“En el instituto éramos de lo más populares. Ahora parece que ya no conocemos a nadie.” Y es que la vida no siempre acaba siendo como nos habían contado. Lou Ann lo sabe bien, a pesar de que nunca se lo haya reconocido hasta ahora, a pesar de que haya tenido que ser en una conversación con esa camarera de café de mala muerte cuando se lo haya oído decir a sí misma por primera vez. Lou Ann y Rachel, una amistad de conveniencia que surge como única forma de huir mínimamente de ese entorno feísta hasta decir basta, alienante y opresivo, de esa frontera que bebe por igual de la América más profunda y de la miseria del otro lado.
Y es que si hay algo que refleja bien Los tres entierros de Melquíades Estrada es el color –o la falta de él- de unas vidas grises perdidas en un lugar más gris aún. El viento, el desierto, las casas... todo contribuye a una sensación de lugar inacabado, provisional. Un lugar anodino en el que estar de paso toda la vida.
En cambio, la historia central apenas logró interesarme. Para empezar, los saltos de la estructura narrativa del primer tramo de la película son injustificados, más aún cuando después, una vez que ha logrado marear al espectador inútilmente, la película acaba acomodándose en una narración cuasi-lineal. Pero es que además tanto ir y venir con el cadáver llega a resultar irrisorio sin pretenderlo. Todo ello, en una búsqueda absurda de un pueblo cuya desaparición –o inexistencia, no llegué a enterarme- no queda explicada en absoluto.
Ante este último viaje de Melquíades, si el espectador puede sentir inicialmente una cierta curiosidad, pronto ésta acaba reemplazada por el deseo irrefrenable de que lleguen de una puñetera vez adónde quiera que sea y se dejen de marear al muerto. Un cansancio del que parecen participar director y guionista, que liquidan sin más la historia sin contarnos qué había en ese sitio para que Melquíades quisiera volver con tanto afán. Y es que ese último viaje de Melquíades –y la película misma con él- acaba convertido en un simple sinsentido, una absurda cabezonería de su amigo Pete.
Y es que si hay algo que refleja bien Los tres entierros de Melquíades Estrada es el color –o la falta de él- de unas vidas grises perdidas en un lugar más gris aún. El viento, el desierto, las casas... todo contribuye a una sensación de lugar inacabado, provisional. Un lugar anodino en el que estar de paso toda la vida.
En cambio, la historia central apenas logró interesarme. Para empezar, los saltos de la estructura narrativa del primer tramo de la película son injustificados, más aún cuando después, una vez que ha logrado marear al espectador inútilmente, la película acaba acomodándose en una narración cuasi-lineal. Pero es que además tanto ir y venir con el cadáver llega a resultar irrisorio sin pretenderlo. Todo ello, en una búsqueda absurda de un pueblo cuya desaparición –o inexistencia, no llegué a enterarme- no queda explicada en absoluto.
Ante este último viaje de Melquíades, si el espectador puede sentir inicialmente una cierta curiosidad, pronto ésta acaba reemplazada por el deseo irrefrenable de que lleguen de una puñetera vez adónde quiera que sea y se dejen de marear al muerto. Un cansancio del que parecen participar director y guionista, que liquidan sin más la historia sin contarnos qué había en ese sitio para que Melquíades quisiera volver con tanto afán. Y es que ese último viaje de Melquíades –y la película misma con él- acaba convertido en un simple sinsentido, una absurda cabezonería de su amigo Pete.
1 comentario:
Vaya, sí, más o menos eso me habían dicho de la película... En fin, si es que a veces más vale dvd en casa que cine volando...
Me debes una... ya sabes.
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