30 de septiembre de 2006

Algo de intrahistoria

Quiero dedicar este álbum, en primer lugar, a la memoria del abuelo Evelio.

El abuelo Evelio era jardinero en Batalla del Jarama, uno de los "hogares" de Auxilio Social donde yo pasé parte de los ocho años que, de niño, estuve internado en esta institución del Estado.

El abuelo Evelio me sacaba del colegio cuando podía y me llevaba a su casa. Esto solía ser durante las vacaciones de verano y, sobre todo, en Navidades. No lo hacía sólo conmigo; lo hacía también con otros niños, con todos los que podía, con los que no tenían a nadie que les fuera a ver. Le daba pena vernos tan pequeños y tan solos, tan desamparados. [...] Se encargaba de escribir cartas a mi madre, que estaba tuberculosa en un sanatorio de Bilbao, cartas animosas, diciéndole que yo era un buen chico, que todo iba bien y hasta le mandaba fotografías que nos hacíamos él y yo juntos para que mi madre viese lo buen mozo que yo era.

Cuando salía del colegio (las únicas veces que salí del colegio) de la mano del abuelo Evelio, yo era inmensamente feliz. Yo le llamaba abuelo, y era como si lo fuese de verdad. Le quería con todo mi corazón. Era muy bondadoso, rezumaba ternura por los cuatro costados y yo, con ocho años, era un esponja para recibirla. Me llevaba a su casa, con sus hijos, con sus hijas, con sus nietos y nietas, y yo era uno más de la familia. Me hacía una cama en un rincón de una habitación, sobre un baúl, y para mí aquello era el cielo.

Cuando me trasladaron de colegio, a otro pueblo mucho más lejos, el abuelo Evelio iba hasta allí a buscarme en verano, con la burra. Arreglaba los papeles para que me dejaran salir y me llevaba a su casa con su familia; con su familia, que de alguna forma también era la mía.

Fragmento del prólogo del cómic Paracuellos 2, Carlos Giménez.

Unamuno solía decir -y tenía razón- que la auténtica historia, la que forja los destinos de la humanidad, no es la que versa sobre batallas y hombres ilustres, sino la que refleja el día a día de las gentes que vivieron esa época, la de los "millones de hombres sin historia que a todas horas del días se levantan a una orden del sol, y van a sus campos a proseguir la silenciosa labor cotidiana y eterna".

Si ustedes, como yo, coinciden con Unamuno en que la mejor manera de aproximarse a nuestro pasado es a través de esa intrahistoria, traten de hacerse con la serie de cómics Paracuellos, una colección de pequeñas historias autobiográficas sobre ese oscuro periodo de España que fue la postguerra. Historieta a historieta, Giménez va componiendo un dibujo terrible y deprimente sobre las duras condiciones de vida en los hogares del Auxilio Social. Una vida hostil y cruel que no tiene cabida en los libros de historia, pero que, al fin y al cabo, es la única que importa: la de la gente común.

3 comentarios:

Fernando J. López dijo...

Terrible historia que, gracias a tu consejo, ocupa un lugar destacado en mi biblioteca. Es difícil dar un testimonio más real y más humano de ese tiempo de manera tan limpia, tan rotunda, tan alejada de la sensiblería made in Cuéntame que hoy, lamentablemente, ahoga nuestro criterio estético e histórico.
Cuando quieras, por cierto, mangamos más ejemplares en nuestro vips... ;-P

Anónimo dijo...

Genial recomendación! Antes tenía en casa una entrañable viñeta en la que estaban sentados tres de los niños de Paracuellos, mientras el del centro se comía una manzana. Uno de ellos decía: "¡Me pido lo pocho!" A lo que el otro respondía: "Ya está pedido"

lopezsanchez dijo...

Yo robo contigo lo que tú quieras, cinephilus ;-)

Esas viñetas que comenta razorbuzz son bastante conocidas e ilustran muy bien la capacidad de Giménez para decir mucho con muy poco. Leyendo estos cómics uno pasa continuamente de la sonrisa tierna ante las ocurrencias de los niños a la rabia y la tristeza absoluta ante la crueldad que les toca vivir.
En fin, que no se lo pierdan.