5 de abril de 2008

Un poquitín de proselitismo

Hace mucho que no hablo de cómics por aquí. En realidad, hace mucho que no hablo de nada debido a mi habitual falta de tiempo. Así que, aprovechando un enlace que he descubierto en la siempre recomendable Drawn!, he decido romper mi silencio para darme a la única clase de proselitismo que practico: la del cómic.

Y es que estos últimos años he introducido, casi sin querer, en varios amigos el gusanillo del cómic. Para algunos se trataba de un arte absolutamente ignorado. Otros, aunque ya eran fans, sólo conocían las obras procedentes de la vertiente americana. El caso es que tanto a unos como a otros tuve que acabar explicándoles las diferencias entre las tres grandes corrientes imperantes en el cómic: la americana de los superhéroes, el manga japonés y la BD francesa. Por supuesto, como todas las clasificaciones, esta no supone más que una simplificación injusta e inexacta pero creo que resulta muy útil para hacer ver a quien se inicia en el cómic que el noveno arte tiene un lenguaje propio, muy rico, que va mucho más allá de Spiderman y los 4F.

La primera reacción cuando alguien oye hablar de las tres escuelas del cómic suele ser de sorpresa: "Ah, pero ¿hasta hay tres escuelas? ¿Tan distintas son entre sí?". Y a continuación suele venir una avalancha de preguntas que yo voy respondiendo como buenamente puedo. Resulta francamente difícil sintetizar las notables diferencias en cuanto a planteamiento narrativo y resolución gráfica entre las escuelas, más aún cuando el que escucha es alguien absolutamente profano. Por eso, cuando el otro día descubrí una web en la que se hace una comparativa entre el cómic americano de Star Wars, realizado en los años 70, y la versión manga, me guardé el enlace para ponerlo en un post.


Creo que estas dos resoluciones de una misma escena resumen a la perfección una y otra filosofía de la viñeta. De la americana poco voy a decir, ya que es sin duda la que resulta más familiar. El dibujo tiende al realismo, los encuadres siguen una pauta bastante cinematográfica y suele haber bastante texto que quiere completar -a menudo de forma redundante- lo que cuenta la viñeta. En cambio, el manga es rabiosa y radicalmente visual. El texto suele ser mínimo y hay una obsesión por el movimiento y la composición. La página es puro ritmo, con un uso de la transición entre viñetas muy diferente de lo que se acostumbra en occidente (sobre este tema, resulta muy recomendable el análisis que realiza Scott McCloud en su obra Entender el cómic).

No es que me apasionen ni uno ni otro. Mis preferencias van más por la línea BD y por toda una serie de maestros inclasificables. Los superhéroes me dejaron de interesar -salvo alguna obra muy concreta- hace muchos años y el manga en general no acaba de engancharme -a excepción de la trepidante Akira, del maestro Tezuka, el quasi-BD Taniguchi y alguna que otra cosa suelta-. Sin embargo, si he de escoger entre ambos, me quedo sin duda con el sentido el ritmo y el tiempo del cómic japonés.

Y, bueno, ya que estamos, puesto que no sé cuánto tiempo voy a tardar en sacar un rato para escribir otro post, me van a permitir ustedes que les recomiende un par de joyitas. Se trata de dos obras muy diferentes en cuanto a tono y planteamiento pero que abarcan con sobrado éxito el reto de ponerse en la piel de un niño que ha perdido a su madre. Un tema tan difícil y delicado podría muy bien haber caído en el histrionismo plañidero o en la ñoñería más absoluta. En cambio, ambas obras logran mantener muy bien el pulso del enfoque que escogen.

La primera vez que oí hablar de Mi mama está en América y ha conocido a Búfalo Bill fue gracias a la reseña del siempre acertado Álvaro Pons. En seguida me la guardé para futuras adquisiciones pero el amigo polizón -¡gracias! :-)- se me adelantó y me la prestó. La leí con avidez y en menos de una semana corrí a la librería a comprármela.

El dibujo de Émile Bravo, pese a su aspecto sencillo y naïf, consigue una expresividad al alcance sólo de maestros como Bill Watterson. Un estilo idóneo para acompañar a la historia que propone Jean Regnaud, una historia dulce, tierna y a la vez terrible que nos sitúa de modo impecable en ese proceso de incomprensión y continuo descubrimiento de su protagonista de 5 años. Todo ello sazonado con deliciosos e inesperados pequeños giros de guión.

Muy distinto es el tono de Madre... vuelve a casa. Nuestro protagonista en este caso es unos pocos años mayor y por tanto plenamente consciente de lo que ocurre. El escapismo aquí es la única vía posible ante la situación a la que se ve abocado, obligado a cuidar de un padre cegado por el dolor. Un dolor cuya locura llena todas las páginas y se transmite al lector a través del dibujo seco y desnudo. Porque en realidad el protagonista de este cómic es ese mismo dolor que paraliza hasta la locura y que acaba cobrándose nuevas víctimas a su paso.

Un tebeo tan recomendable como poco conocido que, pese a su profundidad, ha tenido mucho menos renombre que otros de calidad bastante inferior. Un cómic que además, como bien remarca Álvaro en la reseña enlazada más arriba, ha sido editado con gran mimo por una de las mejores editoriales que tenemos en este país (ya podrían aplicarse el cuento muchas de los editores de "literatura seria").

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