12 de julio de 2009

Fin de la temporada de ópera (I)

Tenía 16 años cuando me regalaron mi primera ópera: La flauta mágica. Acertaron plenamente. Tanto por su libreto como por su fascinante música es una obra ideal para iniciarse en la ópera. Un flechazo.

Pero mentiría si dijera que lo mío con la ópera comenzó allí. El gusanillo me vino mucho antes, a raíz del Amadeus de Milos Forman, película que he visto infinidad de veces, que hizo del Requiem el disco más escuchado de mi extensa colección y que me abrió el apetito por la ópera.

Después de mi primer Mozart, fueron llegando otras. La traviata, Tristán e Isolda, Lakmé o El barbero de Sevilla iban cayendo, Navidad tras Navidad, en mi colección de discos. Faltaba dar el último paso: asistir en directo a una representación. Con anterioridad al año pasado, había tenido ocasión de ir a alguna que otra (maravilloso aquel Cosí fan tutte del Teatro español de hace algunos años) y por fin me decidí a intentar obtener un abono en el Real.

Frente a lo que la mayoría de la gente cree, el gran problema de asistir al Real no es tanto el precio (hay entradas asequibles que están realmente bien) sino la dificultad: hay que comprar con mucha antelación, estar muy pendiente el día en que salen a la venta y tener mucha suerte. Conseguir el abono me costó una mañana entera al teléfono hasta que logré que entrara la llamada pero, una vez finalizada esta primera temporada, he de decir que es una de las cosas en las que he gastado dinero que más satisfacción me ha dado. No importa lo cansada que esté o lo horrible que haya sido el día: incluso cuando la representación no llega a estar del todo fina, es levantarse el telón y todo desaparece. Un gozo total.

La ópera es un espectáculo complejo, total, que exige la concurrencia de todas o gran parte de las disciplinas artísticas. Es importante que el libreto esté bien escrito, la música bien compuesta y que el director acierte en su interpretación. La orquesta, por supuesto, debe sonar bien, así como los cantantes. Pero la música no sólo es algo matemático -que también-: hay que dotarla de alma, conectar, comunicar, originar la catarsis. Y no basta estar afinado y tocar con virtuosismo si el resultado resulta frío. Por si fuera poco, la dirección escénica también tiene mucho que decir con su forma de colocar a los personajes por la escena y de extraer los mejores registros actorales de los cantantes. Y el montaje, claro: arquitectura, pintura, escultura, iluminación... El resto de las artes plásticas arropan, acompañan y complementan la semántica de lo que nos cuenta la música. Que todos estos elementos funcionen sin estorbarse y lleguen a crear un todo único es algo muy difícil. Cuando se logra, el resultado es absolutamente maravilloso e indescriptible. Y este año, aunque hasta el jueves no asistiré a la última obra de mi abono, ya van dos dianas.

Aún me faltan Las bodas de Fígaro (voy este jueves) para completar la temporada, pero ya puedo ir comenzando a hacer balance de lo visto este año. Lo dejo, eso sí, para un próximo post que voy a comenzar a escribir ahora pero que no colgaré hasta después del jueves. Les dejo, hasta entonces, con el impresionante "Si, vendetta" de Leo Nucci con la Ciofi en el Rigoletto del Real de hace unos días. Que lo disfruten.

Sean curiosos y felices ;-)

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