23 de diciembre de 2005

Estos días azules, este sol de mi infancia

"Cariño, tu hija... ya es mujer." Besos, abrazos, alegrías y felicitaciones variopintas. Veo esta escena de Verano azul y me pregunto si el guionista ha pensado que soy gilipollas. O quizás, simplemente, el gilipollas sea él.
Hoy una alumna de sexto rompe a llorar una y otra vez por los pasillos. Le vino la regla por primera vez. Y no lo soporta. Sus compañeros, niños aún, se mofan y hacen chanzas. Demasiado novedoso, demasiado suculento para dejar escapar la ocasión de reír.
Yo fui más discreta. Lo escondí. No avisé. Quizás porque siempre me pareció absurdo el aterrizaje de Bea en su pubertad. O quizás fue el puro instinto que me hizo entrever que crecer antes de tiempo no es plato de buen gusto.
Quiero destruir esas braguitas, testigos inoportunos de la infamia, quemarlas, ignorar su existencia hasta hacerlas desaparecer. Las lavo a escondidas, una y otra vez, pero el crimen sigue ahí, insultante, desafiante. Mis lágrimas brotan con desenfreno, el mismo desenfreno con el que froto sin éxito.
No estoy preparada para esto. No. ¿Por qué a mí? Yo sólo quiero seguir siendo yo. Montar en columpio subiendo hasta al cielo sin temor a mostrar el paquete entre mis piernas. Bailar en braguitas por mi casa sin que mi abuelo vuelva la cara avergonzado. Caminar despreocupada sin soportar idioteces de babosos.
Pero hay que salir a la calle. Camino torpe. Me veo a mi misma como esos bebés de la tele, despatarrados por culpa del pañal. Y me siento sucia. No soporto que se me acerquen porque siento que mi olor me delata. Y me ducho compulsivamente, tres, cuatro, cinco veces al día.
Sí, pasarán los años y apenas recordaré esto. Formará parte de uno de esos temas que, de pasada, siempre aparecen en las reuniones de mujeres, esas reuniones que tan poco me aportan. Poco a poco las tornas cambiarán y el objeto de burla ya no seremos nosotras, sino ellas, las que acceden a su pubertad con retraso, las que miran con subrepticia envidia los pechos de las otras.
Pero hoy, aquí y ahora, lo único que quiero es correr a montarme en mi columpio. Una vez más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Difícil de narrar. Difícil de afrontar en el laberinto de la adolescencia. Imposible contarlo mejor... Ya sabes que, en ese columpio del hoy y del mañana, danzo contigo