13 de marzo de 2006

Lawrence

María se deja subir por las escaleras de la FNAC entretenida en sus pensamientos. Ha sido ese un fin de semana maravilloso, plagado de encuentros, confidencias y complicidades no siempre esperadas. Un fin de semana acompañada por personas especiales todas ellas, cada una a su manera.


María piensa en cada minuto y se siente afortunada. Porque no hay mayor fortuna que percatarse de que pasaron dos días sin sentir, que le fueron sustraídos dos días de su vida por gente tan especial. Piensa en sus ladrones de tiempo y se deleita reviviendo una y otra vez cada instante.


Por eso está allí. Qué mejor manera de culminar ese fin de semana que con Lawrence, su Lawrence. Busca ansiosa la película. No está en cine clásico. Tampoco en el de autor. Incrédula, pregunta a un dependiente si es que no existe edición en DVD. "Cine histórico", le indican. ¿Cine histórico? ¿Quién es el encargado de clasificar las películas? Pensando aún que el dependiente no quería más que quitársela de encima, acude a la sección. Efectivamente, allí está, rodeada de westerns. ¿Los westerns también son cine histórico? Lo que no hay es peplum. Se ve que los romanos no entran en la categoría de "histórico". Deben estar en otra sección, en "Erótico" o algo así.


Siempre le gustó Lawrence. Sólo él es capaz de regresar a la muerte para buscar a un amigo, de enfrentarse a la certeza y volver al desierto aferrado a la esperanza de encontrarlo con vida. Lawrence, ese cabezota ético y comprometido, ese alma libre e incomprendida. Su Lawrence.


Se dirige con su película a la salida, pero a medio camino se detiene. Una cosita más. No, no puede terminar el fin de semana sin adquirir otra cosita más. Da media vuelta y sube a la planta de Literatura, a la C. Calvino. Es preciso encontrar ese título que no recuerda. No está en "Bolsillo", pero aliviada lo descubre en la otra sección, la de las ediciones caras.


Ahora ya sí, con su Lawrence y su Si una noche de invierno un viajero, emprende el camino a la caja. Mientras le llevan las escaleras mecánicas se sorprende a sí misma en uno de los espejos: sin darse cuenta, abraza con mimo los dos objetos. Se mira a los ojos y se ve sonriente. Entonces se percata de que lleva esa sonrisa fijada en la cara desde el sábado por la mañana. Y sonríe aún más. Porque se siente afortunada y porque sabe que su sonrisa perdurará, seguro, el resto de la tarde.

2 comentarios:

lopezsanchez dijo...

Para ti, todas las del mundo ;-))))

lopezsanchez dijo...

Me sonrojas, Hades, me sonrojas...
;-)