Estos días ando con el brazo medio descoyuntado gracias a un querido amigo que nos ha prestado la Wii para que se la cuidemos durante sus vacaciones en Sicilia. Y es que el cambio de siglo se percibe ya hasta en las tradiciones más entrañables. Cuando uno se va de vacaciones, ya no le pide a los amigos que le recojan el correo, le rieguen los geranios o le cuiden a la cobaya. No, ahora les deja a cargo de la Wii para que esta no se sienta solita. Y los amigos, claro, tan felices. El caso es que he podido comprobar por mí misma por qué nueve de los diez videojuegos más vendidos en Japón son videojuegos para Wii.
Hace 25 años jugué por primera vez a un videojuego. Por supuesto, era de Nintendo. Por aquel entonces los ordenadores aún eran un lujo aquí en España y a mi edad no me dejaban ir a los salones recreativos. De hecho, ni siquiera puedo asegurar que existieran. Pero tengo la suerte de tener por padrino a la persona más tecnófila que he conocido jamás. Y mi padrino vivía en Canarias, donde cualquier cacharrito electrónico era sensiblemente más barato que en la Península. Así que cada visita de mi tío suponía un nuevo y flamante videojuego. Entonces se llamaban maquinitas y tenían un único juego tremendamente simple pero enormemente adictivo. En el primero que me regalaron tenías que ayudar al ratón Mickey a recoger con una cesta los huevos que le lanzaban unas gallinas. Hoy puede parecer estúpido pero os aseguro que hacía furor entre todas mis amistades. La de horas que habré podido jugar a ese juego. También tengo un Donkey Kong como el de la foto que me regalaron por aquella época.
Después he vinieron muchas más maquinitas, incluido un magnífico y adictivo PacMan al que acabó jugando hasta mi abuela. He tenido un Spectrum, un 386, un Pentium II, un Pentium III y un Pentium IV. Y una Game Boy. De hecho, salvo el Spectrum y el Pentium II, conservo aún con orgullo todos los cacharritos mencionados. No puedo deshacerme de mi 386 porque me resisto a renunciar a mi Civilization, el juego al que más horas he dedicado en mi vida con diferencia. Sí, sé que hay versiones del Civ mucho más atractivas gráficamente, pero a mí la que me divierte es esta. Y sí, podría usar un emulador, pero qué quieren que les diga, me encanta apretar el botoncito del turbo que hace que mi 386 aumente su frecuencia unos pocos MHz. ¡Es tan vintage!
El caso es que hay algo que me ha quedado clarísimo después de todos estos años: todo el mundo, sin excepción, puede acabar enganchado si encuentra el juego adecuado. Y es que antes, cuando dije que mi abuela jugaba al PacMan no estaba exagerando. Es rigurosamente cierto. Aquel PacMan que trajo mi tío de Canarias tuvo tanto éxito aquellas Navidades que la lista de espera para jugar era siempre interminable. Mis padres, mis dos abuelos, todos mis tíos, mi hermano y yo nos íbamos turnando con paciencia para echar una partidilla. El juego hacía un ruido insoportable y como siempre había alguien jugando se hacía imposible ver la televisión, así que mi padre decidió hackear la máquina para incluirle un pequeño interruptor que permitiera quitarle el sonido. Y no paró ahí. A los dos días volvió a hackearla para ponerle una toma de corriente, tal era el número de pilas que habíamos consumido entre todos.
Ya sé lo que están pensando. "Vaya una familia de frikis". Pues les aseguro que no, que la mía es una familia como cualquier otra. Mi tío el tecnófilo, mi hermano y yo somos los únicos consumidores habituales de videojuegos. De hecho, a ninguno de los tres se nos puede considerar estrictamente "jugones". Pero es que aquel juego, para el asombro de todos, logró enganchar a toda la familia.
