6 de enero de 2006

Día de Reyes

Eres culpable. Culpable de no saber qué es un regalo. Culpable de no entender que ese tan manido tópico de "la intención es lo que cuenta" es absolutamente fundamental. Culpable de no percatarte de que la actitud lo es todo, que un poquito de esfuerzo no es nada si se arranca una sonrisa, que despreciar un regalo que se hace con amor es rechazar un abrazo, un beso, un guiño de complicidad.
Sí. Y yo también soy culpable. Culpable de no saber hablar contigo -por lo visto, nadie sabe, aunque ello no me exime de culpa-. Culpable de no enseñarte a dar cariño -me dicen por ahí que eso no es responsabilidad mía, pero eso no me hace menos culpable-. Culpable de no explicarte que un regalo nace del cariño y el esfuerzo, de días y días de búsqueda del detalle perfecto, de modelar y acoplar nuestro amor en un presente que entregaremos con la mayor de nuestras ilusiones.
Jamás he despreciado un regalo que nace del amor. Los de compromiso, sí, esos los cambio sin dudar cuando no me gustan. Pero los otros, los de verdad, siempre los aprecio. Valen tanto como el cariño que hay en ellos. Y no me importa si es algo que jamás me habría comprado porque esa no es la cuestión. Han intentado pensar como yo, ponerse en mi lugar y tratar de decidir como yo lo haría y eso es más que suficiente para que sea el mejor de los regalos.
El 6 de enero fue siempre mi día. No importa que cargara con más de 20 años a mis espaldas. Yo seguía esperándolo con la misma ilusión. Hasta que tú, poco a poco, has conseguido matármela. Me exaspera tu falta de interés. Me molesta que me des dinero diciendo "cómprate lo que quieras, porque eres muy difícil". Me molesta especialmente porque, aunque no sea lo que yo quiera, lo valoraré si pensaste en mí al comprarlo.
El año pasado decidí aceptar tu comodidad y ponértelo fácil. Te escribí una lista, incluyendo los sitios donde podías encontrarlos. "No será sorpresa, pero, al menos, no tendré otra desilusión", me dije. Tremendo error. Me volví a encontrar con el sobrecito del dinero. "Pides unas cosas rarísimas", me dijo. No eran tan raras, lo juro. Lo único que había que hacer era salir del barrio, ir a buscarlas a un lugar distinto del centro comercial de al lado de casa. Simplemente, mostrar un mínimo de interés.
Este año iba sobre aviso. Mi regalo lo compré yo hace un mes. Lo necesitaba y lo acordé con vosotros como regalo de Reyes. Aunque ya estaba estrenado, os lo llevé hace unos días a casa para que lo envolvierais y hacer la pantomima de recibirlo el día 6. Un simple detalle, un juego mínimo para no matar la "magia" de este día. A ti, seguramente, te dio igual, pero a ella yo sé que no.
El 5 saqué un tiempo que no tenía para acercarme a casa. Coloqué, con mimo, los zapatos de todos y fui poniendo nuestros regalos sobre ellos. Otro detalle -¿ves?, detalles, detalles-. Pensé que mi ausencia en casa se haría palpable cuando, por primera vez, este 6 de enero no amanecieran los zapatos colocados tal y como he venido haciendo todos los 6 de enero que puedo recordar. Y decidí gastar un poco de mi tiempo en ahorraros ese ratito de echarme de menos.
Pero no pudiste evitarlo. Tenías que fastidiar, sin querer, el día. Casi no me afecta que no te molestaras en buscar un detallito mínimo para mí. Iba preparada. Sabía que no tendría por tu parte más que el regalo pactado como también sabía que mamá recorrería medio Madrid buscando alguna cosita para que pudiera tener mi dosis de sorpresa e ilusión. No iba, sin embargo, preparada para tu desprecio por los regalos de los demás. El nuestro te gustó, por suerte, pero rechazaste todos los demás con una falta de empatía que me revolvió las tripas.
Gracias papá. Lo volviste a hacer. Me volviste a dejar mal cuerpo en este, mi día preferido. Pasé la tarde triste, echada en el sillón, tratando de digerir esa exhibición de falta de tacto, cariño y saber estar que acababas de representar.
Pero no me dejaré vencer. No. Al menos por este año. El próximo 6 de enero volveré a buscar ilusionada todos mis regalos, volveré a volcar todo mi cariño en cada uno de ellos y esperaré, con impaciencia, las muestras de vuestro amor. Y, tal vez, sólo tal vez, este año logre por fin encontrar el valor para decirte todo lo que quiero y debo decirte, para que te percates de cuánto echarás de menos ese regalo que ahora tan poco valoras el día en que te falte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La ilusión, seguro, se albergó en algún lugar de él que no supo mostrar. Han sido tiempos duros -ha vivido demasiado en demasiado poco tiempo- y es difícil que empatice justamente ahora, pero tu esfuerzo nunca es vano, tu esfuerzo acabará germinando. Tu esfuerzo, el de tantos 5 de enero, está ahí y deja una huella más honda de la que pueda parecer.
Y si necesitas que alguien te ayude a emparejar zapatos, avísame.
Lo haré encantado a tu lado.