El otro día fui, por fin, a ver Crash. Si no la has visto aún, mejor que no leas este post porque te destriparé gran parte de la peli ;-)
La peli es entretenidilla y, bueno, se deja ver, pero me reitero en aquello de que el Óscar este año ha sido un atraco a mano armada. Ni por asomo admite comparación con la delicadeza del guión de Brockeback, plagado de sutiles elipsis. Eso sin mencionar a los actores, inconmensurables tanto ellos como ellas.
Igualmente sonrojante resulta la comparación con Munich, un thriller trepidante lleno de preguntas hacia el espectador. Existen ciertos paralelismos entre ambas, como la tesis de que la violencia engendra violencia y que una vez metidos en la espiral no hay resquicio por donde escapar (a propósito de esto, jamás entenderé la no nominación de Una historia de violencia, pero eso es otro tema). No obstante, mientras Crash nos deja en un maniqueo y distante "no, no, no, ¡niño malo!", la otra nos introduce en la espiral de violencia acompañando al protagonista en sus dudas, sus remordimientos y su asco final por todo. En Munich los asesinos sanguinarios, ya sean de uno u otro bando, aparecen como lo que son: seres humanos que sienten y sufren como todos. Y en Crash tenemos una colección de estereotipos que se cruzan y se descruzan pero que no llegamos a entender muy bien por qué actúan así. Quizás hubiera resultado más certero centrarse en una historia y explicarla bien.
Por ejemplo, la pija pijísima de Sandra Bullock. Aparte del hecho de la elección de Sandrita para el papel (yo habría puesto, qué sé yo, a Victoria Beckham, que tampoco sabe actuar pero al menos sólo tendría que ser ella misma), es que la historia no tiene sentido. De repente se tuerce un tobillo y le entra un amor inconmesurable por su criada, a la que media hora antes estaba pensando en deportar. Claro, natural, ¿quién no se ha sentido así alguna vez? ¿Quién no ha visto pasar toda su vida ante sus ojos al rompérsele una uña? No quiero ni pensar qué es lo que habría pasado si en lugar de hacerse un esguince la operan a corazón abierto. Seguro que se rapa la cabeza y se va de monje budista a purificar a los niños del Sudán.
O el enrolladísimo policía rubito. Como soy muy enrollado y no soy nada racista, me subo al primer autoestopista que encuentre para pegarle un tiro. Hombre, yo entiendo que el tío tenía una risa de lo más cargante, pero, vamos, que con no subirle al coche habría bastado. Sí, ya sé que el director quería mostrar todo eso del ambiente opresivo y el estrés y todas esas cosa, pero es que es una forma burda burdísima de hacerlo. Te monto en el coche y luego me pongo histérico porque te ríes. Joer, pues si lleva a subir a Loreto Valverde...
Y qué decir de los iraníes. Yo creo que el director es fan de los Simpsons y ha decidido homenajearles metiendo a Apu en la peli. Para que no se notara mucho lo ha nacionalizado iraní y le ha cambiado la máquina de fresisuis por un revólver con balas de fogueo. En realidad el personaje me recordó bastante a ese entrañable Don erre que erre del Martínez Soria. Claro que el nuestro era mucho más simpático, dónde va a parar.
Ah, también estupendo el personaje de Matt Dillon (por cierto, lo mejorcito del casting. Grrrr, qué bien le van a este hombre los papeles de poli matón). Primero intenta descubrir si la mujer tiene amígdalas o se las quitaron de pequeña, pero luego resulta que el tío no es tan imbécil como parece y se juega la vida para sacarla del coche. Sí, puedo entender que sea un tío con contradicciones, que en el fondo era buena gente pero que las circunstancias lo han vuelto arisco y tiene los nervios a flor de piel y todo eso, pero, joer, cuéntalo mejor que así no hay quien se lo trague. Es como si me dicen ahora que el Losantos acaba de donar uno de sus riñones a un niño de padres gitanos rumanos y nacido en Mataró. Pues no me lo creo, claro.
Bueno, y ese remake burdo de la historia hijo pródigo, con la madre mandando a la porra al hijo ejemplar y perdiendo los vientos por su hijo camello y ladrón de coches...
Y, sí, me gusta la parte aquella de "este actor no habla como los negros", "joer, pero si es negro", "ya, pero le han debido dar clases, porque no habla como los negros". Sí, esa parte me moló. Era un poco como las criadas de nuestras telecomedias, que tienen más acento que la Roza de Ezpaña, que debe ser que aquí todas las criadas vienen de Graná porque si no no me lo explico.
Pues eso, que me parece una peli muy del montoncente. Digna, pero claramente imperfecta. No es que lo que cuenta no tenga interés, es que lo cuenta mal. Convierte un puñado de historias con cierto interés en un cruce de anécdotas. Quiere ser el espejo sórdido de El juego de Hollywood de Altman, pero le falta talento para entretejer las historias con credibilidad y, sobre todo, para construir personajes verosímiles. Y, desde luego, si los Óscar estuvieran desligados de cualquier componente ideológico y/o político probablemente no habría salido ni nominada. Pero, claro, en ese caso no serían los Óscar.