Bastantes años después volvería a presenciar un fenómeno similar a propósito de la Game Boy. La compró mi hermano, jugó unos meses y después se aburrió. Yo le saqué algo más de partido a golpe de Tetris, pero tampoco me duró demasiado. Había caído ya en la fiebre de los juegos de estrategia y los que teníamos para la Game Boy comenzaban a aburrirme. Entonces a la consola le salió un cliente inesperado. Mi madre, que no sabe programar el vídeo y que conocía del ordenador lo estrictamente necesario para realizar su trabajo, que siempre había dicho que le ponían nerviosa los juegos y que los había considerado una pérdida de tiempo, descubrió que le relajaba enormemente jugar con la Game Boy. Se enganchó a un juego tonto tipo Tetris que se llama Dr. Mario. Puede que haga diez o doce años de esto, pero desde entonces pocos son los días en los que mi madre no se haya echado su partidita antes de dormir la siesta. Sigue siendo horriblemente mala y apenas le dura cinco o diez minutos la partida, lo suficiente para coger el sueño, pero ahí sigue, fiel a su Game Boy.
Y ahí radica el éxito de Nintendo, por eso son hoy por hoy los número uno: porque frente al resto de plataformas, que tratan de ganarse a las personas que ya juegan, Nintendo no da un cliente por perdido y trata continuamente de buscar nuevos nichos de mercado, nuevos productos que atraigan hacia el videojuego a aquellos que jamás se vieron a sí mismos con un videojuego en las manos.
Ya lo hicieron hace años con la Game Boy. Pasado el primer furor de las consolas portátiles, en Nintendo se vieron con un gran stock de Game Boys a las que dar salida. La evolución de las consolas había dejado a la vieja Game Boy obsoleta, por lo que no se podía confiar en colocársela a los usuarios habituales. Entonces a alguien en Nintendo se le ocurrió crear un juego que hiciera atractiva la consola a los hermanos pequeños de sus antiguos usuarios, algo que consiguiera que se engancharan millones de niños de entre cuatro y diez años. Y así surgió el fenómeno Pokemon, un juego más parecido a una colección de cromos que a un videojuego en sí. Y, por supuesto, hizo furor.
La Wii y la DS son una vuelta de tuerca más. Diariamente veo en el metro a gente jugando al Brain Training de la DS, la mayoría con aspecto de no haber jugado apenas a cualquier otro juego. En cuanto a la Wii, bueno, ahora que he tenido la suerte de probarla no puedo decir más que entiendo el gran éxito que ha tenido. Sólo he jugado al Wii Sport, un juego de gráficos torpes, pero francamente entretenido que, además, favorece mucho la sociabilidad. Es ideal para reuniones de amigos porque engancha a todo el mundo, sean habituales de los juegos o no, fomenta la competitividad de unos contra otros y, además, es realmente divertido ver jugar a los demás. Y es que, al final, lo importante para el éxito de un juego no son los gráficos sino la jugabilidad. Y de eso, en Nintendo, saben muchísimo.
PD. Si alguien tiene curiosidad, en este enlace hay una pequeña historia de las consolas domésticas de videojuegos. No incluye las portátiles, pero aún así resulta bastante interesante.
Hace 25 años jugué por primera vez a un videojuego. Por supuesto, era de Nintendo. Por aquel entonces los ordenadores aún eran un lujo aquí en España y a mi edad no me dejaban ir a los salones recreativos. De hecho, ni siquiera puedo asegurar que existieran. Pero tengo la suerte de tener por padrino a la persona más tecnófila que he conocido jamás. Y mi padrino vivía en Canarias, donde cualquier cacharrito electrónico era sensiblemente más barato que en la Península. Así que cada visita de mi tío suponía un nuevo y flamante videojuego. Entonces se llamaban maquinitas y tenían un único juego tremendamente simple pero enormemente adictivo. En el primero que me regalaron tenías que ayudar al ratón Mickey a recoger con una cesta los huevos que le lanzaban unas gallinas. Hoy puede parecer estúpido pero os aseguro que hacía furor entre todas mis amistades. La de horas que habré podido jugar a ese juego. También tengo un Donkey Kong como el de la foto que me regalaron por aquella época.
