24 de noviembre de 2007

Mundo ¿profesional?

Semana bastante extraña en cuanto a lo profesional esta que estoy viviendo. Uno de los propósitos con los que abrí este blog fue el de desahogarme, así que allá voy.

Uno

Entre el lunes y el jueves de esta semana he acudido como monitora -esto es, ayundante del profesor- a un curso para administradores web. Se presupone que el curso es avanzado y que todos los alumnos son administradores de servidores web o, al menos, trabajan como informáticos. Pues bien, de los ocho alumnos -todos ellos, efectivamente, "analistas de sistemas"- solo dos sabían lo que era un servidor web. Mal empezamos. Y, como era de esperar ante tal principio, mal acabamos. Dos de los alumnos no llegaban ni al mínimo mínimo de un usuario inexperto. Tanto es así que las anécdotas que he podido recopilar únicamente con esos dos alumnos en cuatro días darían para escribir un libro. Sirvan para muestra las siguientes: no saber qué es un navegador (ni lograr aprenderlo en cuatro días), no saber abrir un CD (ya saben, doble clic en Mi PC, etc.) y empeñarse en pinchar una memoria USB en una de las ranuras de ventilación de la caja del ordenador.

A lo largo de mi vida he tratado mucho con usuarios inexpertos de informática. Yo misma lo fui en su día, en ese camino díficil que emprendí hace años desde las Letras más puras hacia las Ciencias más puras. Me suelo manejar bien con ellos, por tanto, y es bastante habitual que los que más dificultades tienen con el ordenador acaben recurriendo a mí porque tengo bastante paciencia y alguna facilidad para explicarles las cosas "a su nivel". Pero no puedo con la falta de profesionalidad -¿a qué narices se dedica esta gente en su trabajo diario como analistas de sistemas si ni siquiera saben navegar por la estructura de carpetas del Windows?-. Y mucho menos con el empeñarse en no pensar.

Dos

Y, por la tarde, ya en casa, me enfrasco en mis tareas como correctora. Para los profanos en la materia, explicaré brevemente el modus operandi con una de las editoriales de la que soy colaboradora. Generalmente, me envían pruebas ya maquetadas para que realice una corrección ortotipográfica (simplificando mucho, de puntos, comas y erratas propiamente dichas). En el precio pactado por página se incluye una segunda corrección que, en principio, se limita a comprobar que se metieron correctamente las correcciones que yo marqué pero que, en la práctica, mi obsesión por la perfección convierte en una nueva y atenta lectura.

A veces, si se va mal de tiempo y las primeras pruebas iban extremadamente limpias, se prescinde de esa segunda corrección, lo cual me supone librarme de un enorme trabajo extra no remunerado.

Otras veces, en cambio, si los originales vienen extremadamente mal, me los pasan antes de estar maquetados para que realice una corrección en pantalla -esto es, en el documento de Word-. A esta corrección se le denomina de estilo y, como se da por hecho que la intervención en el texto será grande, se paga mejor. En mi opinión, todo texto debería llevar siempre como mínimo esas tres correcciones -estilo, ortotipográfica y una tercera que revise todo y haga hincapié en la maquetación-, pero por desgracia lo habitual es que con la excusa de la falta dinero y/o tiempo se prescinda de una de ellas.

En fin, voy al caso. Me encuentro esta semana con un mail de la editora diciéndome que, como va fatal de tiempo y yo corregí "con mucha atención las primeras" vamos a prescindir de las segundas. Yo me echo a temblar. En primer lugar, porque se trata de un libro que me pasaron directamente para ortotipografía y prescindir de las segundas implica que el libro salga con una única corrección. Y en segundo lugar porque había que ver cómo devolví aquellas primeras pruebas, con párrafos enteros tachados y reescritos al margen, llenos de notas en las que solicitaba revisión por parte de los autores y plagados de páginas con texto sobrante. Eso, sin contar con ese "con mucha atención", como si no fuera lo normal emplear mucha atención en este tipo de trabajo.

En principio, como he dicho más arriba, el que un texto no vaya a segundas es una gran noticia para mí: mismo dinero en casi la mitad de tiempo. Pero mi profesionalidad se rebela y le contesto a la editora que, bueno, que aunque vaya pillada de tiempo me puede enviar las unidades que ya estén listas, que yo me pego la paliza y se las devuelvo al día siguiente y que así, al menos, irán algunas unidades más revisadas. Envío el correo y sigo dándole vueltas a cómo organizar mi tiempo y el tema de los mensajeros para poder hacer el máximo de segundas posibles. Y entonces me llega un segundo correo diciendo que muchas gracias pero que de verdad no lo ve necesario y que va tan mal de tiempo que prefiere dejarlo así.

Ante esta contestación, acabo por rendirme ya que me parece absurdo seguir peleando por un trabajo que no voy a cobrar y para el que no sé muy bien de dónde iba a sacar el tiempo si resulta que a su responsable le importa tres pepinos si sale bien o no.

Y, a todo esto, yo me pregunto: ¿qué le cuesta a la gente pensar un poquito, tener un mínimo de curiosidad ante la vida y ser mínimamente profesional? Después de reflexionar mucho sobre el tema, yo he decidido que en mi próxima vida quiero tener las inquietudes de una lechuga. Seguro que así me llevo muchos menos disgustos.

2 comentarios:

elbé dijo...

¡Aylavirgen! si además de todo tienes dos trabajos... y encima entrenas a no sé qué equipo y lees, y vas a exposiciones y al cine y dibujas... ¿algún consejo para desorganizados crónicos sin remedio?

lopezsanchez dijo...

En realidad hago trampas, sr. elbé. Uso el mismo truco que Michael Keaton en Mis dobles, mi mujer y yo. Así que, ya saben, tengan cuidado no vaya a ser que se tropiecen con mi yo tonto :-)