prado (y por tanto probablemente de España) más visitada de la última década y no he podido resistirme.

Reconozco que siempre me ha dado cierta pereza acercarme a este autor. Omnipresente, es de esos pintores que suelen utilizar los detractores de la abstracción como ejemplo "auténtico" de pintura. Además, es un habitual en toda academia de pintura como base para la enseñanza de cualquier técnica a color. Yo misma me solté con los pasteles trabajando un par de reproducciones suyas. Y ya se sabe que la convivencia diaria no suele ser buena para las formas artísticas: cuando algo nos aparece hasta en la sopa la cotidianiedad acaba despojándolo de trascendencia y, sin esta, el arte se ve reducido a mero objeto decorativo.

La duda, no obstante, era si una inmersión más profunda en el arte de Sorolla podía recuperar para mí cierta trascendencia para este autor, por lo que decidí limpiar mis prejuicios y acudir a la exposición con la mejor de las disposiciones.

Urge decir que esta muestra sobre Sorolla del Museo del Prado recoge lo más granado de su obra, incluida la serie de paneles Visión de España realizados para la Hispanic Society de Nueva York y, por tanto, su visita supone una aproximación más que razonable a la obra del artista.

Y el veredicto no puede ser peor. Sorolla es uno de esos pintores "bonitos", en el sentido más despectivo de este término. Un pintor aburguesado que, cómodamente instalado su fórmula de éxito, repite una y otra vez los mismos temas sin molestarse en profundizar mínimamente en su sentido creativo. Ciertamente, hace gala de una técnica depuradísima, lo cual, sin embargo, no supone gran mérito en el siglo de la fotografía, cuando un pintor puede dedicar días y días a copiar hasta la extenuación hasta el último detalle de una foto. Los impresionistas se percataron inmediatamente del reto ante el que se encontraban y llevaron la pintura más allá, a una suerte de supra-realidad. Pero Sorolla no. Sorolla opta por el camino fácil, aquel que domina a la perfección, dejando su arte relegado al nivel de simple artesanía preciosista.


La nuestra del Prado comenzaba con lo que, a mi entender, es la parte más interesante: esa primera etapa naturalista donde un estilo en la línea de Courbet está al servicio de una moderada crítica social. Las mareas de gente hacían francamente difícil contemplar los cuadros, pero con un poquito de voluntad uno podía ir progresando por las salas.

A continuación, lo más conocido (y manido): obras y obras de niños en la playa, señoras burguesas en la playa, pescadores en la playa, playas en las playas... En fin, mucho colorín y una tecnica depuradísima, pero poco más.


Lo único que me llenó de esta parte es el fantástico dominio del color blanco. Esto, que parece trivial, no es baladí. En pintura, el blanco supone ausencia de color, de ahí que, por lo general, constituya un pequeño quebradero de cabeza para cualquier pintor, obligado a encontrar una suerte de compromiso entre expresión y realidad. Sorolla consigue el compromiso perfecto a base de representar objetos blancos utilizando ampliamente todo tipo de tonos y llegando, en ocasiones, a prescindir totalmente del blanco. En este aspecto, la técnica sorolliana resulta realmente fascinante. Al César lo que es del César.

Finalmente, en el piso de arriba de la ampliación del Prado, el supuesto plato fuerte: la Visión de España realizada para la Hispanic Society. Para qué queremos más. Todo un catálogo de cuadros típicos y tópicos representando lo más cañí de este país. Ahora entiendo en qué se inspiran los fabricantes de muñecas flamencas y toritos de las tiendas de souvenirs.

En fin, un tostón. Lo peor es la cantidad de visitantes que ha logrado reunir. Para gustos los colores, es verdad, pero no deja de dolerme el éxito de este pintor insulso y acomodado. Más aún cuando en esas fechas podía visitarse en el Reina Sofía una magnífica retrospectiva de Juan Muñoz de la que, quizás, hable otro día.

2. Dorothea Lange (o como joderla montando una exposición catastrófica)

Dentro de las propuestas del Photoespaña 2009, el Museo de Colecciones ICO ofreció este verano la prometedora muestra Dorothea Lange: los años decisivos. 1932-1944.

Dorothea Lange es una de las pioneras del fotoperiodismo y autora de algunos de los iconos fotográficos del siglo pasado como esta famosísima Madre migrante:

Una exposición, además, muy de actualidad. Bien es sabido la grave crisis económica que azotó los Estados Unidos a raíz del crack bursátil de 1929. Un sistema levantado sobre la especulación (del precio de los productos agrícolas fundamentalmente) acabó colapsándose. Fortunas volatilizadas, millones de pequeños ahorradores totalmente arruinados y gran parte del sistema bancario norteamericano (compuesto mayoritariamente por pequeños bancos vinculados al ámbito agrícola) literalmente esquilmado.


La gran depresión golpeó con dureza en todas partes. Si cabe, aún más en las zonas rurales, con campesinos ahogados por la falta de liquidez, la ausencia total de crédito y la brutal caída de los precios de los productos agrarios. Pero como las desgracias nunca vienen solas, en los años posteriores al 29 se sucedieron una serie de cosechas catastróficas que acabaron por esquilmar el campo. Para colmo, una enorme tormenta de arena que duró varios días afectó a algunos de los estados más deprimidos dejando un panorama desolador de familias enteras migrando casi con lo puesto de un lado al otro del país en busca de mejores oportunidades.


Dentro del paquete de medidas económicas del New Deal de Roosevelt, la Administración norteamericana entendió que para salir adelante era necesaria la implicación de todo el país. En una época en la que los grandes medios de comunicación no tenían la influencia ni la penetración que tienen hoy en día, el problema era cómo conciencia a la opinión pública sobre la gravedad de la situación. Así, se contrató a un nutrido grupo de fotógrafos con la misión de recorrer el país documentando la miseria de las gentes, las colas interminables de parados, los niños famélicos. La propaganda estatal pretendía poner el énfasis en las duras condiciones que estaban soportando miles de familias de origen blanco, anglosajón y protestante como prueba de la gravedad de la situación.

Y, en este contexto, se enmarcan estas fotografías de Dorothea Lange, uno de los mejores exponentes del fotoperiodismo del New Deal. Una exposición muy recomendable... de no ser por la pésima calidad expositiva que ha ofrecido esta muestra. Reproducciones fotográficas de infima calidad, muchas de ellas visiblemente deterioradas, mal colocadas y mal iluminadas. Por favor, ¡si había alguna con tachones de bolígrafo!

En fin, una exposición que prometía muchísimo destrozada por una nula calidad expositiva. Una auténtica pena.

Por lo demás, prometo tratar de darle algo más de vidilla a este blog y seguir colgando estas mini-crónicas con algo más de asiduidad. A ver si lo consigo. Sean curiosos y felices ;-)

2 comentarios:

Jesus Dominguez dijo...

Pues es una pena porque, en mi opinión, ambos son grandes artistas.

Un saludo

Jesús Domínguez

Paco dijo...

Vi la de Dorothea Lange y estoy de acuerdo. Lo de la iluminación en las exposiciones de fotografía es terrible, con honrosas excepciones.

Feliz año, Inquilino.