Después he vinieron muchas más maquinitas, incluido un magnífico y adictivo PacMan al que acabó jugando hasta mi abuela. He tenido un Spectrum, un 386, un Pentium II, un Pentium III y un Pentium IV. Y una Game Boy. De hecho, salvo el Spectrum y el Pentium II, conservo aún con orgullo todos los cacharritos mencionados. No puedo deshacerme de mi 386 porque me resisto a renunciar a mi Civilization, el juego al que más horas he dedicado en mi vida con diferencia. Sí, sé que hay versiones del Civ mucho más atractivas gráficamente, pero a mí la que me divierte es esta. Y sí, podría usar un emulador, pero qué quieren que les diga, me encanta apretar el botoncito del turbo que hace que mi 386 aumente su frecuencia unos pocos MHz. ¡Es tan vintage!
El caso es que hay algo que me ha quedado clarísimo después de todos estos años: todo el mundo, sin excepción, puede acabar enganchado si encuentra el juego adecuado. Y es que antes, cuando dije que mi abuela jugaba al PacMan no estaba exagerando. Es rigurosamente cierto. Aquel PacMan que trajo mi tío de Canarias tuvo tanto éxito aquellas Navidades que la lista de espera para jugar era siempre interminable. Mis padres, mis dos abuelos, todos mis tíos, mi hermano y yo nos íbamos turnando con paciencia para echar una partidilla. El juego hacía un ruido insoportable y como siempre había alguien jugando se hacía imposible ver la televisión, así que mi padre decidió hackear la máquina para incluirle un pequeño interruptor que permitiera quitarle el sonido. Y no paró ahí. A los dos días volvió a hackearla para ponerle una toma de corriente, tal era el número de pilas que habíamos consumido entre todos.
Ya sé lo que están pensando. "Vaya una familia de frikis". Pues les aseguro que no, que la mía es una familia como cualquier otra. Mi tío el tecnófilo, mi hermano y yo somos los únicos consumidores habituales de videojuegos. De hecho, a ninguno de los tres se nos puede considerar estrictamente "jugones". Pero es que aquel juego, para el asombro de todos, logró enganchar a toda la familia.
Bastantes años después volvería a presenciar un fenómeno similar a propósito de la Game Boy. La compró mi hermano, jugó unos meses y después se aburrió. Yo le saqué algo más de partido a golpe de Tetris, pero tampoco me duró demasiado. Había caído ya en la fiebre de los juegos de estrategia y los que teníamos para la Game Boy comenzaban a aburrirme. Entonces a la consola le salió un cliente inesperado. Mi madre, que no sabe programar el vídeo y que conocía del ordenador lo estrictamente necesario para realizar su trabajo, que siempre había dicho que le ponían nerviosa los juegos y que los había considerado una pérdida de tiempo, descubrió que le relajaba enormemente jugar con la Game Boy. Se enganchó a un juego tonto tipo Tetris que se llama Dr. Mario. Puede que haga diez o doce años de esto, pero desde entonces pocos son los días en los que mi madre no se haya echado su partidita antes de dormir la siesta. Sigue siendo horriblemente mala y apenas le dura cinco o diez minutos la partida, lo suficiente para coger el sueño, pero ahí sigue, fiel a su Game Boy.
Y ahí radica el éxito de Nintendo, por eso son hoy por hoy los número uno: porque frente al resto de plataformas, que tratan de ganarse a las personas que ya juegan, Nintendo no da un cliente por perdido y trata continuamente de buscar nuevos nichos de mercado, nuevos productos que atraigan hacia el videojuego a aquellos que jamás se vieron a sí mismos con un videojuego en las manos.
