22 de febrero de 2006

Esta tarde he vuelto a acordarme de ti

Esta tarde he vuelto a acordarme de ti. Bueno, en realidad, esto no es del todo cierto porque, desde que te fuiste, te he llevado conmigo. Mi vida es ahora un teatro con una única espectadora y donde me siento incapaz de actuar sin preguntarme si apruebas la obra o si, por el contrario, tratas de comprender el porqué de mi inusual conducta.


Pero sí, esta tarde volví a bajarte por unas horas a mi consciencia, a recordarte en vida, y a sonreírme pensando lo sabia que eras aunque apenas supieras de nada. Estuve mirando ese magnífico libro de fotografías que compré este domingo. Y me di cuenta de cuánta razón llevabas.


Miraba esas fotos de este aquí en aquel entonces. Un tiempo no tan lejano como algunos quieren creer. Un puñado de décadas nos separan, con nuestros iPod y nuestros DVD, de esos rostros ajados, de las alpargatas, las boinas, los burros tirando de tranvías. Apenas un puñado entre esa España mísera y la de ahora, ésta que mira por encima del hombro y que se permite el lujo de desentenderse de todo.


Y recordé, con una sonrisa, cómo te exaltabas con aquello. Jamás levantabas la voz, jamás eras categórica ni sentabas cátedra. Excepto al hablar de entonces. Ahí sí, ahí te alterabas y abandonabas por una vez tu papel de observadora sumisa y expectante para alzarte y proclamar tu discurso, él único que te oí proclamar jamás. Y decías que nunca, nunca, creyera a nadie que me hablara de un pasado feliz, de una España en la que se vivía mejor. "Noooo", exclamabas, "no les creas... Porque mienten. ¡Mienten! Miseria. Eso es todo lo que había: mucha miseria. Yo ahora me admiro de cómo las chicas jóvenes salís y entráis. Y tanto que hay por ver... tantas maravillas y ¡tan bonitas! Antes... antes todo era feo y sucio".


Yo te escuchaba sorprendida. Porque te transformabas con tu discurso. Se te apagaba el rostro al contarme vuestra vida diaria, los seis en una habitación; tu maestría para zurzir con trapos las camisas para que siguieran pareciendo camisas; el mimo con el que ahorraste moneda a moneda durante un año para regalarle una muñeca a tu hija mayor. Sí, contabas penuria tras penuria. Y después se te iluminaba la cara al enumerar lo que te maravillaba hoy en día. En realidad, se te iluminaba siempre porque tenías ganas de devorar el mundo, de conocer y visitarlo todo, de entrar y salir. De vivir, a tus setenta y pico años, todo lo que este otrora mezquino y gris país no te dejó. De vivir.

2 comentarios:

Vulcano Lover dijo...

Ay ay ay, que alguien me dijo que no iba a entrar en cierta "cibersede" y al final ha acabado haciéndolo... Muy mal hecho. Siento decir que se ha perdido el contexto y la intención de todo este tema... Pero bueno, yo cayo y respeto. En este caso mi opinión, va a tener que ser sólo mía.
"cnlsxo" esto hoy promete...

lopezsanchez dijo...

ein?? Este inquilino se ha perdido algo. Es lo que tiene andar desconectado todo el día. Voy a ver si haciendo algo de turismo me sitúo.

"vhgcsl" ¡vaya xñrgrrñx de palabra!