No sé cuántos kilómetros de insulsa carretera llevábamos tragados. Puede que fueran cincuenta, o tal vez cien. Saliste un momento de tu sopor y me miraste.
"¿En qué piensas?" Cuántas veces me habrás preguntado lo mismo. Siempre tuve facilidad para volar lejos, como siempre tuviste curiosidad por averiguar el destino de mis vuelos. Sonreí.
"Anda, dime lo que piensas", imploraste con esos ojos dulces que me desarman. Volví a sonreir.
"Pensaba... en follar." Y seguí sonriendo mientras mi mano derecha bajaba a tu bragueta. Hacía rato ya que me deshacía al volante, contando los kilómetros para casa, el tiempo de espera para volver a sentirte dentro. Y entonces preguntaste.
"Eres..." Chist, calla, no hables. Mi izquierda agarraba fuerte el volante mientras la otra, la de la pureza y la rectitud, te masturbaba con fuerza.
"Voy a parar."
"¡Espera! Aquí no." Siempre fuiste pudoroso. Mucho más que yo. "Hay un área de descanso algo más allá. Además, casi es de noche."
Y no paré. Pero te tomé la mano y la llevé a mi pecho. Me temblaban las piernas de deseo ansiando esa puesta de sol, esa cuneta apartada donde tomarnos por fin.
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