Ya lo hicieron hace años con la Game Boy. Pasado el primer furor de las consolas portátiles, en Nintendo se vieron con un gran stock de Game Boys a las que dar salida. La evolución de las consolas había dejado a la vieja Game Boy obsoleta, por lo que no se podía confiar en colocársela a los usuarios habituales. Entonces a alguien en Nintendo se le ocurrió crear un juego que hiciera atractiva la consola a los hermanos pequeños de sus antiguos usuarios, algo que consiguiera que se engancharan millones de niños de entre cuatro y diez años. Y así surgió el fenómeno Pokemon, un juego más parecido a una colección de cromos que a un videojuego en sí. Y, por supuesto, hizo furor.
La Wii y la DS son una vuelta de tuerca más. Diariamente veo en el metro a gente jugando al Brain Training de la DS, la mayoría con aspecto de no haber jugado apenas a cualquier otro juego. En cuanto a la Wii, bueno, ahora que he tenido la suerte de probarla no puedo decir más que entiendo el gran éxito que ha tenido. Sólo he jugado al Wii Sport, un juego de gráficos torpes, pero francamente entretenido que, además, favorece mucho la sociabilidad. Es ideal para reuniones de amigos porque engancha a todo el mundo, sean habituales de los juegos o no, fomenta la competitividad de unos contra otros y, además, es realmente divertido ver jugar a los demás. Y es que, al final, lo importante para el éxito de un juego no son los gráficos sino la jugabilidad. Y de eso, en Nintendo, saben muchísimo.
PD. Si alguien tiene curiosidad, en este enlace hay una pequeña historia de las consolas domésticas de videojuegos. No incluye las portátiles, pero aún así resulta bastante interesante.
2 comentarios:
varios (breves):
1. me ha encantado leer el sustantivo 'maquinita'... creí que era exclusivo de mi familia, donde mi hermano y yo nos enganchamos a sendas ídems: la suya, de coches; la mía, de marcianitos... Luego hubo más, pero nunca nos gustaron tanto como aquellas...
2. la tecnoadicción, desde luego, es absolutamente contagiosa... como cualquier otra adicción consumista (este adjetivo aquí no es nada peyorativo, sino descriptivo). En mi caso, siempre me gustaron estos cacharros... pero hace años me apasiona tanto comprarlos y guardarlos como la ropa, los libros o los dvds... Sobre todo por la irrupción del mundo del diseño que, aliado con la tecnología, da lugar a productos absolutamente dignos de ser colocados en los museos del futuro...
c) en mi caso, fui pacmanófilo y tetristófilo... y lo sigo siendo... es más, ahora los llevo en el móvil y a veces no me contengo...
d) la DS es, cuando menos, una de las mejores ideas para llenar un nicho de mercado. Igual que (aunque no tengo datos de sus ventas reales) esta nueva generación de móviles de uso fácil. Y es que ya conozco a más de una persona que se ha hecho con ambos productos y cuyo perfil, hasta la fecha, no cubría ningún otro con el mismo grado de satisfacción.
En fin, como siempre, un post muuuuy interesante. Y, como casi siempre, de acuerdo en todo :-)
Muaaaaaaaaaaaaaaaaaa
"Breve", en boca de Cinephilus, es casi un oxímoron :-P
1. Claro que 'maquinita' no era exclusivo de tu familia. Mi madre las sigue llamando así. De hecho, el otro día me amenazó "O te llevas las maquinitas a tu casa o te las tiro todas". Total, que ando buscándoles un hueco.
1bis. También tuve una de marcianitos. Y una de snoopy jugando al tenis. Cuando perdías, se tiraba a dormir sobre su caseta.
2. ¿Un museo del futuro con maquinitas? Claro que sí. Mucho más interesante que ver el dedo incorrupto de Santa Teresa o el peine con los tres pelos de Chopin.
3. ¿Y qué me dices de la serpiente de los Nokia? Cuando comenzaban a implantarse los móviles, todos mis jugadores ansiaban un Nokia porque los demás móviles no tenían serpiente. Alguien debería algún día estudiar la influencia de este juego en la cota de mercado lograda por este compañía.
4. Ay, caprichosín, que te veo con una DS en los próximos Reyes ;-)
Besitos
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