21 de julio de 2008

Reflexiones profanas acerca de arquitectura

Probablemente la disciplina artística más inextricable para el común de los mortales sea la arquitectura. Llegar a entrever lo armónico de un volumen o la racionalidad de una ordenación espacial requiere un ejercicio de abstracción que la mayoría no estamos preparados para lograr.

Además, frente a otras artes como la pintura, la escultura o la música, la arquitectura tiene un componente ubicuo que la vuelve muy proclive a ser vilipendiada. El público rechazará con disgusto un lienzo de Rothko porque le resulta incomprensible, pero para ello antes tendrá que haber acudido de forma voluntaria a la exposición donde se muestra. Podría decirse que, al fin y al cabo, ellos se lo han buscado. En cambio, cuando uno sale de su casa y se topa con un Moneo, recibe de lleno la insultante incomprensión del arte contemporáneo.

El arte exige esfuerzo y colaboración por parte del espectador -ya lo hemos dicho otras veces- y el gran problema de la arquitectura es que a la mayor parte de su público ni se le ha pasado por la cabeza iniciar diálogo alguno con la obra. Simplemente, pasaban por allí.

Juzgar una obra arquitectónica es extremadamente difícil. Porque la arquitectura debe ser bella y armoniosa, sí, pero también funcional. Su fin último es, no lo olvidemos, albergar un espacio para un uso concreto y no puede -o no debería poder- permitirse la licencia del arte por el arte. Calatrava podrá opinar lo que quiera, pero un puente debe ser ante todo un puente, no un bello elemento decorativo en el que los viandantes resbalen y se rompan huesos (a la derecha, el Zubi Zuri de Calatrava en Bilbao).

Es como en otra de las grandes artes utilitarias: la moda. Cada vez que observo uno de esos trajes en los que un diseñador se ha preocupado tanto de los volúmenes, los tejidos y los estampados que se ha olvidado de si el traje sienta bien o no tengo la sensación de que sin darse cuenta ha saltado a otra disciplina. Un vestido debe potenciar la belleza, la forma o la elegancia de la persona que lo lleva. Si deforma su imágen hasta el punto de hacerla parecer paticorta, tansformarla en un tubo sin formas o convertirla en un globo aerostático, deja de ser un vestido para convertirse en una creación más cercana a la escultura. Del mismo modo, si una vivienda no es habitable, un puente no puede cruzarse sin jugarse el tipo o un edificio de oficinas requiere una cantidad ingente de energía para mantener una temperatura adecuada, su esencia arquitectónica resulta pervertida.

Pero además de los aspectos artístico, técnico y funcional, también deberían tomarse en cuenta otros como, por ejemplo, el económico. Es muy cierto que no fue precisamente mirando el bolsillo como se erigieron algunas de las grandes obras maestras de la arquitectura, pero a menudo la megalomanía de algunos arquitectos les lleva al derroche por el derroche. Con frecuencia se echa en falta una cierta consideración acerca del origen y los fines del proyecto arquitectónico. No es lo mismo proyectar la nueva sede de una multinacional dispuesta a invertir una gran suma de dinero para que su edificio ejerza como tarjeta de presentación que diseñar un bloque de viviendas VPO. Me pregunto yo, independientemente de su mayor o menor valor arquitectónico, ¿es de recibo que el coste del agujero del Mirador de San Chinarro, edificio de VPO del Ayuntamiento de Madrid, sea muy superior al del conjunto de todo el resto de viviendas del edificio?

Quizás uno de los grandes problemas de la arquitectura actual es que muchas veces el encargo parte de completos profanos, sin capacidad para juzgar adecuadamente si el proyecto que le presenta el arquitecto es bueno o simplemente se trata de una alharaca estética. A menudo, entre el jurado de los concursos públicos no se encuentra un solo arquitecto y con más frecuencia de lo deseable se lleva el gato al agua un proyecto mediocre gracias al poder mediático del arquitecto o a estrategias más o menos publicitarias como una supuesta sostenibilidad ecológica del edificio.

La solución, como de costumbre, está en la formación. Hace falta más cultura arquitectónica. No todos podemos ser arquitectos, pero sí podemos realizar el esfuerzo de reflexionar sobre lo que nos rodea, formarnos e indagar para poder discernir con un mínimo de criterio. Al final, valorar correctamente una obra arquitectónica seguirá siendo extremadamente difícil para nosotros, los profanos, pero al menos estaremos en mejor disposición para intentarlo. Y en ello ando.

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