Era débil -lo reconocía- y sucumbía sin remedio a cuanta moda o tendencia se impusiera en cada momento. Por supuesto, tenía blog desde hacía tiempo, posteaba a diario y comentaba sin dudar en cualquier blog que pasara por su pantalla. Incluso había llegado a mantener varios blogs bajo distintos pseudónimos y se hacía comentarios halagadores a sus mismos posts. Cosas del anonimato.
Hacía tiempo, sin embargo, que su espíritu de fashion victim sufría ante la imposibilidad de añadir una nueva tendencia a su colección. Y es que su fetichismo exacerbado por los libros le impedía practicar el bookcrossing. No es que no lo hubiera intentado, no. Elegía el libro, lo preparaba con mimo y seleccionaba el lugar adecuado, pero luego le angustiaba desprenderse de él. Lo depositaba con una suave caricia de despedida y se volvía con ademán decidido dispuesto a abandonarlo para siempre. Sin embargo, siempre acaba regresando, no sin cierta angustia, para rescatarlo. Y así iban transcurriendo los días, conviviendo con su frívolo conflicto interno, su necesidad imperiosa de hacer y seguir tendencia y su incapacidad manifiesta para lograrlo.
Hasta que la industria de la cultura vino en su ayuda. Uno de esos días suyos de compra compulsiva de libros coincidió casualmente con cierta efeméride. Para celebrarla, regalaban un modesto librito con cada compra. Y se encontró, de repente, volviendo a su casa con dos montones de libros: el de los comprados y el de sus parejas, esos libritos-regalo. Encontró en esa montaña de libritos repetidos la manera perfecta de completar su anhelo. Practicaría el bookcrossing con ellos sin temor al remordimiento.
El primero de los libritos lo abandonó en clase. Regresó a casa con la enorme satisfacción de haber efectuado la primera acción de su nueva tendencia. Poco duró, sin embargo, su satisfacción. El profesor advirtió lo que creyó un olvido y se encargó de devolverle el librito al día siguiente. “Creo que te dejaste, esto” y se lo acercó con una sonrisa.
Su siguiente intento lo llevó a cabo en la estación de tren. Cogió un número para la ventanilla de tickets y se sentó a leer disimuladamente un libro de poesía dejando a su lado el librito. Por supuesto, no tenía intención de comprar billete alguno. Aun así, esperó pacientemente enfrascado en su lectura a que le llegara el turno. Hora y media de poemas entre maletas y avisos a viajeros. Cuando vio por fin su número en la pantalla, se levantó con cierto aire triunfal dejando el librito abandonado a su suerte en el asiento. No hubo suerte. Aquel hombre guapísimo con el que se estuvo cruzando miradas durante la espera quiso devolverle el libro. “Toma, te dejabas esto.”
No sé si fue efecto de su hermosa voz varonil o de esa belleza desarmante de su rostro, pero lo cierto es que esa vez no le importó tanto el fracaso de esa nueva tentativa de bookcrossing. Menos aún cuando, de vuelta al metro, descubrió su teléfono insertado entre las páginas del librito. Quien sabe, quizás esa noche probaría suerte llamando al teléfono del desconocido. Lo cierto es que ya anda buscando nuevos lugares donde seguir practicando esa modalidad tan particular de bookcrossing. Y es que, definitivamente, esto de seguir las tendencias no está nada mal.
Hacía tiempo, sin embargo, que su espíritu de fashion victim sufría ante la imposibilidad de añadir una nueva tendencia a su colección. Y es que su fetichismo exacerbado por los libros le impedía practicar el bookcrossing. No es que no lo hubiera intentado, no. Elegía el libro, lo preparaba con mimo y seleccionaba el lugar adecuado, pero luego le angustiaba desprenderse de él. Lo depositaba con una suave caricia de despedida y se volvía con ademán decidido dispuesto a abandonarlo para siempre. Sin embargo, siempre acaba regresando, no sin cierta angustia, para rescatarlo. Y así iban transcurriendo los días, conviviendo con su frívolo conflicto interno, su necesidad imperiosa de hacer y seguir tendencia y su incapacidad manifiesta para lograrlo.
Hasta que la industria de la cultura vino en su ayuda. Uno de esos días suyos de compra compulsiva de libros coincidió casualmente con cierta efeméride. Para celebrarla, regalaban un modesto librito con cada compra. Y se encontró, de repente, volviendo a su casa con dos montones de libros: el de los comprados y el de sus parejas, esos libritos-regalo. Encontró en esa montaña de libritos repetidos la manera perfecta de completar su anhelo. Practicaría el bookcrossing con ellos sin temor al remordimiento.
El primero de los libritos lo abandonó en clase. Regresó a casa con la enorme satisfacción de haber efectuado la primera acción de su nueva tendencia. Poco duró, sin embargo, su satisfacción. El profesor advirtió lo que creyó un olvido y se encargó de devolverle el librito al día siguiente. “Creo que te dejaste, esto” y se lo acercó con una sonrisa.
Su siguiente intento lo llevó a cabo en la estación de tren. Cogió un número para la ventanilla de tickets y se sentó a leer disimuladamente un libro de poesía dejando a su lado el librito. Por supuesto, no tenía intención de comprar billete alguno. Aun así, esperó pacientemente enfrascado en su lectura a que le llegara el turno. Hora y media de poemas entre maletas y avisos a viajeros. Cuando vio por fin su número en la pantalla, se levantó con cierto aire triunfal dejando el librito abandonado a su suerte en el asiento. No hubo suerte. Aquel hombre guapísimo con el que se estuvo cruzando miradas durante la espera quiso devolverle el libro. “Toma, te dejabas esto.”
No sé si fue efecto de su hermosa voz varonil o de esa belleza desarmante de su rostro, pero lo cierto es que esa vez no le importó tanto el fracaso de esa nueva tentativa de bookcrossing. Menos aún cuando, de vuelta al metro, descubrió su teléfono insertado entre las páginas del librito. Quien sabe, quizás esa noche probaría suerte llamando al teléfono del desconocido. Lo cierto es que ya anda buscando nuevos lugares donde seguir practicando esa modalidad tan particular de bookcrossing. Y es que, definitivamente, esto de seguir las tendencias no está nada mal.
2 comentarios:
Ays, en el fondo, el azar, inexplicable él, viaja por el tiempo y el espacio sin importarle que existen nuevas tecnologías, nuevas tendencias, o nuevas formas de relación social. De una marquesina huye a un café, y de ahí a un vagón de metro, a un intento fallido de bookcrossing, o a un comentario de un blog. Y con ellos, el mundo gira... y afortunadamente, sigue vibrando.
A mí esto, definitivamente, me pilla muy mayor... Lo mío es más el ligue con copa y chunda-chunda o el cruising puro y duro... Y es que en realidad, para según qué cosas, soy un clásico...
Publicar un comentario