Veinte minutos. Eso es todo. Se podría decir que las vidas de Mauro y Joaquín tuvieron longitudes análogas. ¿Qué son veinte minutos en una vida? Veinte minutos, mil doscientos segundos, apenas un tercio de hora de diferencia.
Mauro y Joaquín murieron ayer en el mismo instante, cama con cama. Habían nacido ochenta y tantos años antes con apenas veinte minutos de diferencia. Se podría decir, según algunos, que ambos vivieron el mismo tiempo. Sin embargo, el tiempo físico, el que marcan calendarios y relojes, no es más que un recipiente, una suerte de globo que expandir a nuestro antojo a base de insuflarle vida. Y es que, si Joaquín se había estirado su globo hasta límites increíbles, el de Mauro permanecía aún minúsculo, casi virgen.
Decir que vivió es mucho para Mauro. Digamos que nació ya cansado de la vida y la infancia difícil de aquellos años acabó por hacer el resto. Su indolencia vio pasar día tras día hasta que de repente se encontró viejo. Y entonces se sentó a esperar la muerte.
Joaquín, en cambio, se bebió la vida. Se rebeló contra la sinrazón de su época y decidió Vivir, así, en mayúsculas. Luchó, sufrió y amó como nadie; buscó –incansable- su esencia y exprimió cada momento hasta el final de sus días.
Y ayer ambos se fueron finalmente. Se cumplió, una vez más, esa injusticia caprichosa del tiempo, que se da por igual a quienes lo ansían y quienes lo desprecian.
En Norteamérica se da una especie de mariposa a la que los aztecas llamaron papalotzin. Su existencia, en principio, transcurre como la de cualquier otra mariposa: nace como una larva, forma su crisálida y se metamorfosea en mariposa para reproducirse y morir. Una vida corta, de cuatro o cinco semanas, con el único propósito de perpetuar la especie. Y, sin embargo, la papalotzin representa una de las más bellas metáforas de la naturaleza. Cada cinco o seis generaciones de mariposas nace la denominada “generación Matusalén”. Sucede al final del verano, cuando se encuentran en Canadá y el Norte de los Estados Unidos y los fríos del otoño comienzan a amenazar su supervivencia. Es entonces cuando la generación Matusalén emprende su viaje hacia el centro de México. Seis meses de vuelo incansable, una auténtica proeza para cualquier insecto.
Lo maravilloso de esta historia es que esa generación, cargada con mayores obligaciones que el resto, goza también de más tiempo de vida para llevar a cabo su misión. Si sus antepasados –y sus descendientes- tuvieron –y tendrán- apenas un mes, éstas cuentan con seis largos y preciosos meses. Volviendo a nuestro cuento, en el mundo papalotzin, Mauro habría muerto a los ochenta, pero Joaquín dispondría de 480 intensos y apasionados años.
9 comentarios:
To be or not to be, that is the question...
Sí, amiguita... quién señala, quién decide, quién determina qué individuo nace en la generación matusalén y cuál no... ¿la misma vida? a veces perecería que sí. Otras, se diría que ya desde la infancia, como Mauro, la vida era un camino yerto, sin interés... A lo mejor sí es verdad eso que he escuchado alguna vez que nos vamos reencarnando sucesivamente en diferentes vidas y nuestro recorrido vital es, de alguna forma, acumulativo... eso explicaría las almas jóvenes y las almas ancianas, las almas inocentes y las astutas... No sé, no sé... la vida es tan extraña que demasiadas cosas tienen cabida en ella. La línea de división entre la existencia y la nada, tan fina pero tan impenetrable, que determina demasiado lo que nos pasa, lo que nos sucede... qué vida ésta...
no sé... yo soy de los que se afanan por llenar el globo, pero no tengo claro que eso suponga que vivo más, ni siquiera que vivo mejor... la vida de los mauros no la entiendo ni podría compartirla, pero cada vez tengo menos claro que el suyo sea un modo peor, o menos pleno, es un modo que no entiendo y que no controlo, pero quién sabe si lo que a nosotros nos parece indolencia a ellos, no
en cuanto a la existencia de almas ancianas, almas infantiles... no sé, creo que en realidad todos somos demasiado complejos y aunamos todas esas realidades en diferentes tiempos, no ya de la vida, sino del día a día... no creo que las almas nazcan con marca de fábrica ni que nos ajustemos a una etiqueta
mi yo ancienete vuelve al trabajo, a ver si esta noche sale de paseo el yo infantil
Je je je, cinephilus, noto un germen de tono conductista a la vez que iconoclasta en tus palabras ¿no? (no es crítica, sólo curiosidad)
Totalmente de acuerdo en que no nacemos con estigma de ningún tipo. Y también con que cada realidad y cada persona sólo puede ser valorada (juzgada?) desde ella misma.
Uys, Vulcano, eso de la reencarnación a mí me deja un poquitín indiferente, especialmente porque no me sirviría de nada tener la certeza de que me reencarnaré pero sin recordar mi vida anterior. ¿Si no tengo conciencia de mi yo anterior sigo siendo ese yo o soy uno completamente nuevo?
En cuanto a lo que apunta Cinephilus, en realidad la cuestión va más hacia ese tipo de personas -seguro que sin mucho esfuerzo encontramos a algún conocido entre ellas- a las que les parece estorbar la vida y que, sin embargo, siguen por aquí.
Y, por cierto, no me cabe la menor duda de que el que más infla el globo vive más. Que ello sea deseable o no ya es otro cantar sobre el que se podría debatir pero no creo que pese lo mismo un año que puede resumirse en treinta segundos que uno que necesitaría semanas para ser narrado.
uf... no sé... yo hay años que puedo resumir en dos líneas y son de los más intensos y apasionantes que he vivido... y otros de los que puedo llenar páginas y son de los que menos vida hubo en ellos...
en fin... no sé... debe ser cosa mía, pero la regla cuantitativa no me funciona
besines a los dos
Ah, no, eso no vale!! Con tu talento literario cualquiera resume en dos líneas un año intenso y apasionante, pero con el común de los mortales la cosa cambia ;-) Vamos, que no me apeo del burro X-D
Cabezotilla que es una, qué le vamos a hacer.
todo es relativo, querida inquilino... Como dice Cinephilus, cada uno tiene su realidad y su forma de medir la importancia y le intendsidad, el valor de la vida vivida...
Que quede claro que yo NO creo en la reencarnación, que sólo recogía un argumento que he oído más de una vez. ´
A mí la regla cuantitativa no me funciona... Intento que cada momento sea importante, pero evidentemente cuando hago saldo lo cuantitativo y lo cualitativo no van para nada de la mano... Pero claro, eso desde mi propio juicio...
Pienso que el que menos vive sin duda es, no el que infla menos el globo, sino el que, no inflándolo, se queda al final con ganas de haberlo inflado más... De todas formas, entrar en el peligroso mundo da la frustración no sé si va a generar un debate aún más crudo...
Hombre, tanto como crudo...
No sé vosotros, pero después de mis semanas en el limbo de la blogocosa echaba de menos algún debatillo de éstos. Curioso que siempre se acaben montando con los post que menos espero :-)
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