¿Han estado ustedes alguna vez en Murcia capital una tarde cualquiera de agosto a eso de, digamos, las seis de la tarde? Si ustedes han vivido esa experiencia coincidirán conmigo en que se trata de algo único. Uno anda por ahí, saltando de sombra en sombra, huyendo del sol como el inefable Donovan huia de la malvada Diana y sus amiguitos lagartos, cuando de repente cae en la cuenta de que es el único ser viviente a la vista. En fin, que uno pasa de sentirse héroe de V a creerse en una pesadilla de esas tan bonicas de Abre los ojos. Solo que, justo cuando le empieza a entrar el repelús por la sola idea de que aparezca la Najwa Nimri, se le ocurre entrar en El Corte Inglés. Y allí -oh, sorpresa- se encuentra, todos junticos, con todos los murcianos que osaron pasar agosto en su ciudad. Maravillas del aire acondicionado.
No se crean, no, que no es un caso aislado. Ni mucho menos. Y es que si a ustedes les preguntan alguna vez por el deporte rey de este país no se les ocurra decir el fútbol porque faltarían a la verdad. El rey de los deportes aquí es el cortingleseo o, lo que es lo mismo, deambular por el centro comercial más a mano huyendo de las inclemencias del tiempo.
El sábado pasado, sin ir más lejos, llovía torrencialmente aquí en Madrid, circunstancia que aprovecharon millones de madrileños para cortinglesear sin pudor. Y allí me vi, aguantando atascos para llegar, atascos para recoger el ticket de aparcamiento, atascos para estacionar... Hasta para cerrar mi coche tuve que guardar cola. Todo por cortinglesear.
Ahora es cuando yo debería excusarme con todo eso de que no pude ir entre semana por cuestiones de horario y tal, pero estoy segura de que no me creerían así que: sí, lo reconozco, en lugar de leer, ir al cine o hacer macramé, decidí pasar la tarde enfureciéndome junto con otros tres millones de madrileños en una bonita catarsis colectiva patrocinada por la Semana Fantástica.
El caso es que allí estábamos, en la sección de menaje, tratando de comprar una sartén. ¿Les he contado alguna vez aquello de los satisfacedores y los maximizadores? Probablemente sí, porque es uno de mis temas de conversación preferidos, pero como seguro que todavía me queda algún afortunado al que aún no le haya dado la chapa, les voy a repetir la teoría.
Por lo visto, según la forma en la que tratamos de cubrir nuestras necesidades, se nos puede situar en un punto de un continuo que va desde el maximizador puro al satisfacedor puro. Estos bonitos términos no son parte de la última campaña navideña de Movistar, lo juro, si no que se emplean con rigor científico en el campo de la psicología.
Pongamos un ejemplo: imagínense que ustedes se dan cuenta de que necesitan unos zapatos nuevos. Si ustedes son satisfacedores entrarán en la zapatería, buscarán el modelo que más les guste dentro de su presupuesto, se lo probarán y lo comprarán sin más: habrán satisfecho su necesidad de zapatos. En cambio, si ustedes son maximizadores querrán tener los mejores zapatos que puedan comprarse, así que entrarán en una zapatería tras otra y se probarán un sinfin de modelos que les encantarán, pero no se comprarán ninguno por temor a que haya unos más bonitos o más cómodos o más modernos en la zapatería que aún no han visitado. Probablemente tarden una semana en realizar su compra y, aunque seguro que los zapatos escogidos son estupendos, es más que posible que dos días más tarde se arrepientan de haberlos comprado porque vieron otros mejores.
Piensen ahora en todos sus conocidos y traten de situarlos en el continuo maxi-satisfacedor. Creo que no será ninguna sorpresa comprobar en qué lado hay más mujeres y en cuál más hombres. En efecto, el carácter maximizador predomina entre las mujeres mientras que el satisfacedor es territorio mayoritariamente masculino. Claro que siempre hay excepciones... como en nuestro caso. Porque el nuestro es en esto un bonito ejemplo de inversión de papeles dentro del continuo maxi-satisfacedor.
En fin, que allá estaba yo, satisfacedora de pro, en una bonita tarde de lluvioso sábado, esperando a que mi queridísimo maximizador se decidiera entre una sartén de teflón de 26 centímetros y otra sartén de teflón de 26 centímetros pero con el mango en otro color. Decisión trascendente donde las haya que le llevó algo así como veinticinco minutos, casi tantos como centímetros de diámetro tenía la sartén. Veinticinco minutos que dediqué a deambular con cara de desesperación hermanándome con un puñado de maridos satisfacedores que, como yo, esperaban a que sus queridas maximizadoras se decidieran por el utensilio del mes. Vamos, que aquello parecía el Desperate Husbands' corner.
Parece ser que al final la sarten no era suficientemente buena, así que tendremos que ir a cambiarla por una de 24 centímetros. Eso sí, sólo si llueve. Así que, sí, ya me sé todo eso de que nos acecha la pertinaz sequía, que los pantanos están llenos de lodo y que la lluvia en Sevilla es una maravilla, pero como pille a alguien sacando a alguna virgen en romería esta semana les juro que le hago comer la mantilla, con bordados y todo.
