Hace tiempo, hablando con un ilustrador veterano, se refería con nostalgia a la década de los 80 como la "época dorada de la ilustración". Animadas por los aires de modernidad que se respiraba en esa época en nuestro país, surgían aquí y allí numerosas publicaciones de todo tipo. Los avances técnicos habían llegado a la imprenta, que permitía realizar un tipo de publicación más visual sin incrementar demasiado los costes, pero aún no se había producido la revolución en el software de edición que vendría en los noventa cambiando para siempre el concepto de diseño gráfico. Era el momento, pues, de fotógrafos y, sobre todo, ilustradores freelance.
Los ilustradores que, como mi amigo, ya estaban en la brecha entonces, recibían numerosos encargos de portadas y cubiertas para todo tipo de publicaciones. Era la época del ilustrador manual, de la acuarela, el guache y el oleo. Si uno, además, dominaba el aerógrafo, le llovían ofertas por doquier.
Y entonces llegó la informática doméstica. Y con ella el Photoshop, el QuarkXpress, el Illustrator, el Freehand... Herramientas pensadas para trabajar la imagen, diseñar, maquetar y dibujar. Y el concepto de creador gráfico cambió para siempre. La técnica perdió protagonismo frente a la idea. Manejar bien un pincel dejó de ser relevante en la mayor parte de los encargos y el antiguo prestigio del aerógrafo pasó a mejor vida.
Aún hay quien se rasga las vestiduras por este cambio de situación que se ha vivido en la industria del diseño gráfico y la edición en general. No creo, sin embargo, que sea para echar pestes. Todos estos adelantos técnicos no suponen más que nuevas herramientas, más flexibles y potentes, al servicio de la creatividad. Adaptarse o morir. Evidentemente, disfrazan muchas carencias y cualquiera puede sentirse diseñador con ellas, algo que me parece fantástico. Además, si la falta de técnica se escamotea ahora gracias al Photoshop, antes se podía disfrazar la ausencia de creatividad y talento gracias a una técnica exquisita pero completamente vacía.
Aunque una cosa sí es clara: por lo que respecta al diseño de cubiertas y portadas, el protagonismo profesional ha cambiado. Si los fotógrafos han logrado mantener su parcela en este terreno (véase, por ejemplo, el último rediseño de El País Semanal), los ilustradores puros -ya sean analógicos o digitales- han cedido el paso casi por completo a los diseñadores gráficos.
Hay, no obstante, un medio que no solo sigue apostando por las portadas de autor, sino que ha hecho de esta circunstancia su marca de identidad: el New Yorker. Uno de los hitos que un ilustrador actual puede alcanzar es recibir un encargo para la portada semana del New Yorker. Por ella han pasado la flor y nata de la ilustración y el cómic actual, incluyendo a nuestro flamante primer Premio Nacional de Cómic.
Y es que sus portadas -como sus tiras de prensa1- suponen un completo state of art de la ilustración del momento. Por ello me ha parecido una idea estupenda comenzar el año con este post, homenajeando a la revista y recomendándoles echar un vistazo a las portadas del New Yorker de todo el 2007 (fuente del enlace: Libro de notas).
1: Con respecto a las tiras cómicas, otra recomendación: el estupendo cómic La vida es buena si no te rindes, de Seth, cuyo hilo argumental es el viaje que realiza en protagonista en su búsqueda obsesiva de datos acerca de Kalo, un antiguo creador de tiras para el New Yorker.
Los ilustradores que, como mi amigo, ya estaban en la brecha entonces, recibían numerosos encargos de portadas y cubiertas para todo tipo de publicaciones. Era la época del ilustrador manual, de la acuarela, el guache y el oleo. Si uno, además, dominaba el aerógrafo, le llovían ofertas por doquier.
Y entonces llegó la informática doméstica. Y con ella el Photoshop, el QuarkXpress, el Illustrator, el Freehand... Herramientas pensadas para trabajar la imagen, diseñar, maquetar y dibujar. Y el concepto de creador gráfico cambió para siempre. La técnica perdió protagonismo frente a la idea. Manejar bien un pincel dejó de ser relevante en la mayor parte de los encargos y el antiguo prestigio del aerógrafo pasó a mejor vida.
Aún hay quien se rasga las vestiduras por este cambio de situación que se ha vivido en la industria del diseño gráfico y la edición en general. No creo, sin embargo, que sea para echar pestes. Todos estos adelantos técnicos no suponen más que nuevas herramientas, más flexibles y potentes, al servicio de la creatividad. Adaptarse o morir. Evidentemente, disfrazan muchas carencias y cualquiera puede sentirse diseñador con ellas, algo que me parece fantástico. Además, si la falta de técnica se escamotea ahora gracias al Photoshop, antes se podía disfrazar la ausencia de creatividad y talento gracias a una técnica exquisita pero completamente vacía.
Aunque una cosa sí es clara: por lo que respecta al diseño de cubiertas y portadas, el protagonismo profesional ha cambiado. Si los fotógrafos han logrado mantener su parcela en este terreno (véase, por ejemplo, el último rediseño de El País Semanal), los ilustradores puros -ya sean analógicos o digitales- han cedido el paso casi por completo a los diseñadores gráficos.
Hay, no obstante, un medio que no solo sigue apostando por las portadas de autor, sino que ha hecho de esta circunstancia su marca de identidad: el New Yorker. Uno de los hitos que un ilustrador actual puede alcanzar es recibir un encargo para la portada semana del New Yorker. Por ella han pasado la flor y nata de la ilustración y el cómic actual, incluyendo a nuestro flamante primer Premio Nacional de Cómic.
Y es que sus portadas -como sus tiras de prensa1- suponen un completo state of art de la ilustración del momento. Por ello me ha parecido una idea estupenda comenzar el año con este post, homenajeando a la revista y recomendándoles echar un vistazo a las portadas del New Yorker de todo el 2007 (fuente del enlace: Libro de notas).
1: Con respecto a las tiras cómicas, otra recomendación: el estupendo cómic La vida es buena si no te rindes, de Seth, cuyo hilo argumental es el viaje que realiza en protagonista en su búsqueda obsesiva de datos acerca de Kalo, un antiguo creador de tiras para el New Yorker.
2 comentarios:
La impactante portada del New Yorker tras el 11-S fue, a su modo, la desencadentante de aquella novela, La inmortalidad del cangrejo, que tantas veces rozó tanto los premios como su publicación (lástima que fuera demasiado dura para el mundillo editorial, como luego comprobé). En mi colección de revistas -esa que algún día hundirá mi salón...- hay unos cuantos -casi todos, regalos de Juan- y los cuido con especial cariño... Hermoso post ;-)
P.S. Iba a escribirte uno en plan "no sé de qué hablas pero me mola mucho", sin embargo, he sido bueno y me he contenido (bueno, o casi).
Pues has hecho fatal en decírmelo, que lo sepas. A partir de ahora tendrás que registrarme cada vez que salga de tu piso. Y es que he buscado en todos los quioscos de Madrid y me ha resultado imposible conseguir jamás un ejemplar.
Esa portada de la que hablas es mítica. La realizó Art Spiegelman, el autor de Maus.
Lo peor de que no te publiquen tu novela es que jamás podremos leerla :-/
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