A propósito de la enésima reposición de Cadena perpetua, he recordado un artículo que me impresionó cuando lo leí hace meses. Es algo largo, pero merece la pena buscar tiempo para leerlo completo: Experimento de la cárcel de Standford.
Lo cierto es que el determinismo social ha sido un tema que siempre me ha obsesionado en cierto modo. ¿Hasta que punto tenemos elección? ¿Hasta dónde podemos controlar nuestra conducta? ¿Es nuestra empatía igual de fuerte en un entorno "amable" que en uno hostil?
En el fondo, siempre he tenido la certeza de que cualquiera de nosotros somos capaces de la mayor de la barbaridades si se dan las condiciones adecuadas (véase, a modo de ejemplo, la excelente Dogville). Existen múltiples ejemplos, terribles y cercanos, de cómo una sociedad que convivía más o menos en armonía se transforma de repente en una masa cruel capaz de aniquilar al prójimo sin el menor escrúpulo.
Indagando sobre este tipo de experimentos, he dado con otro que pone al sujeto de estudio en el lugar de un torturador. El artículo, de la wikipedia, no está demasiado bien escrito pero sirve para hacerse una idea: Experimento de Milgram.
Lo que parece bastante claro es que lo que somos viene marcado por cuestiones innatas y cuestiones sociales. El problema es determinar en qué porcentaje influye uno y otro elemento. Y hasta qué punto nos es posible salirnos del guión marcado.
El tema de la cárcel, de qué hacer con los individuos que incumplen las normas por las que se organiza una sociedad, es sin duda complejo. El debate sobre si la cárcel debe tener un carácter meramente punitivo o, en cambio, debe volcarse en la búsqueda de la reinserción lleva tiempo sobre la mesa.
Hace unos años, se entraba a fondo en este debate con el promulgamiento de la Ley del menor. En esta, se parte del supuesto de que la cárcel sólo enseña a delinquir y se aboga por un sistema basado en la reeducación que trate de reintegrar en la sociedad a los delincuentes menores de edad. Como era natural, la Ley nació en medio de una fuerte polémica y son muchas las voces que claman en su contra. El mismo Movimiento contra la intolerancia apoya activamente una campaña para su reforma.
Efectivamente, el número de delitos cometidos por menores de edad y la gravedad de los mismos ha ascendido notablemente en los últimos años. Sin embargo, no tenemos muy claro si lo que ocurre en realidad es que los árboles no nos están dejando ver el bosque. Una Ley no es nada sin su desarrollo reglamentario ni su dotación económica y mucho nos tememos que en este caso ambos están siendo bastante decifitarios.
Por otro lado, se da la circunstancia que dentro de la carrera judicial el Juzgado de menores es uno de los más bajos del escalafón, lo que nos lleva a sospechar que muchas veces se tome este puesto como una especie de destierro por el que hay que pasar antes de volar a destinos más "prestigiosos". Y si el que debe aplicar la Ley no cree en ella no es de extrañar que la misma resulte ineficaz.
El ejemplo más claro lo tenemos en Granada, la única provincia donde ha descendido el número de delitos cometidos por menores. Se da la circunstancia de que al frente de su Juzgado de menores se halla Emilio Calatayud, que sí cree en esta Ley, que prefiere este destino a cualquier otro de la carrera judicial y que ha peleado con las distintas instituciones hasta obtener medios con los que formar un equipo que le ayude a seguir adecuadamente la reinserción de los chicos.
Otro caso a tener en cuenta, fuera ya de la polémica sobre la Ley del menor, es la Unidad Terapéutica de Villabona (artículos en El País y La voz de Galicia). A partir de la iniciativa de dos funcionarios de prisiones, se está llevando a cabo un proyecto que pretende humanizar la prisión y convertirla en un espacio libre de drogas y mafias. El proyecto comenzó en un módulo y, dado su éxito, se ha ido ampliando a otros módulos de la prisión.
De todo lo visto, sacamos la conclusión de que en el debate "represión frente a reinserción" existen iniciativas de reinserción que logran éxitos notables. No obstante, en los dos casos señalados el éxito puede muy bien achacarse al esfuerzo y el talento de una serie de personas excepcionales que creen en lo que hacen y están logrando cambiar lo que aparentemente no puede cambiarse.
En cualquier caso, el debate sobre cómo debe ser una cárcel y qué medidas son oportunas está ahí. Lo que sí tengo claro es lo que no debe ser una cárcel (ojo, yo no tengo estómago para pasar de la segunda foto, pero para el que lo tenga, ahí está): Abu Ghraib.
Para concluir, un enlace más. Y es que los presos, pese a todo, son personas.
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