La peli es entretenidilla y, bueno, se deja ver, pero me reitero en aquello de que el Óscar este año ha sido un atraco a mano armada. Ni por asomo admite comparación con la delicadeza del guión de Brockeback, plagado de sutiles elipsis. Eso sin mencionar a los actores, inconmensurables tanto ellos como ellas.
Igualmente sonrojante resulta la comparación con Munich, un thriller trepidante lleno de preguntas hacia el espectador. Existen ciertos paralelismos entre ambas, como la tesis de que la violencia engendra violencia y que una vez metidos en la espiral no hay resquicio por donde escapar (a propósito de esto, jamás entenderé la no nominación de Una historia de violencia, pero eso es otro tema). No obstante, mientras Crash nos deja en un maniqueo y distante "no, no, no, ¡niño malo!", la otra nos introduce en la espiral de violencia acompañando al protagonista en sus dudas, sus remordimientos y su asco final por todo. En Munich los asesinos sanguinarios, ya sean de uno u otro bando, aparecen como lo que son: seres humanos que sienten y sufren como todos. Y en Crash tenemos una colección de estereotipos que se cruzan y se descruzan pero que no llegamos a entender muy bien por qué actúan así. Quizás hubiera resultado más certero centrarse en una historia y explicarla bien.
Por ejemplo, la pija pijísima de Sandra Bullock. Aparte del hecho de la elección de Sandrita para el papel (yo habría puesto, qué sé yo, a Victoria Beckham, que tampoco sabe actuar pero al menos sólo tendría que ser ella misma), es que la historia no tiene sentido. De repente se tuerce un tobillo y le entra un amor inconmesurable por su criada, a la que media hora antes estaba pensando en deportar. Claro, natural, ¿quién no se ha sentido así alguna vez? ¿Quién no ha visto pasar toda su vida ante sus ojos al rompérsele una uña? No quiero ni pensar qué es lo que habría pasado si en lugar de hacerse un esguince la operan a corazón abierto. Seguro que se rapa la cabeza y se va de monje budista a purificar a los niños del Sudán.
O el enrolladísimo policía rubito. Como soy muy enrollado y no soy nada racista, me subo al primer autoestopista que encuentre para pegarle un tiro. Hombre, yo entiendo que el tío tenía una risa de lo más cargante, pero, vamos, que con no subirle al coche habría bastado. Sí, ya sé que el director quería mostrar todo eso del ambiente opresivo y el estrés y todas esas cosa, pero es que es una forma burda burdísima de hacerlo. Te monto en el coche y luego me pongo histérico porque te ríes. Joer, pues si lleva a subir a Loreto Valverde...
Y qué decir de los iraníes. Yo creo que el director es fan de los Simpsons y ha decidido homenajearles metiendo a Apu en la peli. Para que no se notara mucho lo ha nacionalizado iraní y le ha cambiado la máquina de fresisuis por un revólver con balas de fogueo. En realidad el personaje me recordó bastante a ese entrañable Don erre que erre del Martínez Soria. Claro que el nuestro era mucho más simpático, dónde va a parar.
Ah, también estupendo el personaje de Matt Dillon (por cierto, lo mejorcito del casting. Grrrr, qué bien le van a este hombre los papeles de poli matón). Primero intenta descubrir si la mujer tiene amígdalas o se las quitaron de pequeña, pero luego resulta que el tío no es tan imbécil como parece y se juega la vida para sacarla del coche. Sí, puedo entender que sea un tío con contradicciones, que en el fondo era buena gente pero que las circunstancias lo han vuelto arisco y tiene los nervios a flor de piel y todo eso, pero, joer, cuéntalo mejor que así no hay quien se lo trague. Es como si me dicen ahora que el Losantos acaba de donar uno de sus riñones a un niño de padres gitanos rumanos y nacido en Mataró. Pues no me lo creo, claro.
Bueno, y ese remake burdo de la historia hijo pródigo, con la madre mandando a la porra al hijo ejemplar y perdiendo los vientos por su hijo camello y ladrón de coches...
Y, sí, me gusta la parte aquella de "este actor no habla como los negros", "joer, pero si es negro", "ya, pero le han debido dar clases, porque no habla como los negros". Sí, esa parte me moló. Era un poco como las criadas de nuestras telecomedias, que tienen más acento que la Roza de Ezpaña, que debe ser que aquí todas las criadas vienen de Graná porque si no no me lo explico.
Pues eso, que me parece una peli muy del montoncente. Digna, pero claramente imperfecta. No es que lo que cuenta no tenga interés, es que lo cuenta mal. Convierte un puñado de historias con cierto interés en un cruce de anécdotas. Quiere ser el espejo sórdido de El juego de Hollywood de Altman, pero le falta talento para entretejer las historias con credibilidad y, sobre todo, para construir personajes verosímiles. Y, desde luego, si los Óscar estuvieran desligados de cualquier componente ideológico y/o político probablemente no habría salido ni nominada. Pero, claro, en ese caso no serían los Óscar.
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