No se crean, no, que no es un caso aislado. Ni mucho menos. Y es que si a ustedes les preguntan alguna vez por el deporte rey de este país no se les ocurra decir el fútbol porque faltarían a la verdad. El rey de los deportes aquí es el cortingleseo o, lo que es lo mismo, deambular por el centro comercial más a mano huyendo de las inclemencias del tiempo.
El sábado pasado, sin ir más lejos, llovía torrencialmente aquí en Madrid, circunstancia que aprovecharon millones de madrileños para cortinglesear sin pudor. Y allí me vi, aguantando atascos para llegar, atascos para recoger el ticket de aparcamiento, atascos para estacionar... Hasta para cerrar mi coche tuve que guardar cola. Todo por cortinglesear.
Ahora es cuando yo debería excusarme con todo eso de que no pude ir entre semana por cuestiones de horario y tal, pero estoy segura de que no me creerían así que: sí, lo reconozco, en lugar de leer, ir al cine o hacer macramé, decidí pasar la tarde enfureciéndome junto con otros tres millones de madrileños en una bonita catarsis colectiva patrocinada por la Semana Fantástica.
El caso es que allí estábamos, en la sección de menaje, tratando de comprar una sartén. ¿Les he contado alguna vez aquello de los satisfacedores y los maximizadores? Probablemente sí, porque es uno de mis temas de conversación preferidos, pero como seguro que todavía me queda algún afortunado al que aún no le haya dado la chapa, les voy a repetir la teoría.
Por lo visto, según la forma en la que tratamos de cubrir nuestras necesidades, se nos puede situar en un punto de un continuo que va desde el maximizador puro al satisfacedor puro. Estos bonitos términos no son parte de la última campaña navideña de Movistar, lo juro, si no que se emplean con rigor científico en el campo de la psicología.
Pongamos un ejemplo: imagínense que ustedes se dan cuenta de que necesitan unos zapatos nuevos. Si ustedes son satisfacedores entrarán en la zapatería, buscarán el modelo que más les guste dentro de su presupuesto, se lo probarán y lo comprarán sin más: habrán satisfecho su necesidad de zapatos. En cambio, si ustedes son maximizadores querrán tener los mejores zapatos que puedan comprarse, así que entrarán en una zapatería tras otra y se probarán un sinfin de modelos que les encantarán, pero no se comprarán ninguno por temor a que haya unos más bonitos o más cómodos o más modernos en la zapatería que aún no han visitado. Probablemente tarden una semana en realizar su compra y, aunque seguro que los zapatos escogidos son estupendos, es más que posible que dos días más tarde se arrepientan de haberlos comprado porque vieron otros mejores.
Piensen ahora en todos sus conocidos y traten de situarlos en el continuo maxi-satisfacedor. Creo que no será ninguna sorpresa comprobar en qué lado hay más mujeres y en cuál más hombres. En efecto, el carácter maximizador predomina entre las mujeres mientras que el satisfacedor es territorio mayoritariamente masculino. Claro que siempre hay excepciones... como en nuestro caso. Porque el nuestro es en esto un bonito ejemplo de inversión de papeles dentro del continuo maxi-satisfacedor.
En fin, que allá estaba yo, satisfacedora de pro, en una bonita tarde de lluvioso sábado, esperando a que mi queridísimo maximizador se decidiera entre una sartén de teflón de 26 centímetros y otra sartén de teflón de 26 centímetros pero con el mango en otro color. Decisión trascendente donde las haya que le llevó algo así como veinticinco minutos, casi tantos como centímetros de diámetro tenía la sartén. Veinticinco minutos que dediqué a deambular con cara de desesperación hermanándome con un puñado de maridos satisfacedores que, como yo, esperaban a que sus queridas maximizadoras se decidieran por el utensilio del mes. Vamos, que aquello parecía el Desperate Husbands' corner.
Parece ser que al final la sarten no era suficientemente buena, así que tendremos que ir a cambiarla por una de 24 centímetros. Eso sí, sólo si llueve. Así que, sí, ya me sé todo eso de que nos acecha la pertinaz sequía, que los pantanos están llenos de lodo y que la lluvia en Sevilla es una maravilla, pero como pille a alguien sacando a alguna virgen en romería esta semana les juro que le hago comer la mantilla, con bordados y todo.
2 comentarios:
Ufff, ya sabes que yo para la maroyía de las cosas soy poco calificable. Lo de satisfacedor o maximizador en mi caso depende el día y/o del producto en cuestión. Vamos, un jaleo que no veas. Mi novio no lo lleva muy bien, el pobre.
Besicos, que te sale la venilla murciana ( amí un día de éstos terminará saliéndome)
Para saber si eres satisfacedor o maximizador tienes que pensar en aquellos artículos que compras por necesidad. Cuando uno se compra algo por capricho su forma de actuar fluctúa entre la compra por impulso y la búsqueda exahustiva.
De lo que se trata, en este caso, es de ver cómo elige uno aquello que necesita, lo que tiene que comprarse de todas todas: si acepta el primer artículo que satisfaga su necesidad o busca lograr una excelencia que, en principio, va más allá de su necesidad.
Y sí, el -ico murciano me asalta bastante a menudo. Prefiero lo bonico sobre lo bonito.
Besitos. Nos vemos pronto (espero)
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