Lo admito: soy una malqueda. Al menos en lo que se refiere a mi blog y mis lectores. Aparezco y desaparezco sin la menor explicación. Esta vez, sin embargo, tengo excusa. Unos ciertos -ejem- asuntillos me han llevado a abandonar el país un par de semanitas.
Coñas aparte, durante estas dos semanas de silencio he estado viajando placenteramente en la inestimable compañía de mi querido maximizador. Y ahora es cuando una debería pasar a narrar su viaje -bellísimo, se lo aseguro- y mostrar decenas de fotografías. Pero me permitirán, si no es mucha molestia, que lo deje para más adelante. Los recuerdos están tan vivos aún que tratar de ponerlos por escrito haría más patente aún ese cierto dolorcillo por el tiempo que se fue. Aunque también es verdad que cuando dejo para más adelante algún post resulta bastante probable que jamás acabe por ver la luz. Por poner solo un ejemplo, se me ocurre, a bote pronto, el eternamente aplazado post acerca de mi romántica y maravillosa escapadita a Lisboa de la primavera pasada.
Lisboa es, al igual que la ciudad por la que hace apenas unas decenas de horas aún caminaba, una ciudad difícil. No es París, ni Florencia, ni San Sebastián, ni Barcelona. No es una de esas ciudades cuya belleza arrogante asalta al visitante nada más llegar, una de esas ciudades donde todo parece estar en su sitio para que lo admiremos, donde cada rincón parece gritar "¡ey, mírame y hazme una foto!". No. Lisboa es otra cosa. La belleza de Lisboa, con su decadencia y su desorden, es una belleza mucho más íntima, que llega con mayor dificultad pero que, cuando engancha, ya no le suelta a uno.
Quizás porque amo tanto a este Madrid imperfecto y caótico donde vivo me llegan especialmente este tipo de ciudades en las que la belleza va más allá de lo obvio y el mayor placer radica en perderse sin rumbo por sus calles. Ciudades que muchos no incluirían en sus rankings pero a mí me emocionan de una forma especial. Lisboa, o Cádiz, o Atenas, o Génova, o, nuevamente, Madrid.
En fin, no pretendía, en cualquier caso, convertir este post en una semblanza de Lisboa, sino anunciar mi regreso por estos lares. Dicho esto, pues, supongo que volveré a reanudar el posteo de cosillas por aquí. Un saludo a todos los que me han echado de menos. Y a los demás, también. Ya saben, sean felices ;-)
Coñas aparte, durante estas dos semanas de silencio he estado viajando placenteramente en la inestimable compañía de mi querido maximizador. Y ahora es cuando una debería pasar a narrar su viaje -bellísimo, se lo aseguro- y mostrar decenas de fotografías. Pero me permitirán, si no es mucha molestia, que lo deje para más adelante. Los recuerdos están tan vivos aún que tratar de ponerlos por escrito haría más patente aún ese cierto dolorcillo por el tiempo que se fue. Aunque también es verdad que cuando dejo para más adelante algún post resulta bastante probable que jamás acabe por ver la luz. Por poner solo un ejemplo, se me ocurre, a bote pronto, el eternamente aplazado post acerca de mi romántica y maravillosa escapadita a Lisboa de la primavera pasada.
Lisboa es, al igual que la ciudad por la que hace apenas unas decenas de horas aún caminaba, una ciudad difícil. No es París, ni Florencia, ni San Sebastián, ni Barcelona. No es una de esas ciudades cuya belleza arrogante asalta al visitante nada más llegar, una de esas ciudades donde todo parece estar en su sitio para que lo admiremos, donde cada rincón parece gritar "¡ey, mírame y hazme una foto!". No. Lisboa es otra cosa. La belleza de Lisboa, con su decadencia y su desorden, es una belleza mucho más íntima, que llega con mayor dificultad pero que, cuando engancha, ya no le suelta a uno.
Quizás porque amo tanto a este Madrid imperfecto y caótico donde vivo me llegan especialmente este tipo de ciudades en las que la belleza va más allá de lo obvio y el mayor placer radica en perderse sin rumbo por sus calles. Ciudades que muchos no incluirían en sus rankings pero a mí me emocionan de una forma especial. Lisboa, o Cádiz, o Atenas, o Génova, o, nuevamente, Madrid.
En fin, no pretendía, en cualquier caso, convertir este post en una semblanza de Lisboa, sino anunciar mi regreso por estos lares. Dicho esto, pues, supongo que volveré a reanudar el posteo de cosillas por aquí. Un saludo a todos los que me han echado de menos. Y a los demás, también. Ya saben, sean felices ;-)
5 comentarios:
bienvenidaaaaaaaa :-)
absolut, bombay saphir y yo te hemos echado mucho de menos
muaaaaaa
Da gusto volver cuando la esperan a una tres personalidades tan ilustres :-)
Besitos desde mi depre-estrés postvacacional.
Ya estaba yo empezando a preocuparme. Pero me alegro de que haya sido por vacaciones y que hayan sido de las buenas (¿hay algunas que no lo sean?).
Un amigo me dijo algo parecido de Lisboa cuando estuvo allí.
Boas-vindas!
elbé: ¿Preocupándose? Admito que me siento un pelín halagada, pero no es para tanto ni mucho menos. Ni que fuera la primera vez que desaparezco sin decir esta boca es mía. Y es que una, como otra que yo me sé (y no miro a nadie, je, je), también es muy dada a las ventoleras.
Pi: Pues sí. Son ciudades que no se pueden recomendar a cualquiera. A mí Lisboa me entusiasma pero unos amigos míos vinieron espantados este verano.
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